Ilustraciรณn: Leรณn Braojos

Recuerdos, traiciones

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Nuestras necesidades eran tan modestas que vivรญamos con nada. A nuestro modo รฉramos felices. Mi madre habรญa acomodado sus ambiciones de antaรฑo a la seguridad de un trabajo que, aunque muy por debajo de sus capacidades, le devolvรญa una imagen de sรญ misma que no rechazaba. Le bastaba con ser quien era: hablar como hablaba, vestirse como se vestรญa, moverse como se movรญa; no otra cosa que su innata distinciรณn le era requerida para tratar con los clientes del anticuario de pintura donde habรญa acabado trabajando como dependienta gracias a las gestiones de una amiga conocida de los propietarios. Pero contรกbamos el dinero, cรณmo no. Su sueldo resultaba escaso, vivรญamos en una casa alquilada, arrastrรกbamos deudas de su รบltima aventura empresarial y yo aรบn estudiaba. Y tenรญamos preocupaciones. La principal de las cuales, la precariedad de nuestros cimientos, un vago e inconcreto miedo, que no nos confesรกbamos, a que aquel frรกgil equilibrio se desmoronase.

Luego, estaba todo lo demรกs: su alegrรญa, sus ganas de vivir, su moderada excentricidad, su empatรญa por quienes lo pasaban mal, su fidelidad, su sentimentalismo, su tendencia a atender las reverberaciones del pasado antes que la concreciรณn del presente y su generosidad inusitada, que incluรญa un don admirable para perdonar sin alimentar rencores. De todo ello se beneficiรณ, desde que guardo memoria, un gran nรบmero de gente, ya que otra de sus caracterรญsticas, y esta bien extraรฑa, era la de elegir sus amistades entre personas con una notable incompetencia para organizar su vida conforme a parรกmetros convencionales. Nuestra casa permanecรญa abierta para ellos, tanto en las รฉpocas buenas como en las malas. Por ahรญ pasaron desde mi padre, que buscรณ refugio incontables veces, ademรกs de antiguos novios y de no pocas amigas, que recurrรญan a ella cuando se quedaban sin recursos. El favorito de sus protegidos era, sin embargo, su รบnico hermano. Mi tรญo tenรญa todo, en verdad, para merecer esa preferencia, que en mi madre estaba teรฑida de cierto sentimiento de protecciรณn de carรกcter maternal. Siete aรฑos menor, habรญa sido lanzado al mundo siendo poco mรกs que un adolescente, despuรฉs de que, al enviudar, mi abuelo se casara con una mujer que no lo habรญa querido en casa. Habรญa abandonado sus estudios para hacer el servicio militar en la aviaciรณn y mรกs tarde habรญa emprendido una vida nรณmada, en la que los mรบltiples proyectos en los cuales se habรญa embarcado le habรญan procurado infrecuentes temporadas de sosiego. Habรญa vivido en Estados Unidos y en Francia, habรญa publicado una novela con apenas veinte aรฑos, habรญa capitaneado barcos de recreo, que conducรญa a su puerto de origen cuando sus ricos propietarios preferรญan regresar en aviรณn tras una travesรญa vacacional, habรญa probado suerte en el cine, como actor secundario en un par de producciones olvidables y como ayudante de direcciรณn en una extraรฑa pelรญcula underground, habรญa tenido una boรฎte de corta pero fulgurante fama, habรญa sido promotor de conciertos de jazz, habรญa jugado al pรณquer profesionalmente en timbas y casinos ilegales y durante unos meses habรญa llegado a trabajar para un periรณdico diseรฑando crucigramas. Menciono las mรกs llamativas de sus actividades, dejo a un lado las mรกs grises o sรณrdidas. La razรณn de que no hubiera prosperado en ninguna, mรกs que a su falta de talento, habrรญa que atribuirla a la abundancia de estos, a su inconstancia congรฉnita, a su renuencia a dejarse atar, a su insatisfacciรณn con los logros obtenidos, a su apetito omnรญvoro para coleccionar experiencias y a su poco respeto por los compromisos, que en ocasiones le habรญa llevado a comportarse de forma desleal con sus socios y empleadores. Compartรญa con mi madre la buena planta y el optimismo. Era un seductor experto y no reparaba con el escrรบpulo debido en cuรกntos damnificados dejaba a sus espaldas: confiaba en que algรบn dรญa los resarcirรญa, cosa que en una trayectoria vital como la suya, marcada por una sempiterna huida hacia adelante, casi nunca era cierta. La conciencia difusa de esta contradicciรณn, asรญ como los estragos del tiempo, lo habรญan endurecido, y, por otra parte, conforme su temperamento volรกtil fue siendo conocido, su habilidad para caer de pie y reinventarse tambiรฉn se habรญa visto perjudicada. Entrado en la madurez, las fases de privaciones habรญan empezado a ser mรกs abundantes que las opulentas, a menudo habรญa recurrido a mi madre para obtener cobijo o dinero, y quienes lo estimรกbamos, sin que ello mermara la consideraciรณn por su poderoso atractivo, sabรญamos que, abatido a su pesar y acuciado por prestamistas y resentidos, su horizonte no era tan luminoso como algรบn dรญa habrรญa imaginado. Trampeaba como podรญa, ya sin grandes metas ni recursos para lograrlas.

