Un sacerdote no es mocho, está en su papel. Se aplica sobre todo al laico que excede su celo religioso. Decir “yo soy católico, no mocho”, señala Gabriel Zaid, “es una afirmación de autonomía espiritual. En la sociedad civil quiere decir: no tengo que renunciar a mis creencias para ser aceptado como ciudadano; actúo civilmente por mi cuenta, no como peón de la jerarquía eclesiástica”. Una definición que expresa bien a quien la enuncia. Estamos en el espacio de la sociedad civil. Un espacio abierto de libertad de conciencia. El ciudadano Zaid actúa civilmente por su cuenta. No es peón del poder político, ni del poder literario, ni del eclesiástico. Ejerce a plenitud su autonomía espiritual e intelectual. Ha creado un personaje que solo existe por sus escritos. Un ciudadano que razona en la plaza pública, pero que también cree.
Para un ciudadano creyente, el Estado liberal no tiene fundamento sólido, “más allá de la tolerancia, la indiferencia, el relativismo, el no sabemos”. Carece de legitimidad, “no puede representar las creencias, los sueños, las profecías, los proyectos de realización personal, más allá del proyecto de convivir pacíficamente”. En el centro mismo del poder hay un vacío que resulta “práctico y aceptable” para algunos, pero no para todos.
A los creyentes les “hace falta convertir su fe en vida pública”. De eso, de las creencias en la plaza pública, y de muchas cosas más, trata Tres poetas católicos. De tres poetas católicos –Ramón López Velarde, Carlos Pellicer y Manuel Ponce– en la vida cultural mexicana revolucionaria y posrevolucionaria, predominante liberal y laica.
Gabriel Zaid es un católico converso. Sus padres profesaban la fe de la Iglesia ortodoxa griega. Siendo adolescente consultó con sacerdotes y le confirmaron que no era necesario ningún rito especial para convertirse al catolicismo romano. Cambió de nombre, de Ghazy a Gabriel, por el apego que sentía por el arcángel Gabriel. El converso suele tener más ímpetu y originalidad que el “cristiano viejo”. Realizó estudios en Francia y estuvo cerca de la revista católica Esprit. A su regreso a México comenzó a publicar artículos, ensayos y poemas sin identificarse como escritor católico. Algunos de sus poemas tienen una evidente raíz religiosa. El primero en señalarlo me parece que fue Octavio Paz en 1976 al reseñar Cuestionario, libro que reunió sus poemas escritos hasta el momento. “Nuestra insensibilidad ante lo espiritual y lo numinoso ha alcanzado tales proporciones que nadie, o casi nadie, ha reparado en la tensión religiosa que recorre los mejores poemas de Zaid.” Señaló Paz el talante religioso de alguno de sus poemas pero no mencionó que se trataba de un poeta católico.
No fue sino hasta 1989 que Zaid publicó en Vuelta su ensayo “Muerte y resurrección de la cultura católica” y los lectores pudieron situarlo en esas coordenadas. No se veía bien que un escritor se declarara católico. Zaid lo hizo hasta los 55 años, cuando los lectores se habían formado una idea clara de su inteligencia y su ironía, de la amplitud de su cultura. Se había ganado con creces su derecho a participar en la cultura moderna. Gabriel Zaid había escrito sobre temas literarios, sociológicos, de economía, demografía, política, sobre temas históricos y filológicos, pero no sobre temas religiosos. En México, en nuestra cultura moderna, señalarse o ser señalado como escritor católico es cargar con un estigma. Gabriel Zaid tuvo suerte en poder evitar ese peso, otros no corrieron la misma fortuna. Me viene a la mente el ejemplo de Antonio Gómez Robledo. Gran estudioso y traductor del mundo clásico (traductor de Platón, Aristóteles, Cicerón y Marco Aurelio), estudioso de Bergson, Vitoria, santo Tomás, Dante, Maquiavelo, Hartmann, jurista de altura internacional, y un largo etcétera. Según Jean Meyer “el más grande humanista mexicano del siglo XX”. Embajador en varios países y miembro de El Colegio Nacional. Imposible dar con sus libros en las librerías (a pesar de que El Colegio Nacional editó sus obras completas, y de inmediato las embodegó). ¿Cómo es posible que no tenga reconocimientos el “más grande humanista mexicano del siglo XX”? Una nota al pie de página en las Obras completas de Octavio Paz. La respuesta es dolorosa: porque fue un escritor católico. Así se identificó Gómez Robledo desde muy joven, desde sus primeras publicaciones en la revista Bandera de Provincias.
