Dibujo realizado con paseos reales y GPS (foto: gpsdoodles.com)

Pasear es dibujar con los pies

En la novela Ciudad de cristal, Auster imaginaba a un personaje que escribía mensajes con el itinerario que recorría en sus paseos por NY. En la actualidad hay gente que hace lo mismo, lo registra con el GPS y crea obras de arte.
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En Ciudad de cristal (la primera de las tres novelas que componen la Trilogía de Nueva York, de Paul Auster, publicada en 1985) el improvisado detective Daniel Quinn sigue los pasos, día tras día, de un hombre llamado Peter Stillman, que deambula por las calles de la Gran Manzana. Dice el narrador que “Stillman  nunca parecía dirigirse a ningún lugar en concreto, ni parecía saber a dónde iba. Y sin embargo, como si obedeciera a un plan preciso, se mantenía en un área muy reducida limitada al norte por la calle 110, al sur por la 72, al oeste por Riverside Park y al este por Amsterdam Avenue […] Cada día su itinerario era diferente”.

Nunca estuve en Nueva York y, cuando leí la novela, no me tomé el trabajo de buscar esos límites en el mapa. Son los señalados en la imagen que aparece junto a estas líneas, un rectángulo paralelo al Central Park, de 3,1 kilómetros de largo y unos 500 metros de ancho.

En su afán por entender los paseos diarios de Stillman, Quinn —que ha llevado un registro preciso de los itinerarios—los dibuja en un mapa. Descubre así que, cada día, Stilman ha dibujado, con sus pasos, una letra sobre la ciudad. Y que con esas letras ha formado una frase.

Pero, claro, como dice el narrador: “Stillman no había dejado su mensaje en ninguna parte. Ciertamente, había creado las letras con el movimiento de sus pies, pero no habían quedado registradas. Era como hacer un dibujo en el aire con el dedo. La imagen desaparece a medida que la vas construyendo. No hay un resultado, ni una huella, ni una marca de lo que has hecho. Y sin embargo los dibujos existían, no en las calles en las que habían sido trazados, sino en el cuaderno rojo de Quinn”.

Hacia el final de la novela, es el propio Quinn el que vagabundea por Manhattan. El narrador describe su recorrida con puntillosidad: dedica dos largas páginas a explicar por qué calle va, dónde gira, que dirección elige. El lector espera que, en algún momento del relato, cobre importancia el camino que siguió, y que por eso era necesario conocerlo en detalle. Sin embargo, ese momento nunca llega. Uno se queda con la sensación de que podría haberse ahorrado esas dos páginas, sustituyéndolas por un simple “deambuló por Manhattan”. Entonces recuerda que Peter Stillman ha escrito un mensaje con sus caminatas, e imagina que Quinn está haciendo lo mismo. Bastaría con hacer lo que hizo el personaje, tomar un mapa de Nueva York y trazar su itinerario, para leer el mensaje. Pero cuando leí la novela, tampoco me tomé este trabajo.

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Recordé esta obra de Paul Auster cuando, hace unos días, leí un artículo acerca de un hombre que se dedica a crear dibujos de la misma forma que Peter Stillman. El detective que lo sigue y registra todos sus movimientos no es una persona, sino el GPS.

Stephen Lund vive en la ciudad de Victoria, en Canadá, y le encanta andar en bicicleta. Por medio de la aplicación Strava, registra sus itinerarios y crea auténticas obras de arte, que publica en su web GPS Doodles. La última es muy reciente: para desear unas felices Pascuas, este domingo dibujó el simpático conejo gigante que se ve aquí al lado. Tardó 4 horas y 11 minutos en recorrer los caminos que le permitieron diseñarlo. Las estadísticas de Strava marcan que lleva recorridos más de 32 mil kilómetros en 1.140 horas (es decir, 47 días y medio). La cantidad y variedad de sus creaciones es sorprendente: unicornios, jirafas, Papá Noel, personas en las situaciones más diversas, Darth Vader, el David de Miguel Ángel, etc. El año pasado, una revista especializada en ciclismo incluyó un listado de consejos de Lund para convertirse en un artista del GPS.

Y es que Lund es muy bueno, pero no es el único. Hace más de cuatro años, una revista ya destacaba el caso de Michael Wallace, de Baltimore, Estados Unidos, otro gran exponente del arte GPS. La disciplina se ha ido convirtiendo en tendencia en muchos países, no solo entre ciclistas sino también entre quienes gustan de salir a correr (otra de las tendencias en boga en estos tiempos). Hay hasta quienes se especializan en dibujar penes a través de sus recorridos. “Somos niños de escuela y la Tierra es nuestro cuaderno de ejercicios”, dice el epígrafe de un blog, inactivo desde 2012, que se dedicaba a recopilar retratos de miembros viriles.

Sin dudas, el premio mayor del arte GPS se lo merece el japonés Yasushi Takahashi, alias Yassan, quien durante casi un año (entre julio de 2008 y junio de 2009), en auto, ferry, bicicleta y a pie, recorrió 7.163,7 kilómetros, para escribir a lo largo de todo su país —literalmente— su pedido de matrimonio: “Marry me” y un corazón atravesado por una fecha. El libro Guiness de los récords lo certifica como el dibujo en GPS más grande jamás realizado. Yassan publicó un videoen YouTube que, en algo más de 7 minutos, cuenta la historia de su proeza.

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Ahora que sabía de la existencia de los artistas GPS, y que no dejaba de asombrarme con sus obras, me sentí en la necesidad de volver a Ciudad de cristal y comprobar qué había dibujado el detective Daniel Quinn, según la imaginación de Paul Auster, cuando faltaban todavía unos cuantos años para el desarrollo del sistema de posicionamiento global (es decir, el GPS). En un rato, tracé sobre el mapa de Nueva York el camino recorrido. Es el que se ve aquí abajo.

El resultado es un poco descorazonador. El recorrido no dibuja nada. Por lo menos, nada que no necesite de una generosa cuota de imaginación. Un simple paseo desde el Central Park hasta el extremo de la península de Manhattan, y luego el regreso, por otro camino, hasta más o menos la misma zona. No parece haber más.

Pero quién sabe. Al propio Quinn, después de descubrir el mensaje cifrado, lo habían asaltado las dudas: “Lo había imaginado —describe el narrador—. Las letras no eran tales. Las había visto tan solo porque quería verlas. Y aunque los diagramas dibujaran letras, sería por casualidad […] Todo era un accidente, un engaño que se había hecho a sí mismo”.

En el fondo, las coincidencias siempre dependen en alguna medida del observador. Y cuanto más aguzada sea su mirada, cuanto mayor su atención, cuantos más elementos y variables tenga en cuenta, más coincidencias hallará. Quizás el universo no haga otra cosa que darnos mensajes, todo el tiempo, uno detrás del otro, y el problema es nuestro por no saber interpretarlos. Mensajes que no duran nada, que se borran de inmediato como los dibujos que hacemos cada día al movernos sin GPS de aquí para allá. Mensajes que, en última instancia, no son tan distintos que los que emitimos al hablar. Lo dice, en el comienzo de la novela, el hijo de Peter Stillman: “A esto se le llama ‘hablar’. […] Cuando las palabras salen, vuelan por los aires, viven un momento y mueren. Es extraño, ¿no?”.

 

 

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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