Pero lo querรญamos. Lo querรญamos mucho, y yo lo alentaba a que escribiera su portentosa vida con la ingenua idea de que encontrara en ello una vรญa para redimirse. Lo desestimรณ siempre, a medias avergonzado por mi ocurrencia y a medias halagado por la confianza en รฉl que esta revelaba. Tenรญamos una buena relaciรณn, yo lo admiraba mรกs allรก de lo que justificaban sus esquivas hazaรฑas y รฉl me correspondรญa con una ternura heredera del cariรฑo que profesaba a mi madre. Parecรญa una ecuaciรณn equitativa destinada a no romperse. Tanto mi madre como yo habรญamos sufrido por su causa desilusiones y desengaรฑos y se las habรญamos perdonado con limpieza de corazรณn. Meros avisos acerca de las lรญneas que no debรญa traspasar, nuestras represalias no habรญan durado.

Mi madre aรบn vive; รฉl no. Desconfรญo, por tanto, de la pertinencia de hablar de perdรณn. Se dirรญa que el perdรณn es una gracia que se otorga entre los vivos, aunque con frecuencia es la muerte o su posibilidad la que termina por asentarlo.

Unos aรฑos antes de que mi tรญo muriera, disfrutรณ de una postrera รฉpoca de esplendor como mรกnager de un instrumentista de jazz, conocido en el circuito internacional tanto por la calidad extraordinaria de su mรบsica como por sus plantones, en los que influรญan su personalidad caprichosa y una politoxicomanรญa que no siempre controlaba. No darรฉ su nombre para no resucitar viejas querellas. El caso es que las labores de mi tรญo iban mรกs allรก de intermediar en la contrataciรณn de conciertos y negociar con productores discogrรกficos. Lo atendรญa en su vida diaria, encargado de dosificar sus peligrosas aficiones para tenerlo a punto en sus compromisos. Creo que lo admiraba y que lo unรญa a รฉl una genuina amistad, de otro modo no concibo que durase en esa labor. Quien haya estado al lado de un drogadicto e intentado que no se quiebre conoce la ingratitud. Mi tรญo, ademรกs, sacaba sus compensaciones, no solo el dinero pactado que recibรญa a cambio, sino otro mucho, llamรฉmoslo ilegรญtimo, que extraรญa, a modo de porcentaje autoasignado, de casi cualquier gestiรณn no profesional que realizaba por รฉl, ya fuera el pago a un mรฉdico o a un camello del numeroso enjambre que los perseguรญa. De casi todo ello fui testigo, inocente a veces y perspicaz otras, ya que, cuando un compromiso los traรญa a Madrid, mi tรญo me invitaba a los conciertos y grabaciones, y, salvo que me lo impidiera un examen prรณximo, acudรญa con permiso de mi madre. Nunca le importรณ a ella que perdiera clases a condiciรณn de que mis notas no lo reflejaran, menos aรบn si la excusa era compartir un rato con su hermano. Me gustaba participar del ambiente extraรฑo de los mรบsicos. Me sentรญa importante permaneciendo en el backstage, aguardando las reacciones del pรบblico, aprendiendo a descifrar cuรกndo su aplauso era desmesurado y cuรกndo pasaba inadvertido un quiebro especialmente afortunado, y, en igual medida, me enorgullecรญa estar al tanto de lo que sucedรญa entre bambalinas y disfrutaba con la complicidad de mi tรญo, el cual no hacรญa ostentaciรณn pero tampoco se esforzaba demasiado en ocultar sus otras labores. Vi mucho en esos dรญas, mรกs, desde luego, de lo que me atrevรญ a confesar a mi madre. Conocรญ a traficantes que no se habrรญan distinguido por su aspecto de atildados oficinistas, contemplรฉ la ansiedad con la que eran recibidos y el sosiego que dejaban tras su marcha, vislumbrรฉ en ocasiones las bolsas que contenรญan el objeto de su mercadeo, me familiaricรฉ con sus distintos gรฉneros y presenciรฉ a distancia las transacciones de mi tรญo, sus trapicheos que a menudo incluรญan negociaciones y pagos demorados.

