Si Gauguin levantase la cabeza (y leyese Vogue)

La exposición de fotografías de moda en el Museo Thyssen provoca una pregunta: ¿cómo se lleva la mercadotecnia con el museo? 
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La luna puede parecer una perla o un foco de alumbrado del extrarradio. Todo depende de si observa el cielo desde un ático del centro de Madrid o desde la minúscula ventana de un piso interior en la primera planta. Del mismo modo, una obra puede resultar arte si el lugar en el que se encuentra lo legitima como tal, o puede apreciarse como un intento moribundo de darle una pátina cultural a un producto comercial. Cuando el barniz se desgaste, ¿la exposición Vogue Like a Painting seguirá siendo merecedora de un espacio como el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid?

El proyecto, comisariado por Debra Smith, reúne sesenta y siete imágenes —y dos vestidos de alta costura— de los fondos del archivo de la revista Vogue realizadas, en su mayoría, por fotógrafos clásicos de moda: Annie Leibovitz, Mario Testino, Paolo Roversi, Erwin Olaf, Tim Walker o Nick Knight. Entre las piezas hay homenajes obvios a pinturas icónicas de la Historia del arte como la Santa Isabel de Zurbarán, la Joven de la perla de Vermeer o al bodegón con mangos de Gauguin: de la pintura española del Siglo de Oro al retrato holandés o al Impresionismo. El director artístico del Museo Thyssen, Guillermo Solana, escribe en el catálogo de la muestra que en muchas de las obras se reconoce “la inspiración concreta de artistas que habitan en el piso de arriba de este museo, como John Sargent o Edward Hopper”. Las palabras del filósofo Javier Gomá Lanzón quizá debieran memorizarlas aquellos que manejan las políticas culturales: “Estamos viviendo una época donde la alta cultura y la industria comparten estantería. Dos productos antagonistas que emplean el mismo traje”.

Yolanda Sacristán, directora de Vogue España, agradece a maestros como Velázquez, Sorolla o Tintoretto que hayan “legado su obra para la posteridad”. Si Gauguin levantase la cabeza y leyese dicha revista quizá sería él el encargado de imprimir El Cristo amarillo en miles y miles de camisetas para Bershka emocionado ante la idea de una cultura de plastilina que se moldea para pasar de ser Pixar, Vogue —o Inditex, quién sabe— a ser arte. ¿Es lícito introducir mercadotecnia en un museo?

Fotografía de Erwin Olaf

Solana justifica la decisión en el pictorialismo fotográfico: “Algunas fotos de esta exposición no evocan directamente cuadros, evocan aquellas viejas fotografías del final del siglo XIX que a su vez pretendían emular a la pintura”. Sin embargo, los visitantes se agolpan alrededor del vestido de Valentino «con motivos florales» mientras suspiran con anhelo: «Me encantaría llevar algo así en la boda de mi prima», comenta una chica. A unos metros, una pareja observa con quietud una fotografía de Erwin Olaf: "El cuello del vestido es precioso", le dice ella a su marido. Cuando despertó, el pictorialismo seguía allí, sí, pero la estética en este caso es la que ronca y, por tanto, la que se hace oír. Parafraseando a André Breton, que hablaba del niño que intenta conocer las hormigas a fondo dando patadas a un hormiguero, tratar de reflexionar sobre el arte a través de estas imágenes es como buscar en internet dicho término e irse a Google Imágenes. Pura complacencia. 

Si bien hay dos maneras de observar la realidad, con la nariz arrugada o encogido de hombros, tan solo hay una para ver esta exposición: con gesto terso y despreocupado, como un ciudadano de un mundo feliz. Por qué no, a veces funciona.

 

Vogue like a painting puede verse en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, del 30 de junio al 12 de octubre.

 

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