El 27 de abril de 2007 falleció Mstislav Rostropóvich, uno de los más grandes violonchelistas de la historia. Rostropóvich no sólo fue un virtuoso con un supremo dominio del instrumento, un gran director y un músico excepcional, sino que, movido por su entusiasmo por la música contemporánea, promovió un enriquecimiento sin precedente del repertorio del violonchelo. Se distinguió, además, por su apasionada defensa de los derechos humanos, aun cuando ello haya implicado riesgos, amenazas y sacrificios.
Rostropóvich nació en 1927 en Bakú, capital de la entonces república soviética de Azerbaiyán, en el Cáucaso. Su primer maestro fue su padre, que en su juventud estudió con Pablo Casals. A los dieciséis años de edad, el joven Slava (diminutivo de Mstislav) entró al Conservatorio de Moscú, a la clase de Semion D. Kozolúpov. En 1947, a los veinte años, tuvo la osadía de tocar el Concierto Op. 58 de Prokófiev, obra de la cual el compositor no se sentía muy satisfecho y que en su estreno, nueve años antes, había sido objeto de unánimes críticas en la URSS por su “contenido ideológico de corte burgués”. El compositor quedó tan entusiasmado con la interpretación de Rostropóvich que le prometió reescribir el concierto. Antes, sin embargo, compuso su Sonata para violonchelo y piano, Op. 119. La terminó en 1949 e invitó a Slava a su dacha de Nikolina Gora, cerca de Moscú, para tocarla y revisarla juntos. Rostropóvich pasó dos veranos con Prokófiev y su esposa Mira en Nikolina Gora y colaboró en la revisión del concierto. En 1952 estuvo lista la nueva versión: la Sinfonía concertante para violonchelo y orquesta, Op. 125, dedicada a Slava, obra magnífica, fundamental en el repertorio del violonchelo del siglo XX. La colaboración con Prokófiev fue intensa pero breve, ya que el gran compositor murió en 1953.
Fue mucho más larga su amistad con Shostakóvich. Lo conoció en 1943, cuando ingresó al Conservatorio de Moscú, en donde Shostakóvich fue su maestro de orquestación.
En 1945, Rostropóvich ganó el primer lugar del concurso de violonchelo de toda la Unión Soviética e inició su brillantísima carrera en la URSS. Se hizo acreedor a los máximos galardones otorgados por el gobierno soviético: el Premio Stalin, el Premio Lenin y el nombramiento como Artista del Pueblo de la URSS.
En 1955 se casó con la gran soprano Galina Vishniévskaya, a quien con frecuencia acompañaría tanto al piano como al frente de la orquesta de la Ópera del Teatro Bolshói.
Su carrera como director de orquesta se inició en 1961 con la orquesta de Nichni Novgorod y, posteriormente, con la del Teatro Bolshói.
El 2 de agosto de 1959 Rostropóvich recibió de Shostakóvich uno de los mayores regalos de su vida: el manuscrito de su recién terminado Concierto en mi bemol mayor para violonchelo y orquesta. Slava se encerró a estudiarlo sin descanso. El 6 de agosto acudió, junto con el pianista Alexánder Dedyujin, a la dacha de Shostakóvich en Komárovo, cerca de Leningrado, para tocar el concierto ante el compositor. Shostakóvich le rogó esperar un momento mientras le traían al cellista un atril en donde poner la partitura, pero Slava dijo que no era necesario pues ya lo sabía de memoria. “Es imposible, imposible”, le dijo Shostakóvich, pero Rostropóvich se sentó y tocó
el concierto en una sesión memorable ante el compositor y el reducido grupo de amigos que se habían reunido a escuchar por primera vez la nueva obra, uno de los mejores y más brillantes conciertos para violonchelo del siglo XX.
En los años siguientes, la relación se hizo especialmente fecunda. Shostakóvich le dedicó su segundo concierto para violonchelo y a Galina Vishniévskaya sus Sátiras sobre versos de Sasha Cherny, el Ciclo sobre poemas de Alexánder Blok y la orquestación de las Canciones y danzas de la muerte de Mussorgsky.
En 1955, el gobierno soviético empezó a permitir a sus más distinguidos artistas hacer giras por Occidente. Óistraj, Gílels, Richter y Rostropóvich fueron de los primeros en darse a conocer fuera de la URSS y de los países de la órbita soviética de Europa Oriental. En poco tiempo adquirió una fama mundial. Su interés en la música contemporánea, que ya había tenido abundantes frutos en su país, se convirtió en un poderoso catalizador para la creación de nuevas obras para violonchelo. Benjamin Britten compuso para él sus cinco obras para violonchelo: la Sonata para violonchelo y piano, la Sinfonía para violonchelo y orquesta y las tres Suites para violonchelo solo. No puedo enumerar a todos los demás compositores que le escribieron obras, pues la lista sería demasiado larga. Sólo citaré, entre los principales, a Lutoslawski, Penderecki, Dutilleux, Sauguet, Jolivet, Cristóbal Halffter, Lukas Foss, Bernstein, Ginastera, Messiaen, Schnittke, Boulez y Berio.
