Los recursos que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes invierte en música están mal canalizados. La filosofía que justifica este despilfarro es la misma que rige a Conaculta desde su fundación en 1988: la construcción de un nacionalismo absurdo en un país fracturado. (Como ejemplo basten las celebraciones del Bicentenario.) El presupuesto se administra a través de dos organismos: el Sistema Nacional de Fomento Musical (SNFM) y la Coordinación Nacional de Música y Ópera, dependiente del Instituto Nacional de Bellas Artes. El 85 por ciento del presupuesto se va a operación y lo que resta a programación. De acuerdo con las recomendaciones de la UNESCO, debería ser a la inversa: la cultura en México se administra al revés. El SNFM cuenta con una partida de 95 millones de pesos y, por ende, es el más ambicioso de ambos. Creado bajo la batuta de Sergio Ramírez Cárdenas y ahora a cargo de Enrique Barrios, pretende impulsar la formación profesional de 45 mil niños músicos. La Coordinación Nacional de Música y Ópera, por su parte, inició el año promoviendo modestos recitales de música de cámara.
El problema no son las buenas intenciones del equipo que ha reunido Consuelo Sáizar y Teresa Vicencio. El problema son las mismas Sáizar y Vicencio, promotoras de un aparato que incentiva equivocadamente la formación de un ejército de instrumentistas mexicanos cuando la realidad es que no sólo no hay trabajo, sino que no hay público para la llamada música de concierto. Lo peor es el origen de ello: lo que podría denominarse el Paternalismo Regionalista Institucional (PRI), filosofía a la que, a pesar de la alternancia de partido, la administración presidencial actual sigue recurriendo. En su toma de posesión el 3 de marzo de 2009 Consuelo Sáizar prometió “poner más México en el mundo y traer más mundo a México”. Así, el Paternalismo Regionalista Institucional destina este año a la cultura 11 mil 651 millones de pesos, 9 por ciento menos que el año pasado. El problema no es el recorte presupuestal que sufrió el subsector cultura el año pasado y que llevó a María Teresa Frenk a renunciar a su cargo como directora de la Coordinación Nacional de Música y Ópera. Sus motivos fueron confesados en un mensaje electrónico enviado a sus contactos. “Se nos pide un recorte de 50% del pago de honorarios más la cancelación de todo lo artístico que implique costos para la cnmo a partir de este momento. No quiero ser yo la que ejecute semejante cosa.” El problema es precisamente lo contrario: el gasto. A pesar de que no hay información acerca de la totalidad del dinero que ha sido y será destinado a los festejos del Bicentenario, tan sólo una de sus 2 mil 300 iniciativas, la construcción del monumento a la celebración del mismo nombre, costará 200 millones de dólares. “El festejo debe ser nacional”, aseguró la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, “la participación y aportación de las entidades federativas y municipios es fundamental”. Por su parte Consuelo Sáizar, en declaraciones oficiales publicadas el 2 de enero de 2010 en diarios nacionales, alegó que Conaculta “hace mucho trabajo que no ve la gente”. Efectivamente, lo que no ve la gente es que el Paternalismo Regionalista Institucional, sostenido por un aparato burocrático y sindical de unos 20 mil empleados con gafete de Conaculta (14 mil en 2006 según cifras oficiales), alimenta el espíritu nacionalista en una sociedad que no cree en las instituciones públicas y que se halla al borde del colapso.
El SNFM abarca el programa de Centros Regionales de Entrenamiento Musical de Alto Rendimiento, que pretende apoyar a jóvenes instrumentistas, directores de orquesta y cantantes de coro, así como un catálogo en línea de música sinfónica mexicana y el programa de Núcleos Comunitarios de Aprendizaje Musical, que promueve el desarrollo de orquestas, coros y bandas regionales. El primero arrancó este año en siete estados. Su objetivo, de acuerdo con declaraciones oficiales, es intensificar la formación de jóvenes músicos para atender la supuesta demanda de instrumentistas en las diferentes orquestas del país. El segundo está presente en ocho estados y está integrado por 38,337 niños que integran 1,349 agrupaciones. Para compensar la ausencia absoluta de música de concierto en los mercados culturales, el SNFM hace partícipes a “músicos de primer nivel” del Paternalismo Regionalista Institucional. De este modo otorga 180 becas destinadas a instrumentistas, diez a jóvenes directores de orquesta y doce más para cantantes de coro. Conaculta excluye la posibilidad de que sus organismos generen recursos propios. Por el contrario, reclama la participación en la promoción de un nacionalismo burdo. El SNFM se une a las celebraciones del Bicentenario al promover la puesta en escena de Antonieta, un ángel caído, una nueva ópera (“mexicana”, subrayan los boletines oficiales) compuesta por Federico Ibarra y guión de Verónica Musalem. También se “rescata” la obra orquestal escrita durante las guerras de Independencia y Revolución (La marcha triunfal de Rafael Ordóñez, entre otras), y se convoca al concurso Solistas del Bicentenario, un ¡reality show! protagonizado por cinco instrumentistas que será transmitido por Canal 22.
El problema no es la falta de talento ni la carencia de un sistema nacional de educación artística. El problema es el mismo que en el resto de las áreas profesionales del país: la falta de empleo. ¿En verdad “tan sólo en la próxima década la demanda de instrumentistas en las orquestas nacionales será de aproximadamente 1,200 nuevos atrilistas”, como aseguró Enrique Barrios a mediados de marzo pasado? Y si fuera así, ¿dónde tocará el resto de los miles de niños que se forman en estos centros de “alto rendimiento” y atletismo musical? El resultado no será distinto al que actualmente viven las orquestas del país. Como ejemplo baste la Orquesta de Baja California (OBC).
Iván del Prado era director de la OBC hasta el 29 de enero de este año, cuando fue destituido de su cargo sin explicación alguna. Los responsables: los directores del patronato de la orquesta, entre ellos Alfredo Álvarez Cárdenas, ex director del Centro Cultural Tijuana (Cecut), organismo que depende directamente de Conaculta. Dicho patronato no recauda fondos y sólo se dedica a administrar los presupuestos que le asigna Conaculta. La decisión fue tomada sin avisarles a los miembros de la OBC. El fin fue restituir al director Eduardo García Barrios, fundador de la OBC pero también responsable de acumular un adeudo histórico de la agrupación por ocho años. Este adeudo nunca fue transparentado por Roberto Limón, otro de los ex directores de la orquesta, que prefirió renunciar antes que aclarar los manejos de dinero proveniente de fondos públicos. Limón aparece como concertista en los programas recientes de la Coordinación Nacional de Música y Ópera. La OBC ha estado en quiebra desde entonces: sigue sin tener independencia económica, sus integrantes son un puñado de músicos y no ha pagado impuestos desde hace un par de años. No hay manera de contratar músicos. La promoción de la mayoría de las orquestas en México no es estratégica: muy pocas veces se ven teatros llenos fuera de la capital.
El poco dinero generado por organismos culturales se va a enriquecer los sindicatos que institucionalizaron 80 años del PRI en el poder, el mismo corporativismo que el Partido Acción Nacional mantiene a pesar de haberlo criticado en el pasado. La existencia de estos sindicatos es igual de absurda que el imaginario folclórico de un México de estampitas, abismado de ciudadanos que se sienten todo menos orgullosamente mexicanos. ~