Ilustraciรณn: Tamara Villoslada

Influencias literarias

Conocida sobre todo como talentosa novelista y ensayista, Julieta Campos (1932-2007) desarrollรณ tambiรฉn una notable labor crรญtica โ€“La imagen en el espejo, Oficio de leer, Funciรณn de la novelaโ€“ que este ensayo sobre Virginia Woolf y Thomas Mann, rescatado por Enrique Gonzรกlez Pedrero, resume y refleja.
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En mi juventud se fueron definiendo, a travรฉs de mis lecturas, dos inclinaciones que afloraron de manera muy diversa en mi trayectoria de escritora. Dos autores, muy distintos entre sรญ, me impresionaron hondamente: Virginia Woolf y Thomas Mann. Fue como si encontrara, separados en dos escrituras singulares, la expresiรณn de algo que en mi yo ya percibรญa como una ambivalencia: por un lado, una sensibilidad dispuesta a percibir, en lo mรกs pequeรฑo y cotidiano, la esencia misma de la vida; por otro, una inquietud intelectual ansiosa por entender esa otra dimensiรณn de la existencia que se refleja en la actividad social y polรญtica, eso que Joyce llamรณ, alguna vez, โ€œla pesadilla de la historiaโ€.

Muy temprano, pues, descubrรญ en la lectura de los narradores que me sedujeron la cristalizaciรณn de dos visiones que podรญan contribuir a estructurar la indefiniciรณn de una vocaciรณn en ciernes: Virginia Woolf[1] y Thomas Mann.

Roger Fry era el teรณrico del grupo Bloomsbury. Con รฉl y otros jรณvenes egresados de Cambridge e influidos por los Principia ethica de G. E. Moore, se reunรญan Virginia Woolf y su hermana Vanessa. Para ellas, el sentido del arte no era lรบdico, sino รฉtico: el valor mรกximo era apreciar la belleza y el goce derivado de las relaciones personales. El artista tendrรญa que comprometerse con la verdad y la belleza, sin pretender probar nada: โ€œir a las cosas en sรญ mismasโ€ y lograr la expresiรณn, la tensiรณn, la saturaciรณn mรกxima, a travรฉs del lenguaje, de la experiencia.

En Virginia Woolf aprendรญ cรณmo la escritura puede cargarse de intensidad tratando de sorprender esos momentos de percepciรณn saturados que Joyce llamarรญa โ€œEpifanรญasโ€.

Cuando empieza a imaginar el libro que luego llamarรญa Las olas, anota en su diario:

Se me ha ocurrido que lo que quiero hacer ahora es saturar cada รกtomo. Quiero decir, eliminar todo lo inรบtil, lo muerto, lo superfluo: dar la totalidad del momento; no importa quรฉ sea lo que incluya. Digamos que el momento es una combinaciรณn de pensamientos, sensaciones, la voz del mar… ยฟPor quรฉ admitir en la literatura algo que no sea poesรญa โ€“y con esto quiero decir saturaciรณn? ยฟNo es lo que les reprocho a los novelistas, que no seleccionan nada? Los poetas obtienen sus mejores logros simplificando: casi todo se queda afuera. Yo quiero incluir prรกcticamente todo y, sin embargo, saturar. Eso es lo que quiero hacer con The moths. Debe incluir el sinsentido, la realidad, la sordidez: pero todo ello vuelto transparente.

No es todavรญa una idea de estructura, pero sรญ de tono, de calidad, de intensidad en la afinaciรณn del instrumento, la imaginaciรณn literaria, que va a intentar volver transparente, saturando al mรกximo el instante, la representaciรณn de la vida.

