En la “gruesa losa gris” del sepulcro de don Antonio Machado que cantó Serrat, allá en el pequeño cementerio de la villa costera a la que se llega tras recorrer tan solo unos veinte kilómetros desde la raya de Francia, constan, bajo su nombre, el lugar y la fecha de su nacimiento: “Sevilla 26 VII 1875”, y los de su muerte, de la que se han cumplido hace poco ochenta años: “Collioure 22 II 1939”. Debajo puede leerse: “Ana Ruiz, madre del poeta. Sevilla 4 II 1854. Collioure 25 II 1939.” Pues en efecto, como es sabido, doña Ana murió tres días después de la fecha en que se extinguió el poeta, arrasados ambos por la pena y el sufrimiento. (Convendrá precisar, por cierto, en honor de la exactitud, que en la fecha de nacimiento que la lápida asigna a la madre de Machado se cometió un error, pues no vino al mundo el 4 de febrero de 1854, sino el 25 del mismo mes y año; y se da la circunstancia de que también está errada la fecha en la placa de azulejos que puede leerse en su casa natal de Triana, según la cual habría nacido el 28 de febrero de 1854. No: doña Ana murió exactamente, fatalmente, el mismo día en que cumplía 85 años.)
La sepultura en la que yacen Machado y su madre no es inmediatamente posterior a la muerte de ambos. El féretro del poeta ocupó primero un nicho que llevaba esta inscripción: “Ici repose Antonio Machado, mort en exil le 22 février 1939.” La iniciativa de un grupo de hispanistas franceses posibilitó, por suscripción pública, el traslado de ambos a la tumba definitiva, traslado que se produjo el 16 de julio de 1958.
El pasado domingo 24 de febrero El País anunciaba que el presidente del gobierno iba a visitar “la tumba de Manuel Azaña en Montauban y la de Machado en Colliure”. Un artículo de Gregorio Marañón Bertrán de Lis en la misma página comentaba igualmente que Sánchez “se desplazará a Montauban y Colliure para rendir homenaje a Azaña y Machado”. Cuando Ignacio Echevarría en su artículo de El Cultural del 1 de marzo y Antonio Muñoz Molina en el suyo de Babelia del día 2 se hacían eco de la visita y se referían a la localidad francesa donde reposan el poeta y su madre, podía leerse de nuevo “Colliure”. Sin embargo, El País del lunes 25 había escrito “Collioure” al dar la noticia, tanto en la portada como en una página interior. El 6 de marzo apareció un artículo de Marta Rebón titulado “Collioure-Portbou”, sobre los finales respectivos del poeta español y Walter Benjamin. Y en El Cultural del 8 de marzo, en sendos artículos de Juan Bonilla y Berta Vias Mahou vuelve a leerse “Colliure”.
¿En qué quedamos, pues? ¿“Colliure” o “Collioure”?
Evidentemente, Collioure es el nombre francés de la localidad cuyo camposanto visité con emoción un muy lejano día de 1976. Mas, por otro lado, la consulta de varias obras normativas españolas vendría a confirmar Colliure como su equivalente español. Sin embargo, es opción que personalmente no acaba de convencerme.
El Diccionario de dudas y dificultades de Manuel Seco (tengo delante la séptima edición, de 1976) dice: “Collioure. El nombre español de este puerto del Rosellón es Colliure”, recomendación que esta obra impar mantiene en su última edición (Nuevo diccionario de dudas y dificultades…, 2011). También establece Colliure la Ortografía de la Academia de 1999 (la de 2010, en cambio, no se pronuncia al respecto, ni tampoco lo hace el Diccionario panhispánico de dudas de 2005).
Ciertamente, la lengua española (como les ocurre a otras) tiene un buen repertorio de nombres propios geográficos… propios (si se me permite jugar con el adjetivo). No, desde luego, para todas las localidades extranjeras habidas y por haber, pero sí para buen número de ellas. Decimos, como es obvio, Londres y no London, Florencia y no Firenze, Múnich y no München, etc. (También, por cierto, y a fe que no son extranjeras, Lérida y no Lleida, Gerona y no Girona.) Unos cuantos kilómetros más al norte de la localidad donde murió Machado está Perpiñán, y esto es lo que en español escribimos y pronunciamos, no Perpignan, ni Perpinyà. Etcétera.
