El progresismo reaccionario

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Hace ya mรกs de ocho aรฑos que el gobierno de los asuntos pรบblicos en la Argentina ha recaรญdo en un grupo que, tรญmidamente al principio, y mรกs estruendosamente a medida que percibรญa los rรฉditos de la estrategia, ha venido reclamando para sรญ la titularidad del ideario progresista. Voluntariamente no programรกtico, suficientemente impreciso como para poder acomodar allรญ aquello mรกs oportuno en cada situaciรณn, ese ideario estรก alternativa o simultรกneamente integrado por conceptos, valores o emociones que proceden del peronismo tradicional, de un izquierdismo rudimentario o de un nacionalismo ramplรณn.

Con escasa sofisticaciรณn intelectual, pero con alta eficacia polรญtica, el discurso oficial organizรณ dos campos simbรณlicos: el de los buenos y lo bueno, ocupado por el pueblo y sus abnegados gobernantes, acompaรฑados por una creciente nomenklatura y secundados por grupos de acadรฉmicos e intelectuales que ocupan los medios escritos, personajes famosos de una cultura glamorosa que se expanden por la radio y la televisiรณn y un lumpemproletariado รบtil para disputar la calle, y el de quienes encarnan el mal: los medios “monopรณlicos” de comunicaciรณn, los empresarios ambiciosos, los nostรกlgicos del neoliberalismo, los lacayos del pensamiento hegemรณnico, los imprecisos imperios siempre amenazantes.

La entrada y salida de los actores en uno y otro escenario se sucede segรบn un orden caprichoso, que obliga al coro a adecuar sus alabanzas y sus diatribas segรบn el voluble estado de รกnimo de quien dirige la escena. Camuflaje, mรกscara o disfraz, el discurso progresista ha resultado รบtil para satisfacer las exigencias morales de algunos sectores de la clase media sin afectar los intereses reales de casi ningรบn grupo de poder, manteniendo a la vez el control social de los sectores mรกs desprotegidos de la sociedad por medio de los mecanismos clientelares clรกsicos.

Fundado sobre una serie de falacias, abonado por abundantes dosis de hipocresรญa y cinismo, enunciado por funcionarios que carecen de cualquier antecedente que haga verosรญmil la adopciรณn tardรญa de un sistema de ideas y valores ajeno a sus tradiciones polรญticas y a sus prรกcticas corrientes, el “discurso progresista” del gobierno ha resultado eficaz no solo para integrar en sus filas a importantes sectores de opiniรณn –que no distinguen, o simplemente disimulan, la distancia entre los valores declarados y los intereses defendidos–, sino tambiรฉn para silenciar a una oposiciรณn que, ingenua o cรณmplice, fue dejada sin habla, subyugada muchas veces por gestos engaรฑosos a los que acompaรฑรณ como si fueran verdaderos. Un discurso sesgado a la izquierda que, combinado con prรกcticas profundamente reaccionarias, satisfizo durante muchos aรฑos a un porcentaje muy amplio de la poblaciรณn.

Las falacias del progresismo reaccionario que gobierna a la Argentina son mรบltiples, variadas y mutantes. Bajo el manto neblinoso que han ido desplegando sobre la realidad, se ocultan ideas del mundo que, traducidas en polรญticas concretas, dan cuenta de una ideologรญa conservadora en la concepciรณn de la riqueza y en su idea de la cultura, y de una ideologรญa reaccionaria en su concepciรณn del poder y de la democracia.

La falacia del crecimiento, la distribuciรณn y el consumo, uno de los principales pilares de esa engaรฑosa construcciรณn, consiste en hacer creer que las mejoras de los ingresos de los sectores asalariados son el indicador mรกs relevante para decidir el valor ideolรณgico de una polรญtica econรณmica. Sin embargo, en ausencia de una polรญtica fiscal y crediticia adecuada –y aรบn mรกs cuando la inflaciรณn es del orden del 25% anual–, la mejora de ingresos de los asalariados es fundamentalmente una transferencia de renta a los productores de bienes y servicios, y su efecto mรกs destacable es la contribuciรณn que hace para incrementar la concentraciรณn de la riqueza. La ausencia de polรญticas pรบblicas progresistas impidiรณ que la poblaciรณn convirtiera los mejores ingresos en ahorros, es decir en riqueza, condenรกndola a consumir los excedentes generados con su trabajo, sin posibilidad de capitalizarlos. Asรญ, los autos, las motos y los televisores fueron en estos aรฑos los sรญmbolos emblemรกticos de una sociedad cuyo consumo producรญa, por una parte, votos para el gobierno y, por otra, ingresos extraordinarios para sectores empresariales muchas veces prebendarios, cuando no directamente predatorios.