Las olasLos aรฑos y Orlando fueron mis favoritos, aunque tambiรฉn disfrutรฉ mucho La seรฑora Dalloway y Hacia el faro. Un personaje de Las olas, Bernard, es una sรญntesis de los rasgos que ella aspiraba a reunir en sรญ misma: โ€œunida a la sensibilidad de una mujer… Bernard poseรญa la lรณgica sobriedad de un hombreโ€. El ir y venir de Las olas es simbรณlico del devenir del tiempo. El รกrbol y el mar son sรญmbolos, en su obra, de lo eterno y permanente y de lo fugaz y transitorio. El รกrbol al que Orlando escribe interminablemente un poema permanece a travรฉs de los siglos, mientras Orlando e Inglaterra se transforman. Leyendo a Virginia Woolf descubrรญ, en suma, cuรกnto puede decir una novela aun sin una trama lineal y sin personajes estructurados a la manera tradicional.

Descubrรญ lo que puede hacerse para trasmitir una visiรณn tan invisible, para volver comunicable algo que por su naturaleza era tan frรกgil como ese halo que envolvรญa, para Virginia Woolf, la experiencia del mundo. La lectura de la novela y sus diarios me descubriรณ a una escritora excepcional pero, tambiรฉn, me permitiรณ descubrir una veta mรญa que aflorarรญa en mi primera novela, Muerte por agua, que, muchos aรฑos despuรฉs, he preferido llamar Reuniรณn de familia.

Esa lectura me tomรณ aรฑos y, en lapsos que fui abriendo, emprendรญ otra, que tambiรฉn habrรญa de dejarme una huella profunda: la lectura de Thomas Mann. A los dieciocho aรฑos habรญa leรญdo La montaรฑa mรกgica, ese libro de casi mil pรกginas, sin poder dejarlo, salvo para comer apenas y unas cuantas horas para dormir. Lo habรญa leรญdo primero en inglรฉs y enseguida en espaรฑol. Me fui internando luego en otros libros de Mann, el Dr. FaustusLos BuddenbrookTonio Krรถger, los Diarios. Y, por supuesto, La muerte en Venecia.

Los apuntes de Thomas Mann acerca de la composiciรณn de Dr. Faustus, un libro tan distinto de Las olas, confirma que la elaboraciรณn de una novela no se limita al lapso de tiempo durante el cual el autor ha trabajado, de manera absolutamente consciente, en la redacciรณn de la obra. El juego entre el inconsciente y la conciencia no se interrumpe en ningรบn momento. Al dรญa siguiente de haber terminado Josรฉ y sus hermanos, Mann ordenรณ todos los materiales mitolรณgicos y orientalistas que habรญa leรญdo durante la composiciรณn de la obra monumental y un dรญa despuรฉs aparece en su diario una simple anotaciรณn: โ€œDr. Faust. Examen de viejos papeles para materiales del Dr. Faust.โ€ Cuarenta y dos aรฑos antes habรญa registrado, como tema de un trabajo que podrรญa emprender algรบn dรญa, el pacto de un artista con el demonio. Desde el principio habรญa en torno a ese tema un aura, una atmรณsfera biogrรกfica que lo predestinaba a convertirse en novela. Pero quedรณ sumergido durante cuarenta aรฑos hasta que brotรณ a la superficie y desencadenรณ una actividad racional minuciosa, que fue agotando todos los aspectos exteriores relacionados con el tema, al mismo tiempo que se saturaba ese โ€œcรญrculo mรกgicoโ€ que impregnarรญa la obra. Mann habรญa salido de Alemania mucho antes de iniciar la escritura de su Fausto, el 23 de mayo de 1943, pero la atmรณsfera fascista consustancial con el tema โ€“Alemania le habรญa vendido el alma al diabloโ€“ aparece registrada en muchas de las mรกs de doscientas tarjetas donde acumula datos polรญticos, teolรณgicos, mรฉdicos, histรณricos y musicales. Mann va conduciendo cada palabra hacรญa โ€œla obra decisiva y representativa de Leverkรผhn, el Oratorio apocalรญpticoโ€. La creaciรณn se afirma a pesar del precario equilibrio entre el orden y la amenaza constante del abismo y del caos: el ritmo del libro estรก muy condicionado por los acontecimientos de la guerra y el estruendo del estallido atรณmico en Hiroshima y Nagasaki que parece resonar en el fondo. En casi toda la obra de Mann pero, sobre todo, en La montaรฑa mรกgica, en Doctor Faustus y en La muerte en Venecia, explora un tema que lo seduce: la idea de que del desorden pudiera surgir el mayor orden, de la desintegraciรณn la mayor integraciรณn, de lo indeterminado la forma, que es la expresiรณn mรกs elevada del espรญritu.

