Para un aficionado al Real Madrid resulta complicado aceptar que el rival más odiado juega de esta forma magnífica, hipnótica, tan respetuosa del juego. Y ya sabemos que así va a ser, se apoderan del balón y no lo prestan; avanzan como una máquina que gotea y si penetran en el área penal en la que hay 8 jugadores rivales, siguen tocando sin apresurarse ni desesperarse. Juego profundamente barroco, cuyo horror al vacío se despliega para apoderarse de todo. Finalmente, como al personaje de Marea de arena de Gustavo Montiel, enterrado en la playa mientras ve cómo la marea sube lentamente hacia él, logra ahogar a los rivales sin remedio. Semejante amor por el trato al balón es apasionante y así se lo han hecho saber a cada rival. Javier Aguirre dijo que la ventaja del Manchester era que ya sabía de qué forma jugaría el Barcelona, y aun así, no pudieron encontrar la manera de derrotarlos. Cuando Xavi, Iniesta y Messi (quien a los 23 años ya ha ganado tres copas de Europa), e incluso debemos decir, Alves, se apoderan del balón, no hay forma de descifrarlos. Además, la enseñanza futbolística y humana de Erick Abidal, el imposible pase fallado de Busquets, la capacidad goleadora de Pedro y Villa y el pundonor de Mascherano, pintan un fresco que para un aficionado al Real Madrid resulta insoportable, pero para uno al futbol es maravilloso.
Por todo lo anterior, por esa lección de futbol, resulta increíblemente adolescente el desplante de Piqué y su deseo de celebrar el campeonato a partir del rival mayor. ¿Por qué es necesario hacer referencia al Real Madrid? Si el Barcelona ha logrado liberarse de sus peores fantasmas en la cancha, ¿se los vuelve a encontrar fuera de ella? ¿De verdad para un jugador de futbol, no es suficiente lo que su equipo logra hacer en la cancha? Con el premio a Abidal a la hora de recoger la copa, El Barcelona demostró su capacidad humana. Lo hemos visto cuando los titulares celebran los goles de los suplentes en la banca y cuando más allá de los regionalismos, los mismos jugadores festejaron el mundial ganado para España. El exabrupto de Piqué es totalmente innecesario y provoca que los medios se concentren en él y dejen al margen, por lo menos por unos momentos, la imponente demostración futbolística.
Del Manchester es difícil hablar. Con Guardiola y Ferguson, el partido del sábado pasado repetía 15 participantes de la final de hace dos años. En aquel Manchester jugaba Cristiano Ronaldo y ahora lo hace Javier Hernández. En México, el partido generó una expectativa especial ante la presencia del Chicharito –como culminación a su espléndida primera campaña europea. Una vez más ganó el pensamiento mágico: Manchester no ganó y apareció la sensación que comprueba una vez más nuestra inevitable tendencia a perder. Y a partir de ahí, surgen de nuevo las voces de la derrota y la necesidad de sacrificar siempre a uno –la inevitable vuelta a la escena de Huitzilopochtli. La ilusión para salvarnos de la tragedia cotidiana, para poder ganar en la cancha lo que la vida nos niega en la semana, se volvió a derrumbar. El Manchester no pudo descifrar al rival y la paliza que les pusieron en la cancha fue mitológica. No solo el Chícharo fue incapaz, todo el equipo, incluido el entrenador, cayó en la hipnosis del rival.
Antes de finalizar quisiera destacar a un histórico: Xavi. Es un jugador perfecto, inalcanzable, cuya infinita intuición para estar siempre cerca del balón, lo convierte en un jugador inmejorable. Su juego es tan inmenso que a pesar de estar en continuo contacto con él, parece que no está, que no se siente. Su respeto por el futbol es tan grande que se le ha devuelto con creces. Nada más, lo dice bien Gary Lineker: “mientras dura, estamos viendo cómo se esculpe la historia del futbol y eso lo debemos agradecer”.
Como escritor, maestro, editor, siempre he sido un gran defensa central. Fanático de la memoria, ama el cine, la música y la cocina de Puebla, el último reducto español en manos de los árabes.