Hacer que el crecimiento de la economรญa dependa del consumo estรก en las antรญpodas del pensamiento progresista, que habrรญa estimulado el ahorro privado y pรบblico, y lo habrรญa hecho derivar en inversiones que incrementaran la riqueza de los sectores populares y medios de la sociedad (promoviendo, por ejemplo, el acceso a la vivienda propia), que mejoraran la capacidad de producciรณn de la economรญa y que fortalecieran la cantidad y calidad de los bienes pรบblicos: salud, educaciรณn, cultura, justicia e infraestructuras.

La crรญtica de la “sociedad de consumo” ha sido central en la construcciรณn del pensamiento progresista, pero ha estado ruidosamente ausente del discurso oficial. A la democracia de propietarios que proponรญa John Rawls, el gobierno kirchnerista opuso un capitalismo de Estado que no solo concentra la riqueza, sino tambiรฉn, necesariamente, el poder. Si la concentraciรณn de riqueza tiene su correlato en una concentraciรณn inaudita de poder es porque una economรญa de consumidores –y no de propietarios– se corresponde con una democracia de clientes –y no de ciudadanos.

Cuando el poder polรญtico estรก muy mal distribuido, inevitablemente –y el adverbio no es un recurso de estilo– provoca que aquellos que lo controlan lo utilicen en favor de sus propios intereses y en contra de los intereses del conjunto de la sociedad. Por eso, desde el liberalismo polรญtico hasta la izquierda, la distribuciรณn del poder es una reivindicaciรณn principal del pensamiento progresista. Reivindicaciรณn que nunca, ni cuando gobernaban una provincia de la Patagonia, ni desde que se asentaron en el gobierno nacional, fue compartida ni en el discurso ni mucho menos en sus prรกcticas por el grupo gobernante.

Aunque la falacia de la “distribuciรณn” y la falacia “del poder popular” son quizรก las mรกs reveladoras del carรกcter reaccionario del gobierno, sus polรญticas se sostienen sobre otras muchas: la de los “รฉpicos combates”, por ejemplo, que en verdad el kirchnerismo nunca librรณ. El mรกs emblemรกtico de esos combates, el de las retenciones a las exportaciones agropecuarias, no fue un conflicto polรญtico ni ideolรณgico, sino tan solo una mal encarada negociaciรณn para la apropiaciรณn de renta. Las grandes batallas del gobierno no fueron, en general, otra cosa que eso: la expropiaciรณn de las acciones de YPF o la lucha contra la prensa independiente son intentos de incrementar el poder econรณmico o polรญtico, no en beneficio de la sociedad –que finalmente termina daรฑada–, sino del grupo gobernante.

Junto con la falacia de los รฉpicos combates es recurrente la “falacia de las cosas buenas”, que funciona como argumento de autoabsoluciรณn y como cierre de toda crรญtica acerca de la gestiรณn del gobierno. Todo discurso opositor es cancelado con una enumeraciรณn de virtudes. Eso implica ignorar que todo gobierno –aun los peores– tiene en su haber “cosas buenas”. La falacia consiste en tomar el todo por la parte, y considerar que es un “buen gobierno” aquel que ha hecho “cosas buenas”. Sin embargo, las decisiones que el gobierno convierte en emblemas de sus virtudes no han sido mรกs que gestos carentes de riesgos y carentes de costos, con los cuales acumular prestigio simbรณlico progresista.

El gobierno kirchnerista es, a diferencia del conservadurismo popular menemista de raรญz thatcheriana que dirigiรณ la Argentina en la dรฉcada de 1990, un gobierno profundamente reaccionario: al agudizar la desigual distribuciรณn de la riqueza y empeorar la distribuciรณn del poder polรญtico, establece las condiciones para la permanencia de un rรฉgimen autocrรกtico cada vez mรกs corrupto, ineficiente y autoritario. Un rรฉgimen que intentรณ convencernos de que su polรญtica se inscribรญa en el ideario progresista, pero del cual es necesario recordar, parafraseando a Gore Vidal, que forma parte de una escena polรญtica en la que actรบa un solo partido, un partido de derecha con dos alas: el peronismo conservador y el kirchnerismo reaccionario. ~

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(Buenos Aires, 1960) es editor. Es el fundador y director de Katz Editores.


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