Cerrar los ojos

Ulalume González de León tuvo la audacia de encontrar un poema –más conciso, original y mallarmeano– dentro de otro poema de Jorge Guillén. ¿Podría escribirse un tercer poema a partir de ese?, se pregunta Gabriel Zaid en este ensayo, ejemplo de penetración lectora y disposición al juego.
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Dormir es desconectarse. Dormitar es oscilar entre el sueño y la realidad. Sobre esta experiencia, hay un soneto de Jorge Guillén en Cántico (Buenos Aires: Sudamericana, 1950, p. 280):

Cierro los ojos

Une rose dans les ténèbres.
Mallarmé

Cierro los ojos y el negror me advierte
que no es negror, y alumbra unos destellos
para darme a entender que sí son ellos
el fondo en algazara de la suerte.
Incógnita nocturna ya tan fuerte
que consigue ante mí romper sus sellos
y sacar del abismo los más bellos
resplandores hostiles a la muerte.
Cierro los ojos. Y persiste un mundo
grande que me deslumbra así, vacío
de su profundidad tumultuosa.
Mi certidumbre en la tiniebla fundo.
Tenebroso el relámpago es más mío.
En lo negro se yergue hasta una rosa.

Como si fuera una caja china (con moño mallarmeano), Ulalume González de León descubrió un sonetillo dentro del soneto de Guillén:

Cierro los ojos, me advierte
el negror con sus destellos
que no es negror y son ellos
fondo feliz de la suerte.
Incógnita ya tan fuerte
que ante mí rompe sus sellos
y hostiliza así sus bellos
resplandores a la muerte.
Cierro los ojos: un mundo
dura y deslumbra, vacío
de su hondura tumultuosa.
En sombra lo cierto fundo:
un relámpago más mío.
Se yergue en sombra una rosa.

Lo más llamativo de este descubrimiento (después del asombro que produce la hazaña) es la distinta música que hay en las mismas palabras, según el contexto sonoro (soneto, sonetillo). También es notable que supera al original. El sonetillo resulta más conciso y mallarmeano que el soneto.

Su audacia invita a la emulación. ¿No habrá una tercera caja china? El sonetillo sale del soneto eliminando tres sílabas por verso. ¿Por qué no extremar la concisión, eliminando cuatro versos para que emerja una décima?

Cierro los ojos. Me advierte
el negror unos destellos
para entender que son ellos
algazara de la suerte.
Incógnita ya tan fuerte
que se yergue en una rosa.
Profundidad tumultuosa
que consigue romper sellos,
sacar del abismo bellos
resplandores a la muerte.

Pero esta décima se queda corta ante otra que compuso Guillén para decir lo mismo con palabras distintas (p. 235):

Beato sillón

¡Beato sillón! La casa
corrobora su presencia
con la vaga intermitencia
de su invocación en masa
a la memoria. No pasa
nada. Los ojos no ven:
saben. El mundo está bien
hecho. El instante lo exalta
a marea, de tan alta,
de tan alta, sin vaivén.

Lamento no haber localizado la frase de Mallarmé, ni en sus Œuvres complètes (París: Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1974), ni en la web, donde sí aparece, pero como título de un libro y un coloquio. Si algún lector lo sabe, se lo agradeceré. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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