Resulta extraño que en el catálogo de fetiches relacionados con la literatura la discusión sobre los mejores títulos no esté en los primeros lugares. A pocos les preocupa –y qué bueno– la redundancia de un título como Moby-Dick o la ballena, y no es difícil imaginarse a Melville indeciso y a alguno de sus peores amigos opinando: “venga, Herman, deja los dos nombres y ya está”. Los buenos títulos suscitan una mezcla de asombro y envidia que esconde la pregunta “¿por qué no se me ocurrió a mí?, y más de un lector quisiera que todos los libros por venir se titularan como cualquiera de António Lobo Antunes o que todas las novelas, sin importar la trama, la estructura o el estilo se llamaran La vida: instrucciones de uso.
Es probable que algunos escritores hayan lamentado encontrarse con El mapa y el territorio de Michel Houellebecq, pues da la impresión de que así habrían querido titular novelas que trabajan con el cruce entre las coordenadas, el límite y la apropiación de un espacio que se construye gracias a la narración. En este grupo podrían incluirse cuatro novelas que hablan sobre la relación del individuo y la ciudad, no como ambiente, o telón de fondo o marco de la historia, sino como un espacio que se crea junto con el personaje para hablar de temas como el desarraigo y la violencia. Se trata, en todo caso, de descubrir formas para hacer nuestro un lugar que no nos pertenece.
La más reciente es Razones para destruir una ciudad (Alfaguara, 2012) del colombiano Humberto Ballesteros. Cuenta la historia de Natalia, una mujer que inventa una ciudad, Venecia, como remedio para curar la soledad y la culpa de estar enamorada del esposo de su hermana. La novela de Ballesteros pone a dialogar el aliento imaginativo de Las mil y una noches con el pesimismo imaginativo de la saga de Onetti. La necesidad de destruir la ciudad de su ficción es para la protagonista una consecuencia natural de que el mundo afuera, Bogotá, se está desmoronando.
Ben Lerner y Humberto Ballesteros comparten el mismo año de nacimiento y la misma experiencia de haber vivido, en el primer caso, y de estar viviendo, en el segundo, en ciudades ajenas. Traducida este año al español, Saliendo de la estación Atocha (escrita originalmente en inglés y publicada en 2011) es la historia de Adam, un escritor norteamericano que va a Madrid por un año con una beca para escribir un libro de poemas. La ciudad de Adam –y su proyecto poético– está limitada por su poco dominio de la lengua española: Madrid tiene siempre dos versiones, es una ciudad que se bifurca siempre pues él no entiende si su interlocutor, por ejemplo, le explica su gusto por el arte abstracto o si le comunica lo abstracto que le parece que haya gente interesada por el arte. Estas dos versiones se funden con el atentado a la estación de Atocha en marzo de 2011, episodio que le dará pistas para entender el desorden de su vida.
Adam tiene la manía de subir a la azotea de su edificio a observar aviones. Imagina que desde arriba es posible observar una ciudad completa, sin fisuras. Algo parecido sucede en El libro de las nubes de Chloe Aridjis –traducido al español en 2011 y publicado originalmente en inglés dos años antes– en el que la protagonista, Tatiana, es una mexicana radicada en Berlín que se dedica a transcribir entrevistas y notas que hace un historiador sobre la experiencia de la gente antes de la destrucción del muro. La entrevista que más la marca es la que le han hecho a un aficionado a la meteorología, cuya afición por las nubes es la metáfora de la sensación de la protagonista con respecto a la ciudad: está allí, pero no la puede tocar.
Finalmente, Ciudad abierta de Teju Cole –traducida en 2012 y publicada en 2011–, sobre Nueva York, o mejor, sobre un hombre que camina en la ciudad y que logra contagiarnos de una calma nada parecida a la locura de las calles que recorre. El largo monólogo de Julius, recuerda el tono de los personajes de Sebald –también extraviados en el mundo– y nos incita a pensar en que cada paso en un lugar ajeno es al mismo tiempo una reflexión sobre el lugar que uno ocupa en ese espacio.
A su manera, cada una de estas novelas habla sobre la relación entre el afuera y el individuo. Salvo por la narradora de Ballesteros, que habla en segunda persona, pero que se dirige a sí misma, todos los protagonistas son narradores de su propia historia. Todos cuestionan el papel del espacio urbano como único factor de integración humana; al contrario, para ellos, la ciudad imposibilita esa integración, dejando al individuo con el reto de crear su propio lugar, y al mismo tiempo crearse a sí mismo. Todos van en buscar de las coordenadas para entender su territorio.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.