La relaciรณn de mi tรญo con el mรบsico terminรณ mรกs o menos cuando mi madre empezรณ a trabajar en el anticuario de pintura, ignoro si fue una separaciรณn amistosa o forzada por un desencuentro mutuo. Todo lo que sรฉ es que acabรณ y que de pronto mi tรญo dejรณ la nocturnidad y se abstuvo de frecuentar incluso las salas de conciertos de las que antes era asiduo. Mi madre lo notรณ, igual que yo, y ambos convinimos en que probablemente se habรญa saturado de la mala vida y buscaba reequilibrarse. Ya no era joven, y a ciertas edades ningรบn organismo soporta bien el desorden horario y la ingesta diaria de alcohol. Despuรฉs de su ruptura con el mรบsico habรญa desaparecido de Madrid durante una larga temporada y, a su regreso, no habรญa tardado en pedir asilo en casa. Es posible que fuera entonces cuando mรกs pesado me puse animรกndolo a escribir sus memorias. Conservaba algรบn dinero del ganado como mรกnager y nos hablaba con insistencia de abrir un chiringuito en una playa de Formentera, para el que decรญa contar ya con licencia, pero era evidente que se trataba de un proyecto mรกs, destinado sobre todo a apaciguar la intranquilidad de mi madre, de los muchos inconcretos que le rondaban la cabeza. Estaba agotado, sin รญmpetu ni imaginaciรณn para elucubrar una salida real. Con posterioridad me he preguntado si el cรกncer que lo matรณ al cabo de pocos aรฑos no habrรญa hecho ya presa en รฉl y envenenaba su metabolismo. Puede ser. La otra alternativa, que considero mรกs verosรญmil, es que estuviera paralizado por el miedo. En el fondo, yo contaba con datos suficientes para haber imaginado algo asรญ pero no supe hilar las conexiones necesarias hasta que fue tarde.

Aquรญ la narraciรณn deberรญa bifurcarse entre lo vivido por mรญ y lo vivido por mi madre. No puedo hacerlo mรกs que parcialmente, ya que de la parte de mi madre apenas conozco el final. Mientras yo asistรญa a las clases de mi รบltimo curso de instituto, mi tรญo se aficionรณ a acompaรฑarla al anticuario. Se quedaba con ella toda la maรฑana, demostrando una competencia y una labia con los clientes que la conmovรญan y le hicieron albergar esperanzas de que fueran el detonante de un cambio de actitud. Nunca los vi en esas circunstancias, pero debรญan formar una pareja en verdad peculiar, tan altos los dos, tan elegantes sin deliberaciรณn, tan distantes a la vez que cรกlidos, tan parecidos pese a la diferente edad…

