Decir que alguna vez contuvo margaritas y campánulas
Es ignorar, si no otra cosa,
Su indeleble resplandor que, estrellado contra el piso,
Yace en añicos, como si acogiera la luz,
De verdes hojas orladas, su resplandor siempre deshecho,
Su vidriada integridad esparcida en todas partes;
Espectros, liberados hablarán
De un florecer más frío donde roto quedó el frío cristal.
Astillas se desplomaron de la plenitud al caos
Aun así retiene cada arista
La nota opalina de la imperfección
Cuyos rayos, aunque en desorden, emitirán
Más de una red de ángulos de luz
Cuando al anochecer apunten hacia intactas direcciones
Y tracen en la estancia
Las posibilidades del fuego y su aceptación.
Las generosas curvas de vidriado artificio
Dan fe de su pureza
En unidades lúcidas. Libre de éstas,
Como el amor triunfa sobre la irrelevancia
Y construye armonía en disonancias
Y de algún modo vive entre nosotros roto, como si
El tiempo fuera un vaso roto
Y nuestra última alegría asumir que no se puede remediar.
Las astillas, iridiscente ruina en el suelo,
Cortan estructuras en el aire,
Delimitan, ojos o brújulas, un rostro
De matemática fijeza, reflector
Bajo cuyos límites podemos acomodar
Todas las soledades del amor, espacio para el rostro del amor,
Los proyectos del amor verdes de hojas,
Los monumentos del amor como lápidas en nuestras vidas. –