En la primavera de 1968, Rostropóvich dio un concierto en Kazán con la Orquesta Sinfónica de Moscú al que asistieron Solyenitsin y su esposa Natalia. Al día siguiente, sin previa cita, el violonchelista se presentó en la casa de Solyenitsin, a quien no conocía. “Soy Rostropóvich. He venido a dar un abrazo a Solyenitsin.” Rostropóvich se quedó atónito ante la modestia del apartamento y la pobreza en que vivían el escritor y su esposa. Congeniaron y se hicieron grandes amigos.
Al poco tiempo, se enteró de que Solyenitsin estaba enfermo en Rozhdestvo, donde vivía entonces. Con su impulsividad habitual, cogió su coche y se dirigió a Rozhdestvo. Encontró al escritor presa de un agudo ataque de ciática y recluido en una cabaña húmeda y helada, por lo que lo invitó inmediatamente a pasar el invierno en su propiedad de Zhúkovka, en donde disponía de una pequeña casa para invitados. Fue entonces cuando empezaron a presentársele problemas a Rostropóvich, inicialmente en la forma de obstáculos burocráticos sin demasiada trascendencia.
Cuando en 1970 le otorgaron a Solyenitsin el Premio Nobel de Literatura, se desató una violenta campaña contra el escritor. Rostropóvich recordaba las épocas en que las jaurías estalinistas habían atacado a Shostakóvich y a Prokófiev –en 1948– sin que nadie hubiera osado protestar. Slava tenía entonces veintiún años y fue testigo directo de la saña de los ataques en contra de Shostakóvich, su maestro. “No faltó gente que a pedradas rompiera las ventanas de su casa. Shostakóvich actuaba como si estuviera loco”, decía Rostropóvich. “No podía dormir. Estoy seguro de que bebía mucho. Era terrible. Fue la primera ocasión en que me di cuenta de los problemas del sistema soviético.”
Rostropóvich no se quedó callado ante las injurias contra Solyenitsin, quien seguía hospedado en su casa.
Decidió salir en su defensa y preparó un proyecto de carta para los principales periódicos, Pravda, Izvestia, Literatúrnaya Gazeta y Soviétskaya Kultura. Galina intentó disuadirlo de que la enviara; no sólo no iba a lograr ayudar al escritor sino que, además, se arriesgaría a sufrir severas represalias. Slava insistió, convencido de que era su deber. Galina le dijo: “Te comprendo perfectamente. Sabes que estaré a tu lado, pase lo que pase. Tengo una clara noción de lo que nos va a suceder. Dudo que tú la tengas. Pero eres un personaje y un gran artista. Tienes derecho a expresar tu opinión.” 1
Rostropóvich despachó su carta, la cual, por supuesto, no fue publicada por ninguno de los periódicos soviéticos. Las represalias no se hicieron esperar. Cesaron las invitaciones a dirigir la ópera en el Bolshói. Le cancelaron varias giras al extranjero y las invitaciones a tocar con las grandes orquestas disminuyeron sensiblemente. Todo eran excusas y obstáculos.
Yehudi Menuhin había invitado a Rostropóvich a dar varios conciertos en Londres, pero Rostropóvich no llegó. Menuhin telefoneó a Galina: “Galya, ¿en dónde está Slava?” “Está tocando un concierto en Yereván.” “¿Pero cómo está de salud?” “Bien.” “Se suponía que iba a venir a dar varios conciertos aquí, pero enviaron un telegrama avisando que estaba enfermo. ¿Qué debemos hacer?” “Le puedes decir a todo el mundo que hablaste conmigo y que te dije que el Ministerio de Cultura está mintiendo. Slava está en perfecta salud pero simplemente no lo dejan salir.”
Rostropóvich estaba relegado a tocar ocasionales conciertos en provincia, en condiciones cada vez más humillantes. Ante tal bloqueo, Galina, sacrificando su propia carrera, sugirió a Slava escribir juntos una carta a Brezhnev y solicitarle permiso para abandonar la URSS. Brezhnev lo concedió y un día de la primavera de 1975, Rostropóvich abordó un avión hacia Londres. Lo acompañaron al aeropuerto Galina, su dos hijas, Olga y Elena, e Irina, la esposa de Shostakóvich, así como docenas de alumnos y un numeroso contingente de agentes de la KGB. Días después, emprendieron el viaje Galina y sus dos hijas, oficialmente “por dos años y por motivos artísticos”.
