Este año, el Centro Cultural de México en París ahora llamado Instituto de México cumple veinticinco años de vida. No sólo se trata del único centro cultural latinoamericano en Francia, sino de uno de los espacios que han animado el intercambio cultural entre ambos países a lo largo de un cuarto de siglo. Para celebrar este acontecimiento, el canciller Luis Ernesto Derbez y el director de asuntos culturales de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Andrés Ordóñez, han decidido cerrar sus puertas. Sólo que, usando el newspeak típico de los políticos, dicen que se limitarán a “reestructurarlo”. La mentada reestructuración contempla, además de una drástica reducción de personal y de presupuesto, la “reubicación” del Centro Cultural en el propio espacio de la Embajada de México en Francia. Por desgracia, lo que le falta a la propia embajada es espacio, de modo que seguramente el señor Ordóñez piensa que es posible colocar las exposiciones en las paredes de los despachos, realizar las presentaciones de libros y las conferencias en la oficina del Embajador, los recitales de música en el vestíbulo y los conciertos en el bonito elevador circular que posee el edificio.
Sin duda, el costo de mantener un centro cultural en París es alto: la propia ciudad es cara y nunca se atendieron las solicitudes de los diversos directores del Centro para comprar un local propio que al cabo de veinticinco años ya habría acabado de pagarse. Pero los responsables de la cancillería no se dan cuenta de que uno de los ejes de la relación entre Francia y México es la cultura, ni de que el cierre del Centro dañará profundamente los demás intercambios políticos, comerciales, turísticos que se pretenden establecer con este país. Hace poco, un grupo de personas cercanas al Centro ha hecho circular una carta para defenderlo: en otras palabras, para detener su “reestructuración”. Resulta muy significativo que algunas de las figuras más importantes del mundo cultural francés la hayan firmado: prueba suficiente de la importancia que el Centro posee en París. Sin duda, se impone encontrar alternativas que permitan la difusión de la cultura mexicana acordes con la racionalidad económica, pero sin necesidad de frenar como ya ha ocurrido en casi todos los demás países el impulso a la cultura que ha sido una de las piezas medulares de la diplomacia mexicana. –
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