El Che Guevara junto a Mickey Mouse

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“Línea de tiempo” se llama la retrospectiva que la artista argentina residente en Nueva York Liliana Porter exhibe en el Museo Tamayo hasta el próximo 3 de mayo. Una alusión al título se muestra desde la primera obra, un fotograbado de 1973 en el que el dedo índice de una mano posee una raya que lo atraviesa. Un poco más allá, en la sala I del recinto de Chapultepec, cuatro registros fechados en 1975, que acusan la misma técnica del anterior, repiten en su interior las formas geométricas colocadas, a modo de instalación, sobre una repisa: el cono, el cubo y la esfera. Esos mismos objetos están pegados –con una actitud típicamente sesentera– sobre el borde superior de un cuadro elaborado en 1987, El acertijo. En este óleo la articulación de la imagen responde a un procedimiento muy propio de Porter que consiste en pintar, dibujar o pegar escasísimos signos en algún lugar de la tela para que el espacio hable desde su vacío. De ese modo la autora consigue remarcar la consistencia de los iconos elegidos, exaltando al mismo tiempo su soledad; la consistencia pero también su nimiedad, su carácter insignificante.

Y en un tríptico denominado El viajero, pintado en 1989, reemergen, diminutas, las formas geométricas compartiendo el espacio del primer panel con un espejo, mientras que otro espejo y un conjunto de libros se encuentran en el segundo panel y una pequeña nave apenas esbozada ocupa la tercera unidad de esta obra. De esa manera, en voz baja, apenas insinuada, se desliza el aspecto narrativo de esta estructura.

La representación de lo previamente representado, la ternura, el humor, el paso del tiempo, la presentación y la crítica de aquello que se presenta y la muerte constituyen los elementos centrales del trabajo realizado por Liliana Porter. Y sus concreciones más logradas están en las pinturas y en los videos. Algunas instalaciones, en cambio, o las intervenciones directas sobre los muros componen la parte vulnerable de esta producción. Tal es el caso del Círculo de 1973-74, dibujado sobre una pared. Otro ejemplo de esta debilidad reside en los tres hilos de Sin título, ejecutado también en 1973, que se hallan pegados a la pared y al suelo. Como vemos, la línea a veces abandona la tela o el papel y se corporiza en el hilo mencionado o en diversos tipos de cuerdas, como sucede en Trabajo forzado de 2006, una instalación que sí se logra felizmente. Otro buen resultado es Dibujante de 2009: aquí la línea recorre todo el muro de la explanada interna del museo –la que desciende de la sala II a la sala III– y concluye en un minúsculo cubo; encaramado sobre el mismo, un muñequito termina de dibujar la línea.

¿De dónde proviene la reserva iconográfica de esta artista? Una foto tomada en 2002, llamada afectuosamente Quietos por favor, reúne a casi todos sus personajes y objetos. ¿Quiénes y cuáles son? Un Mickey Mouse, uno o dos patos, un pingüino que a veces permanece entero y otras hecho pedazos, una
casa que parece sacada de un cuento infantil, un Che Guevara esmaltado sobre un plato, un Mao impreso sobre un reloj de mano, una bailarina de loza o de porcelana, varias parejas de danzantes y más. Esta abundante provisión de juguetes y adornos previamente fabricados disparan la sobrerrepresentación construida por Porter. Se trata de una operación metalingüística, o más exactamente metapictórica, que se explicita claramente en obras como Tríptico (1986), cuyo espacio es vivienda habitada o depósito de actores y otras cosas donde ocurren ciertos hechos. Por ejemplo: un protagonista que podría ser Lenin o cualquier otro líder pronuncia un discurso y él mismo o su doble yacen derribados muy cerca; análogo destino tienen un edificio y un cono.

Hay asimismo hojas de revistas, una cara que parece una cita de Roy Lichtenstein, un jarrón volcado y hecho trizas. Mediante estos recursos visuales su autora expande el significado de la crítica, la pérdida y/o la muerte, siempre suavemente expresada, mediante una tenue activación del significado a partir
del juego desde el juego y de un humor muy refinado. En el mismo carril debe leerse a Mickey Mouse dialogando con el Che Guevara convertido en adorno o, en un video, a Minnie besando el rostro del Che incrustado en el plato y otros tópicos del arte pop.

En suma, Porter recoge, con una mezcla de gozo y escepticismo, la banalización y el fracaso de los mitos en una producción que, sin desdeñar otras prácticas, afirma la presencia de la pintura y la singular pertenencia de esta obra a una época que comienza durante la segunda mitad del siglo pasado y llega hasta la actualidad. ~

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