En Occidente, Rostropóvich continuó su labor como fuerza impulsora de la creación de nuevas obras para violonchelo y también para orquesta, pues, sin abandonar el violonchelo, dio prioridad a la dirección orquestal. En 1977, fue nombrado director de la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington, al frente de la cual estuvo hasta 1994.
En 1978, el Comité Central del Partido Comunista de la URSS privó de su ciudadanía, “por actividades antisoviéticas”, a Galina Vishniévskaya y a Mstislav Rostropóvich, dos artistas que habían cubierto de gloria y de prestigio al arte de su país.
Tuve una larga conversación con Slava en el verano de 1981 en el campamento musical de Interlochen, en el estado americano de Míchigan. Era la época en que Brezhnev estaba ya gravemente enfermo y se vislumbraba un inminente cambio de gobierno. Slava, entusiasta y optimista como siempre, auguró que el nuevo gobierno sería mucho más liberal y que entre sus primeras medidas estaría la cancelación de las represalias en su contra así como una invitación a regresar a su país. No contaba con que el sucesor de Brezhnev sería nada menos que el responsable directo de la represión, Yuri Andropov, jefe de la KGB, y que luego habría de sucederlo el gris burócrata Chernenko.
Cuando llegó Gorbachov al poder, en 1985, las cosas empezaron a cambiar. Cinco años más tarde, en 1990, Rostropóvich y Galina fueron objeto de una entusiasta bienvenida en Moscú por parte del pueblo y gobierno soviéticos, en ocasión de la gira que realizó como director y solista de la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington.
En cuanto un golpe de estado amenazó en 1991 con echar por tierra las reformas de Gorbachov y desconocer a Yeltsin como presidente de la República Rusa, Rostropóvich viajó sin previo aviso a Moscú. Recorrió el mundo una foto en la que se le veía en la explanada de la Casa Blanca rusa, expresando su solidaridad con los miles de manifestantes que, ante los tanques del ejército soviético, se oponían a los golpistas. Este gesto, unido a su larga lucha en defensa de los derechos humanos en Rusia, le valió años después el Premio del Estado Ruso.
En adición a su intensa actividad musical, Rostropóvich no escatimó tiempo ni esfuerzo en la defensa de causas humanitarias. La fundación Vishniévskaya-Rostropóvich, por ejemplo, presta desde hace años atención médica a niños y jóvenes necesitados de la Federación Rusa y de otros países antiguamente integrantes de la Unión Soviética.
Conocí a Rostropóvich en 1959, cuando vino a México al primer Festival de Música Pablo Casals y al segundo Concurso Internacional de Violonchelo, que se celebraron en Xalapa. Dio un concierto en la ciudad de México y nuestros amigos comunes Vladimir Wulfman y su hija Luz Vernova me lo presentaron. Era Rostropóvich un hombre de 33 años de edad, muy delgado y de enorme vitalidad. Me invitó a su camerino y sacó su violonchelo. “¿Cuál movimiento de las suites de Bach quieres escuchar?” “La gavota de la sexta suite”, le dije. Tocó ese movimiento y la giga de la misma suite. Yo mismo lo llevé a la Embajada Soviética, en donde, tras algunas copas de vodka, causó sensación tocando una pieza al piano. Rostropóvich era un excelente pianista, pero lo que causó impacto es que tocó la misma pieza en tres posturas diferentes: sentado frente al piano, sentado de espaldas al piano y, finalmente, acostado bajo el piano.
La memoria de Rostropóvich era prodigiosa. Tuve la suerte de presenciar varias de sus clases magistrales, la última en Kronberg, Alemania, hace pocos años. Siempre me impresionó no tanto su infalible conocimiento de las partes de violonchelo de las más variadas obras, sino su capacidad para tocar de memoria al piano.
Rostropóvich organizó en 1995 un concierto de gala en Moscú para recaudar fondos para la reconstrucción de la Catedral de Cristo Salvador, erigida en conmemoración de la victoria rusa de 1812 sobre las tropas de Napoleón y arrasada por Stalin en 1931.
Los funerales de Mstislav Rostropóvich se llevaron a cabo precisamente en la catedral que él ayudó a reconstruir. Sus restos reposan en el Cementerio de Novodévichy, cerca de las tumbas de otros dos gigantes de la música rusa del siglo XX, sus amigos Serguéi Prokófiev y Dmitri Shostakóvich. ~