En El político de Platón, un joven clasifica a los seres animados en hombres y animales, y un extranjero le replica, socarronamente: Si las grullas hicieran la clasificación, los dividirían en grullas y animales. Y los hombres, naturalmente, quedarían entre los animales.
En su libro sobre este diálogo (Sur Le Politique de Platon), Cornelius Castoriadis dice que, con esta burla, Platón critica las clasificaciones subjetivas, el antropomorfismo y, en particular, la dicotomía griego/bárbaro. Llamar bárbaros a todos los que no son griegos es tomar a muy distintos pueblos por un lado absurdo, como si fuera una característica definitoria.
Castoriadis no menciona otra clasificación absurda que viene después, y prolonga la burla. El extranjero propone dividir a los animales que caminan en bípedos y cuadrúpedos; y a los primeros en bípedos con plumas y sin plumas. La definición del hombre como "bípedo implume" se volvió famosa de inmediato. Todavía se repite como broma, y ha sido mal leída desde entonces, porque la ironía no es fácil de leer. Nunca han faltado lectores que se creen astutos señalando el absurdo (puesto ahí por Platón para eso: para que lo vieran), como si ellos, y no Platón, fueran los autores de la burla. El primero en apropiársela fue Diógenes, el filósofo que andaba con una lámpara en pleno día buscando al hombre. Cuando se publicó El político, tomó un gallo desplumado y lo exhibió diciendo: Éste es el hombre, según Platón.
2. Las grullas y las grúas
Las grullas tienen largos el pico, el cuello y las piernas zancudas. Pueden estar mucho tiempo inmóviles, en una sola pata, y bajar de pronto el pico para atrapar a un animalito que va pasando (ratones, víboras, lagartijas, ranas, caracoles, insectos). Esta posición y movimiento dio nombre a las grúas desde la Antigüedad. Grullas y grúas reciben el mismo nombre en griego (geranos), latín (grus), latín popular (grua), francés (grue), italiano (gru), inglés (crane).
La raíz última de todas estas palabras es indoeuropea (gera), y llama a la grulla por su voz (decirle gera es algo así como decirle la ronca). Muchos cantos y voces de animales se llaman con palabras que empiezan con cr y gr: crascitar, croajar y crocitar (el cuervo), cri-cri y grillar (el grillo), croar y groar (la rana), crotorar (la cigüeña), graznar (el grajo, el cuervo, el ganso), gritar (en general), gruir (la grulla), gruñir (el cerdo, el perro y otros).
3. Una grulla de Othón
En sus Poemas rústicos, Manuel José Othón llama crotorar al canto de la grulla, en un endecasílabo milagroso:
la parda grulla en el erial crotora.
Es un concierto de eres, muy difícil de lograr. Las elegancias aliterativas fácilmente pueden volverse cacofónicas. Si fuera, por ejemplo:
la parra arrulla en el herrial la rorra
más que un endecasílabo, sería un trabalenguas, porque cinco erres son demasiadas para once sílabas. ¿Cómo puede Othón meter cinco eres en un verso perfecto? Desde luego, por un milagro poético; pero también, porque la ere se articula muy levemente.
Tomás Navarro Tomás en su Manual de pronunciación española dice que tanto la ere como la erre son articulaciones vibrantes alveolares, es decir: se pronuncian con la punta de la lengua en la base de los dientes superiores, interrumpiendo el paso del aire con un movimiento vibratorio. Pero en la erre la tensión muscular es mayor y la punta de la lengua es empujada repetidamente de dentro a fuera, mientras que en la ere la tensión es menor y la lengua se mueve de fuera a dentro. Además, la ere consta de una sola vibración momentánea, mientras la erre consta de dos o más, prolongables (como las prolongadas y sabrosas erres de Edith Piaf).
En su diálogo con Cratilo, Sócrates dice que las palabras se parecen a lo que nombran, y que las letras contribuyen a este parecido. Así la ro, como es vibrante, da idea de acción: rein (correr), tromos (temblor), krouein (golpear), rumbein (rodar). Esto se aplica, evidentemente, a crotora, que no sólo es vibrante: es onomatopéyica; pero no se aplica a parda, grulla, ni erial, que dan idea de inmovilidad, como todo el soneto de Othón ("Elegía 1", del "Canto tercero" del "Poema de vida"). De hecho, aunque todo el soneto prepara el desenlace musical (hay eres y erres por todas partes, en particular en doce de las catorce palabras que riman), la imagen plástica y auditiva del crepúsculo invernal es desoladora: "Nada se oye vivir." Esto subraya el canto de la grulla como único signo de vida y hace aún más vibrantes las dos eres de crotora: el canto elegíaco en el que todo desemboca.
En la intrincada senda, y en el rojo
peñón, y en la monótona llanura,
no queda ya ni un resto de verdura,
ni una brizna de hierba, ni un abrojo.
