Hace setenta años apareció por primera vez en Action Comics la figura de un hombre maduro en pijama azul y con calzoncillos rojos por fuera. En aquella portada cargaba un auto sin demasiado esfuerzo. Desde entonces, un superhéroe nos vigila.
Una variante de la saga de Superman, publicada por DC Comics en el 2003, pregunta: ¿y si el nativo de Kripton no hubiera aterrizado en Kansas sino en la Unión Soviética? Enfundado en un traje igualmente entallado, con una hoz y un martillo adornándole el pecho, Superman: Red Son es una serie de colección que nunca está de más releer. A propósito, uno de tantos ensayos por uno de tantos especialistas en el tema.
También azulados y animados, pero infinitamente más inocentes, los Pitufos, la caricatura belga que ha dado pie a interrogantes sin solución –¿a qué alucinógeno corresponden las pitufifresas?– cumplen cincuenta años de haber sido creados.
Y para terminar, es conveniente recordar que no mucho tiempo después de las quemas de libros organizadas por los estados totalitarios en Europa, Estados Unidos vivió un furor similar cuando el macartismo alcanzó a la industria del comic. El crítico musical David Hajdu vuelve a aquella época en la que las historietas eran la puerta de entrada al mundo del crimen. No sólo se elevaron piras de flamas azuzadas por las tintas multicolores sino que se le limó el filo a una de las expresiones subversivas por excelencia. Está en nosotros saber si el comic ha recuperado lo incisivo. El novelista Michael Chabon, opina que sí.
– La redacción