Hace diez años, un homónimo mío publicó una novela olvidable titulada El dedo de oro (Alfaguara). Contenía algunos aciertos sobre hechos por ocurrir entre 1995 y 2027, que es cuando sucede la acción: las elecciones del 2000 las ganaría Vicente Fox, haría erupción el Popocatépetl, se harían segundos pisos, se refundaría el pri como el Partido Evolucionario Definitivo (PED) cuyo caudillo uniría, de una buena vez y para siempre, a todas las fuerzas vivas, etcétera. Pero no era el del autor el don de vidente, acaso un sentido de la realidad y cierta intuición sobre el probado amor patrio al desastre.
Pero hace unas semanas leí una noticia espeluznante, que aquella novela macabra calculaba para el año 2027, mas lleva todas las de cumplirse antes de lo imaginado: resulta que la ciudad de México se encuentra peligrosamente próxima a convertirse en un gran lago de mierda. Esto no está dicho en el sentido figurado ni es metáfora de la atmósfera desaseada que se respira en la política y en la moral del país. Es un hecho científico (en serio).
Según la prensa del naciente abril que cita a varios técnicos, los veinte millones de habitantes de la ciudad generan DOS MILLONES Y MEDIO DE LITROS POR MINUTO de “aguas residuales”, para emplear ese púdico eufemismo. Ese turbulento horror, en principio, es evacuado por un río llamado (enigmáticamente) de Los Remedios, y por el vetusto Gran Canal, y por el “Drenaje Profundo”, de cuya desembocadura sólo se informa que se ubica en el gracioso cuanto próspero vecino estado de Hidalgo.
Pues resulta que se ha averiado la necesaria pendiente que debe existir para que todo sistema de desagüe (trátese de río, canal o tubo) opere con eficacia. Esto obedece a la calidad del suelo, o mejor dicho, a su falta de calidad. Elástico, chicloso, inestable, inescrutable, sísmico y, en suma, dado al berrinche, nuestro suelo es reflejo de la psique nacional. A eso se agrega, claro, la sobreexplotación de los mantos acuíferos, que hunde al Zócalo cinco centímetros al año, y treinta a Chalco. Esa sobreexplotación, claro, a su vez obedece a la explosión demográfica y al aumento de la migración a la capital de miles de personas que, claro, se enteraron de que en la ciudad de la esperanza se regala dinero. También se debe a que, en legítimo ejercicio de sus usos y costumbres, a los esperanzados les gusta echar basura, tapar alcantarillas y provocar inundaciones. Resultado: la basura redujo el drenaje profundo al 50% de su capacidad. Por si fuera poco, es imposible desazolvarlo o darle mantenimiento, pues a nadie se le ocurrió que iba a ser necesario hacerlo (supongamos que se pudiera limpiar en veinticuatro horas: ¿dónde se esperan los 3,600,000,000 litros de un día?).
El suelo inestable y la basura han acabado con la necesaria pendiente para que fluya el drenaje, y el talud comienza a invertirse y a devolver las aguas negras a la ciudad. Eso explica los espesos hedores que emanan de las alcantarillas y hacen ya irrespirable el centro de la urbe. Esta “contrapendiente” delata el esencial error de los ingenieros que, hace unos años, supusieron que el Valle de México siempre estaría más elevado que el Estado de Hidalgo, y gastaron miles de millones en una obra que debutó como salvación y acabó como amenaza (como tantas instituciones nacionales). Cuando el “agua” se comenzó a regresar a la ciudad, en 2002, los gobiernos de la urbe injertaron un sistema de bombeo (cuarenta millones de dólares) para revertir la corriente. Fue pronto rebasado, y el regüeldo se repite con mayor fuerza desde entonces. Cada temporada de lluvias se agrava el problema, pues sus aguas también viajan por el drenaje profundo, toda vez que (como es uso y costumbre) secamos los lagos, entubamos los ríos y los no entubados sólo sirven para echarles perros muertos.
En resumen, según la asambleísta Marta Delgado (Reforma, 10 de abril) “un colapso del Emisor Central, columna vertebral del Drenaje Profundo, puede ser inminente. Las consecuencias podrían ser graves para cerca de diez millones de personas del oriente y centro de la ciudad.” Tal cual. Como el Sistema de Drenaje Profundo carece de presupuesto, la Asamblea del DF ha propuesto a Protección Civil que diseñe un “programa de emergencia” para cuando suceda lo que desde ahora podemos llamar el tsunamierda.
El Sr. López Obrador prefirió gastarse miles de millones en otro tipo de vialidades. Son obras que se ven y se sienten, aéreas y monumentales, inaugurables y esplendentes. Pedantería de riquillo, optó por ponerle balcones de marmolina a la casa mientras los baños se desbordan. Se entiende: ¿cómo hacer campaña con un lago de mierda? Bien mirado, es hasta una inversión: cuando llegue la catástrofe, el Presidente se pondrá un traje de buzo, visitará el desastre, girará instrucciones, dirá que se trató de un complot y, entre la ovación popular, repartirá papel higiénico (con logo). –
Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.