Barcelona es la ciudad de los mil retratos literarios. Existen pocas urbes con tan alto poso narrativo. Desde la Barcelona arribista de Juan Marsé, la obrera de Francisco Candel, la del barrio chino de Manuel Vázquez Montalbán, la prodigiosa de Eduardo Mendoza, la del oropel de los años treinta de Josep María Segarra, la de la Transición de Francisco Casavella, la de la Guerra Civil de Mercé Rodoreda. Una ciudad que se escribe y se reescribe como si siempre tuviera que mirarse una y otra vez en el espejo, aunque este esté algo deformado. La última mirada es la de Carlos Zanón, barcelonés, hijo de catalanes, en Taxi (Salamandra), un recorrido por la ciudad que se puede seguir en Google Maps y revela un retrato que va mucho más allá de la foto que se hace el turista o la que saca el reportero.
“Yo no buscaba escribir una novela sobre Barcelona”, explica Zanón vía telefónica. Tampoco sabe muy bien qué tiene la ciudad para haberse convertido en reclamo para tanto escritor. “Quizá es una ciudad que te la tienes que inventar un poco. No tiene murallas, es muy líquida, no tiene un poder efectivo…”, dice. Lo que él sí ha conseguido es mostrar una panorámica social, desde las clases altas de Pedralbes hasta las zonas donde habita la clase media y baja, el puerto donde se divierte el llamado turismo de borrachera que llega en los cruceros y el moderneo del Born y el Gótico. Todo a través de la mirada de Sandino, un taxista desencantado con la vida, que busca ansioso sentir, que sucedan cosas, que todo gire 180 grados. Dejar atrás las calles de su infancia, a su familia, a su mujer y a todas las mujeres que le rodean.
Taxi es, sobre todo, una novela social. Zanón ha recibido elogios de la crítica por novelas de trama negra-criminal como Yo fui Johnny Thunders o No llames a casa, pero en esta ocasión adopta un tono más psicológico y, pese a incluir una pequeña trama de corte policial, lo que consigue es desgajar las diferentes clases sociales de la ciudad a partir de las personas con las que se relaciona el taxista y las que suben a su coche negro de puertas amarillas. Ricos y pobres. Ni tan homogénea ni un sol poble. “A mí me gusta mucho la novela working class inglesa. Yo creo que la sociedad española es muy clasista, del mismo modo que no creo que sea muy racista. Por un lado también existe una tradición literaria del arribista, desde Gatsby al Pijoaparte, hay una idea de la persona que intenta salir de su clase y se encuentra con que aparentemente puede, pero luego le dicen: nos hemos divertido contigo pero esta no es tu fiesta. Era un tema que quería abordar porque yo vengo de una familia de clase media humilde, y a veces, aunque tengas estudios y te lo hayas currado, notas que tú estás aquí y ellos están allá”, afirma Zanón. ¿Entonces Barcelona es clasista? “Sí, pero no mucho más que otras ciudades de España. Es un rasgo que nos unifica a todos. Mira, ya hemos encontrado el punto en común”, desliza con una carcajada.
Por las páginas de Taxi resuena una ciudad en el aquí y el ahora. Con sus ambientes de drogas y prostitución, los restaurantes donde acude a cenar la burguesía-de-toda-la-vida, las barriadas en las que se cernió la precariedad (y los desahucios) en los últimos años. Una ciudad “humana” en la que, como escribe Zanón, tampoco hace mucha falta coger un taxi como sí ocurre en otras metrópolis. Y no hay caricaturas. Ni de la pija de Pedralbes ni del buscavidas del taxi, que lee a Lina Meruane o Bohumil Hrabal mientras espera en la parada. Un lugar que queda lejos de lo que narraron Marsé o Candel. “Es que ha cambiado mucho. El turismo la ha convertido en un escaparate, la ciudad la ha perdido un poco el ciudadano y la ha ganado el turista; luego está la inmigración, que le ha dado un colorido distinto, nos hemos mezclado más, es más mestiza; y la mentalidad ha cambiado, en el sentido de que los Juegos Olímpicos y la trayectoria del principal club de fútbol han demostrado que podíamos hacer cosas, ganar y ser un referente. Luego también creo que es una ciudad ensimismada, pero creo que siempre lo ha sido. Cuando le va bien y cuando no. Hay una clase media potente, las clases sociales no se ven de una manera tan radical como en Últimas tardes con Teresa porque los nietos o hijos de inmigrantes están completamente integrados y a veces son independentistas”, describe Zanón.
El novelista, que empezó escribiendo poesía y tardó veinte años en publicar su primera novela, afirma que no concibe la literatura sin la música. Taxi está escrita bajo los acordes de The Clash, no el London Calling, sino el disco Sandinista!, publicado en 1980, época de thatcherismo enconado. Y así va retumbando la historia con un castellano de frases cortas que es también símbolo de la mezcla de la ciudad. Frases en las que la tele se mira, pero no se ve. “Escribo en castellano pero no tengo ningún respeto: aspiro mostrar un lenguaje de la calle. Eso me permite escribir de una Barcelona distinta. A veces cuando hablo con gente de fuera de Barcelona hablo en castellano con construcciones lingüísticas catalanas, pero es que uno ha hablado así toda la vida. Es la mezcla de dos lenguas y de palabras y las vas pasando de una a otra. Yo quiero conservar eso porque no creo que sea negativo”, explica.
La habilidad de Zanón para retratar esa complejidad le ha llevado a recibir un difícil encargo: resucitar al Carvalho de Vázquez Montalbán. Una empresa complicada por lo apegadas que siempre estuvieron estas historias a la actualidad. “Y la realidad se ha puesto tan loca que espero que pare un poquito. No quiero que se quede como un libro viejo a los seis meses”, dice. “Con todo lo que está pasando, como escritor he podido expresarme. Soy bilingüe y escribo en las dos lenguas. Lo que pasa es que antes hablabas con quien querías de lo que querías y ahora te lo piensas mejor en determinados ambientes para no pelearte y no herir susceptibilidades. Eso sí que ha cambiado. Pero como escritor no me he sentido presionado”, reconoce. La respuesta final quizá esté en el próximo Carvalho. ~
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.