Mi turno, cuando mi tรญo estaba disponible para mรญ, era la tarde: las tres horas, tras el almuerzo en casa, durante las cuales mi madre debรญa abrir de nuevo el anticuario. No andรกbamos boyantes de dinero, ya lo dije, y nuestros planes eran limitados. Tampoco disponรญa yo de excesivo tiempo, cercanos como estaban el fin del curso y las pruebas de selectividad a las que deberรญa presentarme a principios de junio. Alguna vez fuimos al cine pero por lo general permanecรญamos en casa, limitรกndonos a dar un paseo cuando daba por concluida mi jornada de estudio. Casi no hablรกbamos, pero he de decir que me sentรญa afortunado. Pese a que percibรญa las tribulaciones de mi tรญo, su cercanรญa me proporcionaba serenidad y me recreaba en la ilusiรณn de mantener con รฉl una silenciosa camaraderรญa. Las cortas conversaciones que sostuvimos versaron sobre su infancia y la de mi madre. Yo le preguntaba sobre aspectos diversos, a la caza de las razones, mรกs allรก de su orfandad materna y las malas relaciones posteriores con su padre, que me permitieran entender el porquรฉ de que ambos hubieran tenido trayectorias vitales y laborales alejadas de lo que su origen social habrรญa dictaminado, y รฉl me respondรญa con historias embellecidas y a veces con defensivas declaraciones que buscaban cortar mi pesquisa.

–Prefiero ser lo que soy, antes que pudrirme en un apestoso despacho de abogados –me soltรณ en una ocasiรณn.

Sucediรณ una tarde de mediados de primavera, en la que la luz filtrada por las nubes adquirรญa reflejos metรกlicos. Habรญamos estado en el jardรญn botรกnico y regresรกbamos a casa, callejeando por el barrio de las letras. Nada hacรญa prever lo que enseguida sucederรญa. Asรญ es siempre, supongo. Caminรกbamos despacio, contagiados de la calma que el escaso trรกnsito nos infundรญa, cuando repentinamente dos hombres se lanzaron sobre รฉl, lo zarandearon y lo arrastraron hasta un bar. Yo entrรฉ detrรกs, y, mientras uno de ellos me sujetaba del pecho de la camisa y el otro discutรญa con mi tรญo en una esquina, percibรญ la alarma que nuestra violenta irrupciรณn provocaba en el solitario camarero. No protestรณ, sin embargo. Se mostrรณ mรกs sagaz. Consciente de la anomalรญa de la situaciรณn, descolgรณ un telรฉfono de gรณndola apoyado sobre un refrigerador junto a un listรญn de canutillo de alambre y marcรณ. Para entonces, el hombre que me agarraba me habรญa arrastrado hasta la barra y le pedรญa una Coca Cola y una cerveza. Lo vio al telรฉfono pero no sospechรณ. Ni siquiera yo supe que de esa llamada dependรญa mi suerte. Todo sucediรณ mรกs rรกpido que como lo describo aquรญ. Mi confusiรณn era suma. Intentรฉ escuchar la conversaciรณn de mi tรญo con el otro hombre, pero solo este hablaba y lo hacรญa en susurros, sujetando a mi tรญo por la cintura en un gesto que pretendรญa parecer amistoso. Los ojos de mi tรญo expresaban pavor. Lo vi con nitidez en un momento en que cruzรณ la mirada conmigo, poco antes de que el otro se volviera y me observara. El examen que este me dedicรณ fue moroso pero abstraรญdo, un incentivo para pensar. Luego lo interrumpiรณ para decir algo a mi tรญo y mi tรญo asintiรณ con la cabeza.

