Merce Cunningham nació el 16 de abril de 1919 y murió el 26 de julio de 2009: dos milenios, dos siglos, noventa años de vida, más de ocho décadas con la danza. El tiempo es, en la trayectoria de este artista inmenso, un factor destacado. Cunningham atravesó épocas, desafió ritmos y se sumergió en un tiempo propio.
Épocas
Mercier Philip Cunningham asistió a un espectáculo de Kurt Jooss en 1936. Los rostros trasmutados por emociones violentas, frecuentes en el expresionismo coreográfico de este artista, estuvieron presentes desde los inicios profesionales de Cunningham.
Entre 1939 y 1945 fue intérprete de Martha Graham. Entonces transitó por la danza moderna, la nueva técnica física que traducía escénicamente relatos míticos e históricos.
En 1944 Cunningham realizó su primer trabajo con John Cage. Se mantendrían unidos profesional y afectivamente hasta la muerte del compositor en 1992. Ambos son iconos de una época de auténtica experimentación en la danza, la música, las artes plásticas. Cunningham hizo más de doscientas obras, en las que participaron Cage, Robert Rauschenberg, Jasper Johns, Andy Warhol, los diseñadores Rei Kawakubo y Romeo Gigli, el bajista de Led Zeppelin, John Paul Jones…
La experimentación de Cunningham –como bailarín primero y después como coreógrafo, al frente de su compañía fundada en 1953– rompe con la noción de obra como unidad homogénea y coherente. En sus piezas hay algo del “encuentro casual de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección”. La reunión de los sonidos, los objetos y los cuerpos sucede en el espectador, pero los procesos de creación de cada una de las partes eran –por decisión de Cunningham– independientes y se encontraban recién en el montaje final. Se anula así toda lógica totalizante. Suenan, entonces, anuncios de posmodernidad. Suena también una señal de alerta para las generaciones actuales que pretenden revolucionar la danza: muchas de sus supuestas innovaciones en la significación y la interpretación ya habían sido practicadas por Cunningham en los sesenta y los setenta.
Expresionismo, modernidad, surrealismo, posmodernidad, post-posmodernidad… Cunningham pasó por diversas épocas y estéticas radicales, siempre renovado. Las nuevas tecnologías no le fueron extrañas: desarrolló un software para crear movimientos (el DanceForms), incorporó iPods en sus espectáculos (en EyeSpace, de 2006), ayudó a la evolución del programa MotionCapture.
Ritmos
“El ritmo en la danza no es solamente el de la sucesión escrupulosa de estampas […] sino la multiplicación de sucesiones y de despliegues del cuerpo, de la rapidez y de la fijeza de los desplazamientos […] es la invención geométrica de una memoria de las sucesiones e intensidades, los ritmos y las pulsaciones del cuerpo.” Estas palabras de Raymundo Mier bien podrían haber sido escritas en referencia a Cunningham.
En efecto, obras como The coast zone (1983), Changing steps (1989) y la serie Variations rechazan la idea de la sucesión, la asociación del ritmo con la cadencia. Cuando una regularidad parece esbozarse en una coreografía de Cunningham, enseguida se deshace y surge una geometría asimétrica.
La experiencia del espectador no es fácil. Cunningham no es un artista del entretenimiento: no busca deslumbrar ni complacer. No obstante, sin gestos denodadamente provocadores, descoloca, sorprende.
Tiempo propio
“La danza no es, después de todo, más que una forma del tiempo, no es más que la creación de una especie de tiempo, o de un tiempo completamente distinto y singular”, dice Paul Valéry. A ese tiempo entregó Cunningham su vida, en ese tiempo se sumergió con una dedicación casi obsesiva. Sus coreografías, rigurosas series, eran concebidas paso a paso por él. Cunningham era un artesano del movimiento, amante del virtuosismo: su técnica promueve un cuerpo con un centro potente desde donde se dominan extremidades libres y flexibles. Supervisaba cada ejecución en sus intérpretes y en sus numerosos alumnos, incluso desde la silla de ruedas en que pasó sus últimos años, debido a una severa artrosis que no le impidió cumplir y festejar los noventa años con un estreno, Nearly ninety.
Su compañía no usaba zapatillas de puntas, pero su lenguaje era una particular reinterpretación del código del ballet, con sus pies estirados, mallas ajustadas, attitude, grand jeté y échappé. Ahora bien, ese formalismo no remite, en Cunningham, a historias de príncipes sino a la danza misma. Hecho a un lado todo contenido narrativo y/o expresivo, la danza cumple la función meta: la danza sólo habla de la danza; el bailarín es bailarín. Mientras la coreografía sucede, sólo transcurre su propio tiempo.
Eso, y otras enseñanza plasmadas en espectáculos y libros, es el legado de Merce Cunningham para el presente. ~