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En un capítulo más o menos reciente de una serie (no diré cuál para poder describir la escena sin cometer un pequeño spoiler, aunque quien desee saberlo no tiene más que hacer click aquí), un personaje encuentra unas cuantas bolsas repletas de tiritas de papel. Son los restos de documentos comprometedores de los que alguien ha querido deshacerse pasándolos por una trituradora. Como nuestro personaje cree que pueden serle útiles, se los lleva y luego se pone a tratar de reconstruir los originales. Al rato, para ayudarse, vemos que ha comenzado a pegar las tiritas de papel, por un extremo, a una base rígida. El conjunto queda parecido a una cortina de tiras de plástico. Al cabo de unas horas, con ayuda de alguien más, logra reconstruir varios de los folios originales.
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La escena recuerda, sin dudas, la historia de los archivos secretos de la Stasi, la policía secreta de la extinta Alemania del Este. Esos papeles, que recogían los datos proporcionados por los miles de espías del régimen (tal como retrata la notable La vida de los otros), fueron hechos añicos entre noviembre de 1989, en los días de la caída del Muro, y el 15 de enero de 1990. Dos meses que dejaron como resultado 16 mil sacos llenos de más de 600 millones de tiritas y pedacitos de papel.
Con el fin de echar luz sobre esos años oscuros, un grupo de archivistas de un pequeño pueblo bávaro llamado Zirndorf comenzó, en 1995, a armar el rompecabezas, una tarea faraónica a la cual los especialistas le auguraron unos siete siglos de duración. Poco más tarde, un ingeniero llamado Bertram Nickolay desarrolló un programa informático que permitiría, según sus optimistas previsiones, acabar la tarea en 10 o 12 años. Pero después de cinco años de trabajo solo se habían logrado escanear el contenido de 24 sacos y procesado el de 12. Por eso, el proyecto de Nickolay corre el riesgo de perder la financiación.
Si tal cosa ocurriera, todo quedaría en manos de los archivistas de Zirndorf, que en dos décadas reconstruyeron el equivalente al contenido de 400 sacos, algo así como 1,3 millones de páginas. Terminarían a mediados del siglo XXVIII.
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La imagen del armado de un texto a partir de tiritas de papel también genera otras reminiscencias. Sobre todo, un libro: Cent mille milliards de poèmes, del francés Raymond Queneau, publicado en 1961. El título ha sido tradicionalmente mal traducido al castellano como Cien mil millones de poemas, cuando en realidad quiere decir Cien mil millardos de poemas o, como un millardo equivale a mil millones, Cien billones de poemas. Nada menos.
El libro ofrece diez sonetos, con la peculiaridad de que todos ellos respetan la misma estructura de rima. Esto hace que todos los versos sean intercambiables de un soneto a otro. Es decir, más allá de los diez originales de Queneau, se pueden armar sonetos tomando el verso 1 de cualquiera de ellos, el verso 2 de cualquiera, el verso 3 de cualquiera… hasta llegar al verso 14. Para facilitar este juego, las páginas del libro venían cortadas en tiritas horizontales, configurando un rompecabezas de aspecto parecido al de quien intenta reconstruir un documento a partir del fruto de una trituradora.
La cantidad de combinaciones posibles surge de elevar el número 10 (la cantidad de opciones para cada verso) a la decimocuarta potencia (porque los versos de un soneto son catorce). El resultado: un 1 seguido de catorce ceros. Cien mil millardos, cien billones. Si —como se suele hacer para celebrar el Quijote o el Ulises— se organizara una lectura continuada de todos los poemas de Queneau, a un ritmo de medio minuto por soneto, se leerían 120 poemas por hora, 2.880 por día, algo más de un millón en un año. Harían falta casi cien millones de años para terminar. Los siete siglos de los abnegados archivistas de Zirndorf ya no parecen tanto tiempo.
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Poco antes de la publicación de sus Cien millardos de poemas, Raymond Queneau había sido uno de los fundadores del grupo Oulipo, acrónimo de Ouvroir de littérature potentielle (“Taller de literatura potencial”). El propio Queneau definió esta literatura potencial como “la búsqueda de formas, de estructuras nuevas que podrán ser utilizadas por los escritores de la manera que les plazca”.
Una de las bases de la literatura potencial está dada por las llamadas constricciones, normas que el propio autor se impone en el momento de la creación. Marcel Benabou, miembro del grupo desde 1970, define al autor oulipiano como “una rata que se construye ella misma el laberinto del cual se propone salir”, una laberinto compuesto “de palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía y todo eso”. Dos de los casos más conocidos de escritura con constricciones son las novelas La Disparition (1969) y Les Revenentes (1972), de George Perec. La primera está escrita solo con palabras que no incluyen la letra e, la más frecuente en el idioma francés. La segunda es su contrapunto: no incluye ninguna vocal más que la e.
Cuando una persona es declarada miembro de Oulipo lo es para siempre, sin importar lo que ellos consideran detalles más bien menores, como por ejemplo el hecho de morirse. En la actualidad el grupo está compuesto por 40 integrantes, 23 de ellos con vida. Las dos últimas incorporaciones, en 2014, fueron hispanoparlantes: el español Pablo Martín Sánchez y el argentino Eduardo Berti.
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Una de las mayores influencias para Queneau y los demás creadores de Oulipo fue el movimiento surrealista, que tuvo su auge en la década de 1920. Una de las herencias más conocidas de los surrealistas es el cadáver exquisito, un juego que consiste en la creación colectiva de una obra (en principio literaria, pero también se han hecho desarrollos visuales, musicales, cinematográficos, etc.). Cada participante continúa el trabajo de los demás, pero sin conocer más que la última parte de ese desarrollo conjunto.
En la escritura, para que cada jugador vea solo la última parte de lo que escribió el anterior, lo que se hace es plegar el papel. Se podría decir, por lo tanto, que cada jugador escribe una tirita de papel. El cadáver exquisito, entonces, como el reverso perfecto de las máquinas trituradoras: mientras estas producen millones de trocitos que encajan entre sí pero se confunden en una marea ingobernable, el juego surrealista produce pedazos de texto sin coherencia aparente pero unidos en una misma hoja.
Y por eso también se podría decir que el objetivo final de los heroicos archivistas de Zirndorf y su rompecabezas es lo que, en palabras del vanguardista de origen griego Nicolas Calas, permite el cadáver exquisito: revelar “la realidad inconsciente de la personalidad colectiva” que lo ha creado. Aunque tengan que trabajar 700 años.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.