Si esa suerte y ese menosprecio puede sufrirlos un intelectual de esa talla, un escritor e intelectual católico en México debe pensarlo muy bien antes de identificarse como tal. Por eso Gabriel Zaid asumió esa tarea hasta los 55 años de edad. Primero se ganó el respeto de todos, para que no pudieran marginarlo. Luego publicó poemas religiosos, pero “nadie o casi nadie” advirtió ese talante. Por eso fue importante que Zaid publicara su ensayo en 1989 sobre la muerte y resurrección de la cultura católica. Por eso es tan importante que vuelva a publicar ahora Tres poetas católicos (primera edición en Océano en 1997 y no en 1977, como equivocadamente aparece en la “Noticia bibliográfica” de la más reciente edición de su libro). Aunque no se trate de un libro totalmente acabado: “prefiero publicar el libro como está”, dice Zaid en la introducción.
La cultura católica tuvo un breve auge en las primeras décadas del siglo XX, luego languideció y “se acabó”. Aquí y allá hay atisbos que señalan que la cultura católica está de vuelta. El libro de Zaid forma parte de esa resurrección. Para él es muy importante que la cultura mexicana se reconcilie con sus orígenes católicos. En resumen, “hay cosas de la cultura mexicana que nunca entenderás, si ignoras que el catolicismo mexicano soñó con la modernidad”.
En el 2000 Vicente Fox, un empresario católico de la periferia, consumó la transición política a la democracia. En ese momento me costó trabajo entender por qué. Leía esa victoria desde el mirador de la cultura liberal. Me abochornaba que Fox mostrara imágenes religiosas: no entendía bien por qué el cambio político no había venido de la izquierda sino de la derecha conservadora y creyente. Definitivamente no entendía bien a mi país. Había leído la trilogía de La Cristiada, de Jean Meyer, sin sacar las conclusiones correctas. México era y es un país profundamente religioso. De los muy pocos países en el mundo que en el siglo XX sostuvieron una guerra civil religiosa. No había leído la Revolución en esos términos. No sabía del apoyo de grupos y combatientes protestantes norteamericanos a la causa de los generales norteños en contra del poder centrista y católico. Porfirio Díaz había pactado en lo oscuro con la cúpula eclesiástica, pero más tarde el Partido Antirreeleccionista y el Partido Católico Nacional fueron los que postularon a Madero a la presidencia. López Velarde fue un maderista de primera hora y en algo ayudó en el Plan de San Luis. Hubo una vanguardia católica mexicana que fue revolucionaria. Pero la historia la escriben los que ganan, y la Revolución la ganaron los generales norteños, con batallones protestantes (véase Jean Meyer, De una revolución a la otra, El Colegio de México, 2013) y un jacobinismo militante. No me había dado cuenta de que luego del pacto que puso fin al conflicto religioso en 1940 los católicos fueron hechos a un lado en la cultura y en la política mexicana. La paz priista fue la continuación política de la guerra cristera. Los católicos (en sus conventos, en sus escuelas, en la riquísima cultura popular, en la literatura y las artes, en revistas) podían vivir siempre y cuando se quedaran en el margen. Resulta obvio que Al filo del agua, Pedro Páramo y Los recuerdos del porvenir son frutos de la cultura católica (cristera), pero nadie los ve así. Es obvio el talante religioso de nuestros pintores muralistas (Fernando Leal, Jean Charlot y aun Diego Rivera), de nuestro mayor arquitecto (Luis Barragán), de nuestro mayor historiador (Luis González y González), filólogo (Antonio Alatorre), prosista (Juan José Arreola), etcétera. Es obvio el espíritu católico de revistas progresistas como Proceso (Scherer, Maza y Leñero), tan obvio que preferimos no verlo. Por eso es urgente el llamado de Gabriel Zaid.
Si no comprendemos quiénes somos y de dónde venimos vamos en zozobra por el mundo. Inseguros sin saber por qué. Divididos. Confrontados. Para reconciliarnos debemos primero conocer. Tres poetas católicos es un llamado a superar esa ignorancia. Abre sendas y caminos que podemos transitar ahora que alguien los ha señalado. No se ha escrito una historia de la literatura católica, señala Zaid. Tampoco se ha escrito una historia comprensiva de la cultura moderna mexicana. Zaid nos dice en este libro que ha llegado el momento de hacerlo. ~