Gallos jóvenes, tenores imberbes aglutinados como huevos revueltos. O bien, como un maizal cruento después de una pelea de gallineros. Y ahora, sólo la convivencia forzada casi dulce, casi solidaria de los cadáveres. Galería confusa de gestos definitivos. Plumas volátiles sobre el brazo velludo y enérgico del pollero. Un pico largo, aquel pedazo de cresta, medio ojo seco, ese buche, esta pata tiesa, aquella cola implume, conformarían, todavía quizás, la estampa mínima de un gallo de apuestas derrotado.
¿Cómo la va’ querer, Doña: así de pieza limpia o con huesos pa’ consomé?
Velorio soleado, concurrido, animado; con oraciones fúnebres sobre la calidad excelente de los difuntos; con moscas, ventilador eléctrico y sangrienta imagen religiosa a lo alto.
Granja herida. Canto de amanecer asesinado. “Quiquiriquí” ahogado bajo una “pechuga aplastada”. –
fue un poeta, narrador, ensayista, crítico musical y ajedrecista mexicano.