Tan sólo cuelga su último despojo
la seca hiedra, de la tapia oscura,
bajo la cual el ábrego murmura
y crujen las hacinas del rastrojo.
Viene la tarde cenicienta y fría
y una desolación abrumadora
se extiende sobre el monte y la alquería.
Nada se oye vivir. Sólo en la hora
del declinar tristísimo del día,
la parda grulla en el erial crotora.
4. De grúas y grulleros
Las grúas usadas por la policía de tránsito para llevarse a los automóviles mal estacionados han dado nombre a los encargados de hacerlo: grulleros en México, gruístas en España (como en Italia se llama gruistas a los camarógrafos que operan una cámara de cine montada en una grúa). Se trata de un oficio reciente, que empezó sin nombre. Hasta hace poco (¿1980?), se decía: "Llegó la grúa", no "Llegaron los grulleros". El nombre se formó sin conciencia de la relación entre grúa y grulla. Poreso, cuando empezó a salir en los periódicos, hubo un titubeo entre grullero y gruyero.
Es un titubeo que ya se había presentado y resuelto hace siglos. Según Joan Corominas (Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico), apareció primero grúa, luego gruya (derivación de grúa sobre el modelo tua: tuya) y finalmente grulla (sobre el modelo púa: pulla), aunque las más antiguas documentaciones (1251, 1106 y 1335) no siguen ese orden. Durante siglos, convivieron las tres formas, hasta que se impusieron grulla para el ave y grúa para la máquina.
No hace falta volver a este titubeo. Lo recomendable es escribir grullero con elle, como se escribe grulla.
5. Otros mexicanismos grulleros
La grulla cenicienta (grus canadensis) llega a México en el invierno. Su color dio origen al mexicanismo grullo, registrado por primera vez en 1844, según el Índice de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua. Don Melchor Ocampo, en una larga travesía marítima, escribió una lista de 907 mexicanismos, entre los cuales incluyó grullo con la siguiente definición: "Color pardo ceniciento obscuro de algunos animales." Una docena más de observadores lo han registrado después, y todos precisan que se aplica a los caballos. Algunos dicen que también a las mulas. Otros registran matices: grullo aplomado, grullo claro, grullo deslavado, grullo garrapato, grullo oscuro, grullo platero. Como sucede con otros colores de pelaje, el adjetivo puede volverse sustantivo: grullo se llama también al caballo de color grullo.
Hay tres refranes despectivos sobre el caballo grullo, registrados por Darío Rubio (Estudios paremiológicos, 1940): "Caballo grullo, ni mío, ni tuyo", "Caballo grullo o flor de durazno, mejor asno" y "Ni grullo, ni grulla, ni mujer que arguya".
¿Vendrá de este desprecio que se llame grullo, según Francisco J. Santamaría (Diccionario de mejicanismos, 1959), a lo que más comúnmente llamamos borrego: a la "Mentira, bola, invención o ficción" que anda suelta y circula? Dice también que se llama grullo en Sinaloa a una planta silvestre, de la familia de las sapindáceas. ¿Será por el color? Según Feliz Ramos i Duarte (Diccionario de mejicanismos, 1895), se llama grulla a la higuerilla o ricino en Oaxaca.
Y ¿de dónde vendrá llamar grullo al peso? Según el Índice, se registra por primera vez en los Estudios lexicográficos (1925) de Darío Rubio: "usamos este vocablo para llamar así a nuestro peso", "uno de tantos nombres que le damos". Pero según el Diccionario de americanismos de Augusto Malaret, se llama grullo al peso, festivamente, no sólo en México, sino también en las Antillas, Venezuela y Argentina.
Quizá porque las grullas llegan en invierno, se dice "Comienza a alear la grulla" o "Está aleando la grulla" cuando baja mucho la temperatura. Ignacio Manuel Altamirano fue el primero en registrar este mexicanismo en Proverbios mexicanos (manuscrito inédito de la segunda mitad del siglo XIX, publicado en 1997 por Andrés Henestrosa).
Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611) dice que las grullas "de noche, mientras duermen, y de día, en tanto que pacen, tienen sus centinelas que las avisan si viene gente". Quizá de esa característica viene la expresión mexicana "es una grulla baleada" o simplemente "es una grulla" para la persona alerta, "lista, viva, astuta", como dice Malaret. Hay media docena de registros en este sentido, aunque también hay tres con acepciones negativas. Según Horacio Sobarzo (Vocabulario sonorense, 1984), el adjetivo grulla "dícese del individuo falto de probidad". Según Darío Rubio (1925), ser una grulla baleada es ser una bala perdida, en el sentido mexicano de persona echada a perder. Según Feliz Ramos i Duarte, grulla es el "pegote, gorrón". Esto último puede referirse a que las grullas ocasionalmente comen de los campos agrícolas.