La lectura de Thomas Mann me descubriรณ otra perspectiva que acabรณ por abrirse paso en mi trabajo literario mucho despuรฉs, me refiero, especรญficamente, a la huella que me dejรณ la lectura de Los Buddenbrook, ese libro esplรฉndido en el que Mann hace el retrato de una familia burguesa alemana en el siglo XIX. En esa crรณnica detallada, reconstruye la vida cotidiana de tres generaciones de su propia familia, en la que incide, un poco sesgadamente, la historia, los acontecimientos que sacudieron la buena conciencia burguesa europea a mediados del XIX: los disturbios revolucionarios de 1848.

En esa crรณnica del auge y decadencia, Mann cuenta la mutaciรณn que puede darse en una familia sรณlida, atada a los intereses del poder y del dinero, cuando los mรกs jรณvenes se dejan tentar por el llamado del arte, la inteligencia y la libertad. El vigor para la vida prรกctica cede el paso a las aventuras del espรญritu.

Lo que la lectura de Thomas Mann me sembrรณ siendo yo muy joven no creciรณ como un proyecto de libro sino a principios de los aรฑos ochenta, cuando empecรฉ a sentir la necesidad de poner en palabras una melodรญa que me venรญa rondando. En esa melodรญa resonaban las voces de muchas generaciones que habรญan venido al mundo antes que yo y se escuchaba un llamado de vuelta a los orรญgenes, de hacer, como habrรญa dicho Alejo Carpentier, un viaje a la semilla. Imaginรฉ entonces que ese libro se llamarรญa Memorial de la desmemoria, y creo recordar que releรญ entonces algunos capรญtulos de Los Buddenbrook. Pero pasarรญan cerca de veinte aรฑos โ€“con peripecias en mi biografรญa que me alejaron de la literatura y luego me condujeron al ensayo sobre temas sociales y polรญticosโ€“ antes de que rebrotara aquella melodรญa y creciera y creciera hasta convertirse en una novela que acabรณ llamรกndose La forza del destino, que me tomรณ siete aรฑos de trabajo antes de publicarse en el aรฑo 2004.

Mi novela fue creciendo orgรกnicamente, como crecen los รกrboles, echando raรญces y luego llenรกndose de ramas y de hojas. Tiene que ver muy poco con Los Buddenbrook, la novela de Thomas Mann. La mรญa es un continuo de historias โ€“a lo largo de catorce generacionesโ€“ donde convergen un destino colectivo con muchos destinos individuales, todo ello en una isla โ€“la isla de Cubaโ€“ envuelta en una grisalla de niebla marina, transitando por el tiempo, manoseada de sรญ misma, โ€œoscilando entre un dorado sueรฑo utรณpico y una pesadillaโ€.

Valga este reconocimiento de dos aportes enriquecedores en mi experiencia literaria para dejar testimonio de la manera en que, a travรฉs de una misteriosa alquimia, los libros que leemos pueden incidir en el rumbo de nuestra propia biografรญa. ~



[1]โ€‚ Cf. Julieta Campos, La imagen en el espejo, Mรฉxico, unam, 1965, pp. 11 y 13.

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(La Habana, 1932-ciudad de Mรฉxico, 2007) fue narradora, ensayista y traductora. Por su primera novela, Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina (1974), obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia.


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