Cuando se lee la frase solución de continuidad, hay que hacer una pausa para entenderla. Es fácil encontrar lo que quiere decir (‘discontinuidad’), pero se olvida; y la próxima vez hay que buscar de nuevo. Sucede lo mismo con la frase sin solución de continuidad, que significa lo contrario (‘sin discontinuidad’).
La incertidumbre viene de la palabra solución, que ya no evoca su primer significado: ‘separación’. No es fácil asociarlo con los significados más comunes: ‘forma de resolver una dificultad’, ‘líquido que contiene una sustancia disuelta’. Lo consonante con estos significados sería que, por ejemplo: “Se encontró una solución de continuidad” significara: ‘Se encontró una solución para mantener la continuidad’ o ‘Se encontró una solución de sulfato de continuidad’; pero significa ‘Se encontró una discontinuidad’. La desorientación aumenta porque muchos proveedores anuncian “soluciones de continuidad”, y no quieren decir garantizamos interrupciones del servicio’, sino todo lo contrario.
El Diccionario de la Real Academia registra solución de continuidad desde 1899 como “Interrupción o falta de continuidad”. Parece el registro tardío de un uso antiguo, porque solution de continuité se usa en francés desde 1314 para designar las llagas y fracturas corporales (Le Robert dictionnaire historique). En inglés, solution of continuity se usa desde 1541 para llagas, fracturas y venas o arterias rotas (Oxford English Dictionary). Hay locuciones equivalentes en italiano (soluzione di continuità) y en otras lenguas. En todas, el uso se extendió de las rupturas de continuidad en el cuerpo a toda clase de rupturas, interrupciones o discontinuidades: en una roca, en un relato, en una tela, en una operación militar, en un jardín, en un negocio, en el empleo.
Curiosamente, cuando se busca en Google, el número de páginas web que contienen la frase varía mucho: 0.6 millones en inglés, 2.8 en francés, 3.3 en español y 5.4 en italiano (10 de agosto 2010). Suponiendo que la web tenga cinco veces más páginas en inglés que en español (la misma proporción que en la Wikipedia), cabe suponer que la frase se usa 28 veces más en español que en inglés (5×3.3/0.6). Otra curiosidad: La doble negación (sin solución de continuidad) se usa desproporcionadamente más en español (1.3 de los 3.3 millones de páginas: 39%) y en francés (0.5 de 2.8: 18%) que en inglés (0.02 de 0.6: 3%) e italiano (0.06 de 5.4: 1%).
El problema viene del latín. La palabra solutio quería decir ‘separación’, pero dissolutio quería decir lo mismo. Era una forma enfática de la misma palabra. De ahí derivan solución y disolución que en español también significaron ‘separación’. No es tan extraño. Si bien hay pares de palabras con significados opuestos marcados por el prefijo dis: gusto y disgusto, parejo y disparejo, tensión y distensión, continuidad y discontinuidad; hay pares en los cuales dis no indica un significado contrario, sino el mismo, reforzado o con algún matiz: simular y disimular, torsión y distorsión, soluble y disoluble. Este uso ambivalente del prefijo dis viene del latín: dissimilis significaba lo contrario a similis, pero dissolutio significaba lo mismo que solutio.
El primer significado latino de soluere fue ‘separar’, con muchas aplicaciones: ‘desatar un nudo’, ‘levar el ancla’, ‘pagar una deuda’, ‘resolver un problema’, ‘disolver un matrimonio’, ‘desligarse de un voto’. De ahí derivan absolver (‘desatar’), disolver (‘desagregar’), resolver (‘separar los elementos y decidir’), absoluto (‘separado, más allá de cualquier cosa’), disoluto (‘desatado’), disuelto (‘desagregado’), solvente (‘no atado por deudas’, ‘desagregante’), insoluto (‘deuda remanente’), disolvente (‘desagregante’, ‘desobligante’), resuelto, irresoluto, absuelto, suelto, soltero, soluble, soltar, soltura, solución, disolución, resolución, solucionar, solventar, etcétera. (Alfred Ernout, Antoine Meillet, Dictionnaire étymologique de la langue latine, artículos dis-, soluo y, para lo que sigue, ranceo. Joan Corominas, José A. Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, artículo absolver.)
