Tenía poco de haber llegado a Japón cuando Yumio Awa me llevó a conocer el lugar en Fukagawa, a las orillas del río Sumida, donde se supone que estuvo la choza a que Matsuo Basho se mudó en 1680. Ahora hay ahí una estatua del poeta, ante una asamblea de árboles de plátano (musa basho) que evocan los plantados por el discípulo Rika, a los que el poeta debió poemas y el sobrenombre. Ni la choza ni los árboles duraron mucho, víctimas del gran incendio de 1682. A unos pasos está el santuario del poeta, a sus pies las inevitables ranas de piedra. Poco más allá, el Museo en Memoria de Basho, que guarda caligrafías en las vitrinas, y en el jardín, sobre la mínima colina, una choza que reproduce en miniatura la del poeta. Hace guardia un buzón en el que los visitantes depositamos el haiku de ocasión. Se supone que en el terreno donde florece el jardín del museo estuvo la morada del poeta de 1683 hasta 1694. Desde ahí salió a recorrer las sendas de Oku y desde ahí emprendió el viaje definitivo. No volvió, pero los poetas de todo el mundo vuelven sobre sus pasos. En 1983, Octavio Paz anotó seis estrofas que luego colgó árbol adentro:
Basho An
El mundo cabe
en diecisiete sílabas:
tú en esta choza.
(…)
Eso que digo
son apenas tres líneas:
choza de sílabas.
Pero de 1677 a 1680, antes de instalarse a la orilla del río Sumida, Basho vivió en Sekiguchi, en las faldas de una colina a cuyos pies corría el acueducto de Kanda y sobre la que se eleva el santuario de Suijinsha, dedicado al dios del agua. A poca distancia hay una ermita, adscrita a un templo cercano y, en sus jardines, en el lugar donde estuvo la choza del poeta, el Basho Hall y, al lado, el estanque donde saltó la rana y piedras que eternizan el instante. Me vino esto:
Verdes o azules,
donde estuvo tu choza
altos bambúes.
El estanque aún glosa
ocurrencias de nubes.
La colina se llamaba Tsubokiyama: colina de camelias. El nombre sobrevive en un grabado de Hiroshige (Ekiguchi josui-bata Bashoan Tsubakiyama: Ermita de Basho y la Colina de las Camelias en el Acueducto de Kanda en Sekiguchi), en el que sin embargo sólo se ven cerezos, y en el magnífico restaurante que hay al lado, en los jardines del hotel Four Seasons. En época de Basho la vegetación debió de estar un poco más descuidada: el poeta no tenía jardineros, ni subsidio municipal. Y el acueducto, entre paredes de concreto, lleva muy poca agua. Las filas de cerezos que lo bordean estaban casi calvas.
Ah, ya caídos,
cómo ensucian los pétalos.
Qué lento el río. –