Del refrán "A tu tierra, grulla, aunque sea con un pie", que expresa el deseo de retorno del emigrante, hay una versión mexicana que expresa el rechazo al forastero: "A tu tierra, grulla, que ésta no es la tuya", recogida por Sobarzo en Sonora. José Luis Martínez, en su edición de la Obra poética de Ramón López Velarde, identificó el refrán original en el último poema de Zozobra ("Humildemente"):
Cuando me sobrevenga
el cansancio del fin,
me iré, como la grulla
del refrán, a mi pueblo…
Antes de que los automóviles tuvieran arrancador eléctrico, se les daba cran: se insertaba una manivela en el motor, que se hacía girar rápidamente hasta que arrancaba. Cran era simplificación del inglés crank (manivela), que Lynn White (Tecnología medieval y cambio social) asocia a crane (grulla), inspirándose en la palabra española cigüeñal (crankshaft).
6. Misterios de Pero Grullo
Las grullas han tenido buena prensa. Según Juan-Eduardo Cirlot (Diccionario de símbolos), "Desde China hasta las culturas mediterráneas, [la grulla es una] alegoría de la justicia, la longevidad y el alma buena y solícita." Salvador Díaz Cíntora cuenta la leyenda griega del poeta Íbico: a punto de morir asesinado por unos asaltantes en el camino a Corinto, cuando iba pasando una bandada de grullas, clamó justicia al cielo, dirigiéndose a ellas, y lo vengaron volando sobre Corinto, hasta hacer confesar a uno de los asesinos, que las reconoció. De ahí viene la frase "Las grullas de Íbico", que da título a un poema de Schiller, y la alusión de Fray Luis de León en una oda "Al licenciado Juan de Grial", cuyas liras quizá leyó Othón:
Ya Febo inclina el paso
al resplandor egeo; ya del día
las horas corta escaso;
ya Eolo, al mediodía
soplando, espesas nubes nos envía.
Ya el ave vengadora
del Íbico navega los nublados,
y con voz ronca llora…
En el supuesto caso de que Othón hubiera tenido presente este poema, llama la atención, no tanto la coincidencia en las eres y erres (ronca llora: crotora), sino en el juego aliterativo, que en este caso es de bes y ves.
Según J. C. Cooper (An illustrated encyclopaedia of traditional symbols), la grulla tiene connotaciones positivas en las tradiciones griega y romana (heraldo de la luz y la primavera), china y ja-ponesa (longevidad, felicidad, intermediación entre el cielo y la tierra), cristiana (vigilancia, lealtad, bondad). No así en la céltica, donde es un ave de mal agüero.
Diversas comunidades de África, China y Japón celebran danzas que imitan el cortejo de las grullas (saltos elevados, despliegues aparatosos de las alas). Su prestigio es aprovechado por una marca japonesa de automóvil: Tsuru (grulla). La fidelidad de sus viajes sirve al profeta Jeremías (8, 7) de reproche contra Israel: el pueblo que se extravía en el camino, a diferencia de las grullas y otras aves migratorias.
Sebastián de Covarrubias dice de las grullas que "cuando vuelan hacen cierta forma de escuadrón, de cuya contemplación Palamedes inventó la letra ípsilon" (Y). Hasta especula que "del grande concierto y orden que llevan, parece haberse dicho la palabra congruencia"; es decir: que congruente es algo así como congrullante.
Otra resonancia positiva: la palabra pedigrí viene de las grullas. Según el Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española de Edward A. Roberts y Bárbara Pastor, el pie de las grullas dio nombre al signo usado en los árboles genealógicos para indicar ascendencia/descendencia (/|). En francés medieval: pie de grue.
¿Cómo explicar entonces que el nombre de la grulla sirva para inventar un personaje que dice perogrulladas (la lluvia cae hacia abajo): verdades de Pero Grullo? Y, sin embargo, hay una fábula de Fedro, "El lobo y la grulla", donde ésta queda como tonta: mete el pico en la boca del lobo para librarlo de una espina y espera una recompensa, que según el lobo fue bastante con haber salido viva. No sólo eso: en francés, grue es (familiarmente) "femme sotte ou légère" (Larousse). En italiano, grullo (de etimología incierta: puede no ser un derivado de gru) es "stupido, ingenuo e credulone" (Zingarelli). En la España actual, grullo es (coloquial y despectivamente) "paleto o palurdo" (Seco, Diccionario del español actual), lo cual puede ser italianismo o derivar de Pero Grullo.
Manuel Alcalá hizo notar alguna vez cómo algunas palabras tienen connotaciones contrarias al significado principal. Sancionar es en primer lugar aprobar, pero también castigar. Rancio es pestilente, pero también antiguo. En francés, sacrer es consagrar, pero también blasfemar. Se puede especular que las verdades de Pero Grullo empezaron como si fueran las verdades de Pedro El Sabio: un sarcasmo contra el lugar común declarado solemnemente. Esta burla, olvidada muchos siglos después, derivó en llamar grullos a los tontos, en contradicción con el simbolismo de la grulla.
Pero se trata de especulaciones ociosas, como toda esta divagación. –
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.