Retrato de Rosa

Esta es la verdad de la extraordinaria aventura de Rosa Verduzco en Zamora. Que su leyenda irrite y moleste no tiene nada de sorprendente
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En Zamora de Hidalgo, estado de Michoacán, Rosa Verduzco es una leyenda viva. Todos los que, como yo, llegan un día a esta pequeña ciudad colonial oyen enseguida hablar de ella y de su república de niños, la Gran Familia. Como todos los personajes excepcionales, Rosa Verduzco suscita a la vez la admiración de sus fieles y las críticas de sus enemigos. Para estos últimos, es una arribista, una manipuladora, una psicótica que se sirve de los niños para obtener poder. La verdad es que Rosa Verduzco es y seguirá siendo una de las pocas figuras en el valle de Zamora que se aproxima a lo que llamamos santidad, con todo lo que conlleva de excesivo y de prodigioso.

Todo en ella es leyenda. La Gran Familia no nació de un capricho. Es una revancha sobre la vida. Una joven de buena familia, heredera de propiedades agrícolas, dice la leyenda, se enamoró de un joven, un simple peón del rancho de sus padres. Cuando ellos intervinieron para prohibir el romance, Rosa les espetó: “No me casaré nunca, pero tendré hijos.” Y mantuvo su palabra: sus hijos fueron los niños y niñas abandonados, primero de Zamora y luego de toda la región, a quienes dio el prestigioso apellido de los Verduzco. Pronto pudo adoptar niños venidos de las cuatro esquinas del país, a quienes sacaba de la prisión y, además de su apellido, daba techo, educación, un porvenir. Es decir, todo aquello que ni ellos ni ella tenían: una familia.

Cuando la conocí, a principios de los años ochenta, la Gran Familia constaba de unos trescientos niños. Hoy son el doble. Los mayores entraron a la vida adulta, encontraron trabajo, se casaron, pero en su mayoría siguen siendo fieles a su mamá Rosa. Se ocupan de los más pequeños que siguen en la institución; los visitan, los animan a estudiar, a incorporarse a la sociedad. La Gran Familia, aun siendo una obra ideal, no es una institución privilegiada, pero tampoco tiene la frialdad administrativa de un orfanato. Muchos de los niños que Rosa Verduzco recoge son vagabundos que han escapado de familias disfuncionales, acostumbrados a la violencia, víctimas de brutalidades, pero también propensos a la delincuencia. Algunos son adictos al cemento, otros son prostituidos, son ladrones, criminales. Rosa los sacó de los reformatorios donde estaban encerrados y ha tenido que trabajar con ellos para corregir su comportamiento, vencer su resistencia, amansarlos como se haría con jóvenes animales salvajes. Para ello, Rosa aprendió sobre la marcha lo que no le enseñaron en su juventud dorada: a hablar y actuar fuerte y duro, utilizando su lenguaje, su argot, para responder a sus insultos. Los sacó de la calle, donde eran maltratados y vivían bajo la amenaza de la muerte, pero no fue para ofrecerles una vida fácil. Tuvieron que aprender a obedecer, a desfilar en formación, a participar en las labores comunes de la casa. Su recompensa no fueron dulces o buenas calificaciones. Fue la música. Al crear un coro, una orquesta, le abrió a esos niños la puerta de una libertad que no habían imaginado: la armonía, el ritmo, la satisfacción de conseguir algo en conjunto, de unir sus fuerzas para producir belleza. Ese es el milagro que logró Rosa Verduzco sola, sin apoyo, a pesar de las críticas de sus pares, convencidos de los privilegios de su clase. Nadie hubiera imaginado, al principio, que esos pequeños pobres, esos abandonados, esos humillados, brutalizados y brutales, destinados a la cárcel o a la prostitución, se volverían artistas. Algunos se alejaron del grupo, son músicos profesionales. Los hay que se realizaron de otra manera y son artesanos, ingenieros, abogados, profesores. Otros, es cierto, volvieron a la delincuencia, nuevamente atrapados por las pandillas. Sin embargo, en su conjunto la Gran Familia es un éxito increíble en la rehabilitación de los niños abandonados de México; una experiencia única, sin precedentes.

La leyenda de Mamá Rosa ha cruzado las fronteras. Rosa ha conocido políticos, hombres y mujeres de poder, académicos. Asociaciones y empresarios contribuyen con sus donativos a la supervivencia de la república de niños. Isabel II, reina de Inglaterra, le obsequió un autobús para transportar a sus niños. Cuando la pareja real visitó México, expresó su deseo de reunirse con Rosa Verduzco. Como ella misma cuenta, no sin humor, aceptó el encuentro con una condición: que sus “hijos” la acompañaran y tocaran y cantaran ante la ilustre concurrencia. También pidió que cada uno de sus pequeños pudiera saludar personalmente a la reina y al príncipe consorte, ¡y así fue!

Esta es la verdad de la extraordinaria aventura de Rosa Verduzco en Zamora. Que su leyenda irrite y moleste no tiene nada de sorprendente. Rosa nunca moderó sus críticas frente al egoísmo de sus contemporáneos, esa clase pudiente que tiene la seguridad que da la fortuna y la convicción que da el poder. Cuando vivía en Zamora, oí la camioneta de Rosa circular por los bonitos barrios de la ciudad, mientras ella, con su voz gritona amplificada por una bocina, daba a conocer los nombres de todos los que se habían negado a contribuir para el sostén de la Gran Familia. El 16 de septiembre, entre el desfile de los alumnos de escuelas privadas, marchaban orgullosamente las cohortes hirsutas y harapientas de los miserables, para recordarle al mundo su existencia. Muchas veces se han tramado intrigas en contra de Rosa. Han querido expulsarla, porque su institución se encuentra en el centro de Zamora, a plena vista de los vecindarios elegantes, a cuyos moradores exaspera esa presencia. Las conspiraciones han llegado lejos: la han acusado de maltratar a los niños, cosa que siempre ha negado. Peor aún, la han acusado de prostituirlos, hasta de traficar con sus órganos. Supo resistir siempre. Logró que las escuelas privadas de alcurnia, donde son educados los hijos y las hijas de la burguesía, impartan cada tarde cursos para sus niños, sin cobrar por ello. Maestros de piano, violín, o trompeta vienen de todas partes del mundo para enseñarles música. Puede ser que algunos de estos extranjeros queden contrariados por la severidad con la que Rosa mantiene la disciplina en esas clases. Pero cuando los niños tocan, cuando cantan, algo de una extraordinaria pureza sale de sus pechos, algo que trasciende la realidad y da pie a la esperanza.

Gracias, Rosa, por haber creado ese milagro cada día, con tenacidad, con arrebato. Puedes contar conmigo, con la amistad –como me presentaste un día a los niños– de ese “chingón premio Nobel”. Puedes contar con el apoyo de los que te queremos, para ti y para cada preciado miembro de tu Gran Familia.

 

J.M.G. Le Clézio, a 17 de julio de 2014

 

Pd. Me entero hoy que los enemigos de Rosa Verduzco han lanzado un nuevo asalto contra su obra, cerrando la Gran Familia y dispersando a sus miembros. Cualquiera que sea la causa de tal medida, es inaceptable e intolerable. Urge que la Gran Familia recupere su hogar, por el porvenir de estos niños y por la dignidad de todos nosotros, en cualquier parte del mundo en que nos encontremos. 

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