La ambivalencia del prefijo dis no es la única. De absoluto deriva absolutamente que, como interjección, es ambivalente. Puede significar ‘¡Absolutamente sí!’ o lo contrario: ‘¡Absolutamente no!’. Si el contexto no lo define, hay que aclararlo.
Manuel Alcalá (1915-1999), que animó las sesiones de la Academia Mexicana de la Lengua con su buen humor, su elegancia moral y su asombrosa capacidad de pronunciar correctamente media docena de idiomas, coleccionaba palabras ambivalentes. Su mejor ejemplo era rancio, un adjetivo que ennoblece (rancio abolengo) o degrada (huele a rancio).
Viene de rancidus, que en latín empezó por adjetivar lo que se pudre y huele mal, luego todo lo que huele mal porque se degrada con el tiempo y, finalmente, a las personas desagradables (era como decirles apestosas). Estuvo emparentada con rancor, de donde viene rencor: la rabia rancia de los que guardan agravios y resentimientos que ya apestan.
Ni en latín, ni en los derivados italianos (rancido, rancore), ingleses (rancid, rancor), franceses (rance, rancune), gallegos y portugueses (rançoso, rancor), hay la connotación positiva de rancio abolengo en español y ranci llinatge en catalán. Para expresarla se usan palabras que significan ‘antiguo’ (antico lignaggio, ancient lineage, ancienne lignée, liñaxe antiga, linhagem antiga).
Quién sabe cómo apareció el uso positivo en español y catalán. Que se haya dicho apestoso abolengo para elogiar no parece creíble. Quizá hubo antes un uso positivo de rancio más verosímil. Le Grand Robert (aunque no el Diccionario de la Academia) registra rancio (en español) desde fines del siglo xvii como nombre de un tipo de vino que al envejecer se vuelve dulce y dorado. Ilustra el uso con una frase positiva: “Un rancio renomée” y una cita igualmente positiva de Stendhal: “excellent vin vieux nommé rancio”. La Wikipedia en francés (“rancio”) lo describe como un vino maderizado por años en barricas que le dan aromas de frutas secas. Bajo esta hipótesis, rancio como elogio viene del mundo de los vinos añejos.
Otros ejemplos: Sancionar es ‘aprobar’, pero también ‘castigar’. Una ‘pequeña elevación del terreno o colina’ se llama collado, pero igual se llama una ‘depresión del terreno que permite el paso entre montañas’. El adjetivo civil, que ahora es admirativo, fue despectivo (lo noble era el campo, no la ciudad). En francés, sacré es ‘sagrado’, pero también ‘maldito’. En inglés, rank es ‘distinción’ en persons of rank, pero ‘maloliente’ en smell rank (quizá por derivación de rancid).
En el vocabulario del apodo, la burla y el insulto abunda la inversión de valores. “El Mudo” puede ser el apodo de un hombre taciturno, pero también de un parlanchín. Una belleza escultural puede ser llamada “La Contrahecha”. Cabrón era un insulto para el cornudo, pero luego también para el malvado que disfruta dañar. Madre tiene connotaciones positivas (a toda madre) y despectivas (vale madre) en el habla popular de México. En los tiempos del pri, ser balconeado era recibir la oportunidad de figurar al lado del presidente en un acto público, como señalada preferencia por un aspirante. Se volvió lo contrario: ser exhibido públicamente para arruinar sus aspiraciones.
El Diccionario de la Academia registra pocho desde 1803 como ‘descolorido, quebrado de color’. Pero, desde 1970, añadió tres acepciones más: ‘podrido’, ‘que no disfruta de buena salud’ y ‘muy bueno, excelente’. La última es inexplicable. ~
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.