Estimada María Minera:
Le agradezco sinceramente la atención que le ha prestado a mi trabajo y el redactar la reseña de la muestra en el mam. Es un gran halago para mí, además, el que Letras Libres dedique una página entera a la exposición. Le escribo con el propósito de esclarecer una imprecisión de orden etiológico en su diagnóstico crítico. La parte sustantiva de la reseña la ha empeñado al dilema subyacente que impulsa mi actividad como pintor (la reconsideración de la pertinencia y del potencial de la pintura contemporánea en cuanto arte) y esto le permite hacer alusiones interesantes a Plinio, Vasari, Hegel, Musil, Reinhardt, Ryman, Foster, Tournier. Desgraciadamente, la nutrida elaboración de la sintomatología de nuestro contexto cultural relega el comentario de las obras (encarnación de más de veinte años de labor artística) a unas cuantas líneas apisonadas que dejan en entredicho la validez de mi propuesta pictórica. Así, en lugar de entablar una crítica a partir de la obra, su reseña economiza sosteniéndose en los clichés del enceguecedor lastre del avant-garde. Puedo referirme en particular a la sentencia con la cual cierra su escrito, donde usted lamenta que, a fin de cuentas, mi obra no suscita la sensación del encuentro con “un pintor de avanzada” como lo fue Picasso en su momento. A pesar de su inflexión difidente, derivo cierto deleite de su (falta de) reacción pues concuerda con mi intención autoral, en tanto que nunca he pretendido ser considerado “un pintor de avanzada”. Precisamente, mi intención ha sido, desde un principio, el ejercer pintura que fragua una distancia crítica con las ya rancias “avanzadas” romántico-vanguardistas regidoras de nuestro juicio estético por más de siglo y medio –entre ellas el rechazo moderno al oficio y la mimesis. De aquí que, al subrayarse la ausencia de “un encuentro con el trabajo de un pintor de avanzada”, nada se dilucida; dicha ausencia no es el desenlace de la apreciación de mi obra, sino condición implícita para ponerla en marcha. No pretendo clamar de antemano que mi obra establece relaciones vivaces y dinámicas con el público, tanto en el plano emotivo como intelectual, pero sí puedo asegurar que este es el ímpetu que la sustenta. Si, como usted diagnostica sin más, mi trabajo se reduce a un ejercicio taxonómico, una lección de anatomía pictórica, un estudio post-mortem, mis esfuerzos han sido un fracaso rotundo. Un fracaso posible, incluso probable, pero el cual su reseña no hace intento alguno por explicar. A falta de argumento crítico, lo que encontramos es una opinión somera, o bien un juicio a puerta cerrada. Los lectores de Letras Libres merecen algo más. Esta, por ahora, es mi respuesta. ~
– Yishai Jusidman
Estimado Yishai Jusidman:
No quisiera provocar una discusión ociosa acerca del sentido de la frase “pintor de avanzada”; no obstante, yo también me siento llamada a precisar. Tiene usted razón: las “‘avanzadas’ romántico-vanguardistas” no son ya, no podrían ser, la orden del día. Por eso exactamente dije “de avanzada” y no “vanguardista”. Ser un pintor de avanzada sólo quiere decir una cosa: que se busca ir hacia adelante, y no necesariamente sosteniendo la vieja y pesada bandera de las vanguardias. En ese sentido, avanzar es sólo una posibilidad entre otras: retroceder, oscilar, permanecer inmóvil, girar. Se puede ser, entonces, un pintor que avanza, como Gerhard Richter o incluso como Lucian Freud (lo avanzado no supone una postura históricamente vanguardista), o, en el otro extremo, se puede ser un pintor del jardín del arte (que, no se me malentienda, en absoluto pienso que sea su caso). Pero no puedo evitar preguntarle: si un pintor serio no busca avanzar, ¿entonces qué busca? ~
– María Minera