Señor director:
Tras leer los argumentos que esgrime el crítico Rafael Lemus en contra de la ineficacia tanto literaria como política del escritor José Saramago (a propósito de su novela más reciente, Ensayo sobre la lucidez), no pude evitar extenderme en algunas reflexiones sobre la coexistencia de ideología y narrativa, mismas que le comparto en estas líneas.
Lemus afirma que “una novela comprometida sólo triunfa si transforma el mundo” y que en tanto que “ninguna lo hace, todas son fallidas”. Después concluye que las de Saramago son especialmente ineficaces, en tanto que recurren a lugares comunes del discurso de izquierdas y a sensiblerías que cumplen en el lector más una función reconfortante que provocadora (La voz de Pepe el Toro, apunta Lemus, y no tanto la de Carlos Marx).
En el entendido de que un lector promedio —de José Saramago, inclusive— es difícilmente un blanco de arengas políticas a través de la persuasión narrativa, me pregunto si estas estrategias no continúan siendo un vehículo efectivo de mensajes populistas dirigidos a lectores menos sofisticados que aquéllos. Pienso en un ejemplo tan concreto como la vergonzante tirada de cómics que actualmente forman parte de la evidente campaña política de Andrés Manuel López Obrador hacia la presidencia del país, y en la no tan descabellada probabilidad de afectar a sensibilidades propicias a identificarse con estereotipos y otros símbolos de la colectividad.
Dejo la pregunta abierta en la espera de que se convierta en un tema abordado en las páginas de Letras Libres (Guillermo Sheridan lo alude, pero desde una perspectiva más paródica que analítica), y que permita replantear las preguntas que creíamos resueltas sobre la muy indigna colindancia de fábula y manipulación.
Un saludo cordial,
— Adriana Acosta
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