Los herederos de Rulfo estarán, hemos de suponer, felices. Su táctica de acoso y derribo funcionó. El patronato que organiza el hasta hace unos días llamado Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo dio un paso al costado y aceptó retirarle el tan disputado nombre. Lo hará al menos provisionalmente, según acordaron sus integrantes, tras la exigencia del Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual de respetar la marca registrada por la familia Rulfo desde el pasado mes de mayo. Así, pues, tendremos en este 2006 en Guadalajara una Feria Internacional del Libro desrulfada.
Es posible deducir que las instituciones involucradas en el patrocinio del certamen decidieron poner fin a la lucha de lodo, en que se habían visto involucradas con los herederos y sus representantes, antes de que acabaran fatalmente confundidas con las estrellitas de telenovela que se divorcian de su marido tras acusarlo de toda clase de vilezas. Los cruces de críticas y ataques sangrientos, cuando no hay de por medio una millonada que los justifique, suelen inquietar a los políticos. Y no hay que olvidar que detrás del ex Rulfo están la Universidad de Guadalajara, el Conaculta, el gobierno de Jalisco, el Fondo de Cultura Económica… Instituciones, vaya, sin ánimos de protagonizar controversias espinosas a cambio de seguir pagando una presea que los herederos del homenajeado cuestionen, a toda voz, ante cada medio que les acerque una grabadora.
La estrategia usada por los Rulfo resulta, cuando menos, notable. El 19 de diciembre de 2005, la viuda del escritor, Clara Aparicio, envió una carta al patronato donde acusó “la presión que ejerce un grupo político-cultural en la selección del premiado”. Un grupúsculo que, dijo, “siempre se ha caracterizado por utilizar su estructura mediática para tratar de socavar la obra literaria de mi esposo y a su persona misma”. El alegato ha sido repetido, hasta el hartazgo, por los herederos y por el presidente de la Fundación Rulfo, Víctor Jiménez, quienes llegaron a sugerir que el poeta Tomás Segovia, premiado en 2005, renunciara al reconocimiento, por considerar que no apreciaba lo suficiente la obra del narrador jalisciense.
Aunque, en materia de renuncias, los Rulfo no han tomado la iniciativa. Por ejemplo, en plena guerra de tomatazos, Juan Carlos Rulfo participó en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara y aceptó, sin mayores miramientos, uno de los premios, pese a que sus convocantes eran los mismos que los del premio al que trataba de despojar de nombre. En aquella ocasión, Juan Carlos Rulfo afirmó que el problema de su familia no era con Raúl Padilla, presidente del patronato del premio literario y del certamen cinematográfico, ni tampoco contra las instituciones que apoyan ambos galardones. Y aceptó el Mayahuel al Mejor Largometraje Documental, dotado con nada despreciables diez mil dólares.
Claro: si el problema no es con las instituciones, se entiende que la Fundación Juan Rulfo haya aceptado, sin remilgos, los 145,000 pesos que el gobierno de Jalisco le otorgó para editar un libro sobre la obra literaria y fotográfica del autor. La Secretaría de Cultura de Jalisco y la Universidad de Guadalajara, por cierto, ya habían apoyado, apenas un año antes de las hostilidades, la edición de otro libro de la Fundación: La recepción inicial de Pedro Páramo 1955-1963, de Jorge Zepeda.
Antes de que el Rulfo 2006 se fallara a favor de Carlos Monsiváis, el primero de septiembre pasado, Juan Francisco Rulfo, otro de los hijos del autor, enfatizó que “el problema” tampoco era con el jurado –en esta ocasión presidido por Sergio Pitol. Sobre el ganador de este año, las palabras del abogado de la Fundación, Gabriel Larrea, fueron: “El problema no es con Monsiváis.” La ofendida familia también ha dicho, y no pocas veces, que el problema no es con la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. ¿Entonces con quién, en el cielo o la tierra, será? ¿Quiere decir realmente algo el señalamiento contra ese grupúsculo politicocultural que siempre ha tenido la peculiaridad de atacar a Rulfo, con lo que pretenden zanjar la discusión?
A menos que se revierta (y eso dependerá de un proceso legal que se antoja, como todos, tortuoso), la renuncia del patronato al nombre deja a la vista consecuencias considerables. La mayor de ellas es la posibilidad de que la familia Rulfo, como ha amagado, se aplique a convocar a su propio premio en busca de fortalecer la muy modesta imagen de su Fundación. Cabe preocuparse por ello, en vista de la lectura ortodoxa y monolítica de Rulfo que han querido imponer, con diversas clases de presiones públicas, sobre biógrafos, estudiosos y escritores en general, vetando interpretaciones que no coincidan con la que proponen y hostigando ante la prensa, con el insulto en la punta de la lengua, a quien no se pliegue a su posición. Recordemos que, en agosto pasado, ya desautorizaron un coloquio en la UNAM por la presencia de algunos expertos “herejes” entre los ponentes.
¿Tendría un hipotético premio Rulfo, convocado por la Fundación, el valor de reconocer a autores trascendentes e inclasificables como Rubem Fonseca, Juan Marsé, Juan Goytisolo o Nicanor Parra, como se hizo? ¿O se incurriría tan sólo en celebrar el cerril pintoresquismo que ciertos rulfianos defienden como posición esencial ante la literatura? Se aceptan apuestas.