No son tantas las cosas que de improviso remueven nuestros cimientos y nos hacen tambalear. Ocurre con las muertes que nos tocan muy de cerca y con algunas pรฉrdidas. Lo raro es que cuando algo asรญ sucede, no sentimos el golpe de inmediato. Es como si, para amortiguarlo, nuestro cerebro nos protegiera forzรกndonos a calibrar que era inexorable y que en el fondo intuรญamos que sucederรญa. Al recibirlo, nos sentimos extraรฑamente lรบcidos y tenemos la sensaciรณn de que todo encaja. A eso lo denominamos quedarnos aturdidos, pero no es cierto. De hecho, pocas veces contemplamos con mayor hondura y calma ese mecanismo azaroso y con frecuencia cruel al que llamamos vida. Mรกs tarde llegan la ira o el desconsuelo, que son lo contrario de la lucidez, y, mรกs tarde aรบn, el intento de recomponernos a partir de los pedazos esparcidos. Asimilar el golpe lo llamamos. Este es el proceso mรกs largo, pero tambiรฉn aquรญ erramos en la expresiรณn: lo aceptamos, no lo asimilamos.

Ese atardecer de primavera, mi tรญo se marchรณ del bar dejรกndome como garantรญa de su regreso y, si bien me es imposible corroborarlo, pues apenas unos minutos despuรฉs sonรณ una sirena y los dos hombres se dieron a la fuga, tengo la convicciรณn, a lo mejor injusta, de que no planeaba regresar, de que รฉl sรญ estaba aturdido. Por supuesto no tenรญa el dinero que, supongo, le reclamaban. Creo que solo pensรณ en sรญ mismo.

Quรฉ absurdo. Imagino que se resistirรญa a pedir ayuda porque eso lo habrรญa colocado en una situaciรณn aun mรกs embarazosa segรบn los cรณdigos del hampa. Tal vez considerรณ que no se atreverรญan a hacerme nada. Pero, entonces, ¿por quรฉ permitieron ellos que se fuera? Yo llevaba encima mi documentaciรณn y, en el mejor de los casos, se habrรญan dedicado a amedrentarme.

Al llegar a casa, preferรญ no contar a mi madre el incidente, pese a que mi tรญo no fue a dormir, ni llamรณ para avisar, y ella se inquietรณ. Lo hice posteriormente, y aรบn me arrepiento. Explicarรฉ enseguida el porquรฉ de mi decisiรณn, pero antes debo dar cabida al relato de mi madre. Al parecer, mi tรญo la llamรณ al dรญa siguiente, preguntรณ por mรญ, se excusรณ por su ausencia nocturna dando a entender que habรญa dormido con una mujer y despuรฉs se presentรณ en el anticuario y pasรณ con ella el resto de la maรฑana. Segรบn mi madre, salvo en la conversaciรณn telefรณnica previa, en la cual lo habรญa notado cauteloso, su comportamiento no habรญa sido distinto del de otros dรญas, solรญcito con los clientes y cariรฑoso con ella. En cambio, no la acompaรฑรณ cuando salieron a almorzar, ya que habรญa dicho tener una cita.

Mi madre me refiriรณ lo anterior someramente cuando nos encontramos para comer, pero los detalles los aรฑadiรณ por la noche, tras llegar a casa estremecida despuรฉs de descubrir que una de la piezas mรกs valiosas del anticuario, una tabla renacentista de un reputado pintor de la corte del Reino de Aragรณn, fรกcil de esconder debido a su tamaรฑo en la trasera de una chaqueta, habรญa desaparecido.

Mi tรญo no resistiรณ la posibilidad de volver a mirarme con el vergonzoso recuerdo de su deserciรณn, y yo no resistรญ la tentaciรณn de contรกrsela a mi madre. Me equivoquรฉ. Mi madre perdiรณ su trabajo en el anticuario y, como consecuencia de ello, pasamos una รฉpoca de penuria, pero, si bien acabรณ por olvidar la contribuciรณn de mi tรญo a su despido, jamรกs le perdonรณ haberme dejado solo en aquel bar.

O sรญ lo hizo. Pero ya tarde. Cuando la muerte batรญa ya sus alas sobre รฉl y nada podรญa reparar mi traiciรณn. ~

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