Ahora bien, hay además –o más bien hubo– denominaciones españolas “propias” que se usaron un día y después cayeron en el olvido. Hoy llamamos Lyon (con pronunciación, desde luego, españolizada) a una ciudad que antaño se denominó León de Francia. Cuando se firmó el Tratado de Maastricht se recordó que esa localidad de los Países Bajos se había llamado en nuestra lengua Mastrique, y que hay una comedia de Lope intitulada El asalto de Mastrique.
Es obvio que, no teniendo siquiera un diccionario histórico de las palabras comunes de nuestra lengua, reclamar un repertorio del mismo carácter para los nombres de lugar, o geográficos en general, parecerá pedir la luna. Y, sin embargo, el conocimiento de la historia de esos nombres sería de gran interés.
Yendo al caso que nos ocupa, ¿es antiguo el nombre Colliure? El testimonio más temprano de esta forma (“el puerto de Colliure”) se halla en 1584 en La historia del muy alto e invencible rey don Jayme de Aragón, primero deste nombre, llamado el Conquistador, de Bernardino Gómez Miedes. En cambio, para documentar “Collioure” hay que esperar al XVIII, siglo en que lo encontramos en textos de 1748 y 1754.
Después, desde el XIX en adelante, han alternado el nombre ligeramente españolizado, Colliure, y el francés, Collioure. Los poetas barceloneses de la generación del medio siglo (Barral, Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo…), al conmemorar en 1959 los veinte años de la muerte del autor de Campos de Castilla, pusieron el nombre de “Colliure” (la idea, al parecer, fue de Josep Maria Castellet) a una colección de libros de poesía cuyos títulos aparecerían entre 1961 y 1966. En cambio, el título de la canción de Serrat que tanto nos emocionó a los jóvenes de mi generación era “En Collioure”. Personalmente tengo la impresión de que, escribiéndolo de una manera u otra, la tendencia general ha sido y sigue siendo pronunciarlo más o menos “a la francesa”, es decir, sin que sonara la -e. Debido a ello, yo me decantaría en mi preferencia por escribir Collioure.
Ahora bien, resulta que la localidad rosellonesa que nos ocupa –y téngase en cuenta que el Rosellón estuvo en distintos períodos integrado en la corona de Aragón– tuvo en castellano un nombre antiguo hoy completamente olvidado: Colibre.
En una de las muchas ediciones (ampliadas) del diccionario bidireccional latinohispánico de Nebrija, publicada en Amberes en 1560, hay un “Dictionarium propriorum nominum” en el que puede leerse lo siguiente: “Ceruaria opp[idum] est, Galliae Aquitanicae finis. Vulgo Colibre”. Es decir, se identifica Collioure con Cerbère y se nos dice que el nombre “vulgar” (del “vulgo”) es Colibre. Y más o menos lo mismo en la parte español-latín, titulada “Locorum Neotericae ac vulgares appellationes” (esto es, ‘nombres de lugar nuevos y vulgares’): “Colibre; villa y puerto a los confines de Cataluña y Francia, Ceruaria”.
En efecto, en los Anales de la Corona de Aragón (1585) de Jerónimo Zurita encontramos: “fue muerto junto a Colibre, en los confines de España”, “el castillo de Colibre”, etc. Lope de Vega emplea varias veces Colibre. En El Bernardo, o Victoria de Roncesvalles (1624), poema heroico de Bernardo de Balbuena, leemos: “Llegó al mar de Colibre cuando el día / en el de la Coruña se escondía”; y también: “Allí es Sansebastián, Huesca y Bayona / y aquí Colibre al mar Mediterráneo.” Y en la Corona gótica castellana y austriaca (1646) de Saavedra Fajardo se da Colibre como equivalente del nombre latino Caucoliberis.
Después, como tantas veces ha ocurrido, esa denominación se olvida. Y solo la rescata Gerardo Diego en un poema que dedica a Machado en Cementerio civil (1972):
Antonio el Bueno duerme allá en Colibre,
la Colibre que en Lope es española,
hoy es francesa
y siempre catalana.
Terminando de escribir estas líneas llega a mis manos un libro de Ian Gibson que acaba de publicar Espasa: Los últimos caminos de Antonio Machado. De Collioure a Sevilla. No es preciso decir que apruebo el criterio que han seguido autor y editorial. “Collioure” es francés, ciertamente. Pero, a falta de una forma castellana (imposible resucitar Colibre a estas alturas), es lo preferible. “Colliure” es válido como forma catalana, que el diccionario de Alcover y Moll recoge junto a Cotlliure. ~
es catedrático de Lengua Española en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española de la Lengua.