Uno de los grandes enigmas de la creación literaria es el paso de la imagen a la palabra. Aunque la palabra imaginar implica tener una imagen visual anterior a las palabras, es difícil saber si todos los creadores tienen que pasar primero por la imagen y de alguna manera misteriosa transmutar la sensación visual en palabras. Albert Einstein pensó que para él primero era la imagen y después podían venir las palabras y los símbolos matemáticos. “La imaginación es más importante que el conocimiento”, dijo Einstein en un aforismo que pocos han discutido o entendido. Los dos poemas que Borges escribiera sobre el grabado de Alberto Durero Ritter, Tod und Teufel son notables en primer lugar porque los publicó al mismo tiempo, en un momento de emoción creativa, muchos años después de haber visto el cuadro por última vez, y sobre todo porque son los únicos poemas de Borges, hasta donde tengo conocimiento, sobre un cuadro o una imagen.
Existen innumerables textos de Borges que hablan sobre libros, autores, frases, poemas, novelas, cuentos y ensayos en variados idiomas y países; algunos poemas y textos de Borges se refieren a objetos reales o imaginarios, pero parecería que la pintura y la escultura no tenían gran importancia para él. Existen poemas dobles sobre algunos temas como, por ejemplo, sobre Baruch Spinoza, pero no existen otros poemas o cuentos donde hable de un cuadro y menos desde un sensualismo visual que exprese su visión del mundo. La hermana de Borges, Norah, fue pintora y dibujante y él la admiró y quiso mucho. Hay que aceptar que la imaginación del autor, sin embargo, tenía un componente visual que le permitió dar una atmósfera muy clara y a veces extraña a la mayoría de sus textos narrativos y poéticos. Se podría argüir que la ceguera de Borges le impidió ver demasiados cuadros a lo largo de su vida, pero es muy posible que el impedimento visual grave se volviera incapacitante hacia principios de los cincuenta, cuando Borges asumió la dirección de la Biblioteca Nacional. Tampoco se interesó, por lo que sabemos, por otros grabados de Durero, considerados como obras maestras, como La melancolía, San Jerónimo o Adán y Eva; así que los poemas sobre El caballero, la muerte y el diablo no fueron generados propiamente por un interés general en la obra pictórica de Durero sino en particular sobre este grabado.
Las “Dos versiones de Ritter, Tod und Teufel” fueron publicadas en el volumen Elogio de la sombra de 1969 y Borges, ostensiblemente, preservó el nombre en alemán del grabado. Borges tenía setenta años cuando publicó estos poemas. En ese mismo libro se encuentran los “Fragmentos de un Evangelio apócrifo” y dos poemas con hermosos nombres ingleses: “The unending gift” y “His end and his beginning”. Aunque ya había escrito numerosos poemas con títulos en inglés, había publicado pocos con título en alemán. El más interesante y que tiene, a mi parecer, una relación con el poema que nos ocupa es “Ewigkeit” (“La eternidad”), que apareció en El otro, el mismo de 1964. La razón de conservar el título original no es evidente, aunque creo que lo más probable es que haya querido mantener el idioma alemán porque así fue como conoció el grabado en su niñez y porque tuvo para él resonancia emocional. Circunstancialmente, tenemos evidencia de que, en su niñez en Buenos Aires o en su adolescencia en Ginebra, Borges vio el “perdurable sueño de Durero”. El poema donde relata su experiencia visual es uno intensamente nostálgico, con título en inglés, “Yesterdays”, publicado en el volumen La cifra de 1981, cuando Borges tenía cerca de 82 años:
Soy cada instante de mi largo tiempo,
cada noche de insomnio escrupuloso,
cada separación y cada víspera.
Soy la errónea memoria de un grabado
que hay en la habitación y que mis
[ojos,
hoy apagados, vieron claramente:
El Jinete, la Muerte y el Demonio.
Es obvio que la visión del grabado tuvo un gran impacto en el Borges niño o adolescente. El impacto tuvo, sin duda, un componente estético, pero el mayor fue emocional. ¿Qué caracteriza al impávido caballero, rodeado de la turba infame? El valor, el coraje, la capacidad de pasar por la vida con valentía era una de las obsesiones de Borges. Ello explica su admiración por los compadritos cuchilleros, la escritura de “El hombre de la esquina rosada”, su predilección por el cuento “El Sur”, su reiterada reflexión sobre la valentía como uno de los grandes valores humanos. Nietzsche habla sobre el caballero de Durero como un “imperturbable sin esperanza”. Borges no comparte esta idea. La cosmovisión de Borges, expresada en muchos poemas, es que todo se acabará y nada durará y que en realidad sólo existe el instante, el momento presente: “El hoy fugaz es tenue y es eterno; otro Cielo no esperes ni otro Infierno.” “El Tiempo es el más apremiante problema de la metafísica, la eternidad un juego o una fatigada esperanza.” En ocasiones esta visión del mundo la sentía desconsoladora o insoportable. En el poema “Ewigkeit” –citado antes– se rebeló contra esta entrópica Weltanschauung que tantas veces había postulado. El nombre alemán del poema parece indicar que Borges no quería que se supiera del todo el tema del poema, en el que postula la existencia de la eternidad en los hechos de nuestra existencia terrena:
Torne a cantar la pálida ceniza,
los fastos de la muerte y la victoria
de esa reina retórica que pisa
los estandartes de la vanagloria.
No así. Lo que mi barro ha
[bendecido
no lo voy a negar como un cobarde.
Sé que una cosa no hay. Es el olvido;
sé que en la eternidad perdura
[y arde
lo mucho y lo precioso que he
[perdido:
esa fragua, esa luna y esa tarde.
Utiliza la palabra “fragua” como elemento constructor creativo. Uno de los triunfos de Durero fue lograr que la figura del caballero quede suspendida en el tiempo: “Imperturbable, imaginario, eterno.” De esa frágil eternidad en el arte habla Borges en este esforzado poema. Me emociona y me recuerda la frase de Spinoza según la cual la sabiduría del hombre libre consiste “no en una meditación sobre la muerte sino en una meditación sobre la vida”. ~