¿Qué buscamos en un ensayo sobre humor? Reírnos no parece ser la respuesta, pues destripar un chiste para analizarlo es la mejor manera de quitarle la gracia. Jeremy Dauber es consciente de ello, y en este ensayo sobre la historia del humor judío nos ofrece ante todo un acercamiento al judaísmo a través de este mecanismo cómico que, por su carácter eminentemente discursivo, produce pensamiento, de ahí que sea una herramienta excelente para profundizar en la historia, la teología y los destinos del pueblo judío.
Como profesor de la Universidad de Columbia, a cargo de las asignaturas de lengua, literatura y cultura en yidis, Dauber es la figura perfecta para ilustrarnos sobre el humor producido por los judíos que emigraron desde Europa Central y Oriental a Estados Unidos en el siglo XX, y que son los verdaderos protagonistas de este libro, cuyas dos vertientes principales son la comedia estadounidense producida por cómicos judíos y la historia de la civilización judía con énfasis en su sentido del humor. Por eso, no solamente encontraremos aquí menciones a las estrellas de la comicidad judeoestadounidense como Woody Allen o Larry David, sino también una lectura en clave humorística de la Biblia hebrea y del Talmud, de la literatura rabínica y de otras obras literarias de carácter religioso. “Tomada en su conjunto, la Biblia no es divertida”, afirma Dauber, que, no obstante, encuentra perlas humorísticas en detalles concretos del libro sagrado.
Si bien en inglés se encuentra abundante bibliografía sobre la comedia practicada por los judíos estadounidenses, en castellano no contamos con ensayos de esta índole, así que Dauber se convierte en nuestro guía, abriéndonos las puertas de acceso a otras lecturas y referencias. Para la mayoría de los lectores que no crecimos en el judaísmo el ensayo de Dauber es, además, una buena manera de colmar algunas de nuestras lagunas sobre cultura judía, especialmente en relación con lo bíblico, pues el Tanaj (el conjunto de libros que componen la Biblia hebrea) es una de las fuentes primarias de las que Dauber extrae sus numerosos ejemplos y chistes.
Como buen docente, el autor establece clasificaciones que estructuran con claridad la información, de ahí que cada capítulo de su libro se centre en uno de los siete temas principales que él detecta en el humor judío. En cada uno de ellos recorre desde la Biblia a la producción humorística de cómicos actuales, dejando un reguero de chistes, de información y de reflexiones que nos llevan a leer el ensayo lápiz en mano.
Dauber le saca particular provecho al libro de Ester. Lo considera tanto una “versión cómica de la sumisión” como “el chiste más negro y sombrío de la historia judía”, pues en él el destino del pueblo que se autoproclama elegido por Dios depende del puro azar, es decir, de que Amán eche a suertes la fecha del exterminio de los judíos. El libro de Ester marca también el inicio de una larga tradición que ha considerado a los judíos como símbolo de la otredad por excelencia.
Otro discurso que Dauber retoma en más de un capítulo es el de la Haskalá, el movimiento ilustrado judío nacido en la Europa del siglo xviii cuyo objetivo fue modernizar el judaísmo a la luz del racionalismo filosófico y la tolerancia religiosa. Y, como no podía ser de otro modo, Dauber no se olvida de profundizar en la obra literaria y humorística de Philip Roth, Jerry Seinfeld o Larry David, que aun en el siglo xxi se defienden cómicamente de los gentiles o goyim por medio de su ingenio y facilidad de palabra.
Al afamado ingenio judío le dedica un capítulo en el que aparece el mismísimo rey Salomón y su propuesta ingeniosa, glosada por cómicos de todos los tiempos, de cortar a un niño por la mitad para que las dos mujeres que dicen ser sus madres obt engan su parte proporcional. Como contraste, Dauber profundiza también en el nacimiento de los chistes que se ceban con el “pueblo de los tontos”, una especie de Lepe judío llamado Chelm, y se aparta momentáneamente de la cultura askenazí para referirse a la poesía judeoespañola como apogeo cultural y muestra de ingenio, tanto por sus juegos lingüísticos en hebreo y castellano, que daban lugar a equívocos intencionados, como por el uso subversivo de frases del canon bíblico, recurso frecuente en los escritores sefarditas Ibn Gabirol y Judá Leví.
“Bueno, ya está bien de hablar de chistes intelectuales. Pasemos de una vez a los pedos”: así comienza el capítulo cuarto, dedicado al humor relacionado con el cuerpo y sus fluidos y regurgitaciones. La tradición escatológica y obscena cristaliza particularmente en las obras de teatro representadas durante Purim, el equivalente del carnaval judío. Fueron los seguidores de la Haskalá quienes, en su intento por refinar y actualizar el humor judío, trataron de suavizar las obscenidades de las representaciones de Purim sin mucho éxito.
Una cuestión esencial que se plantea Dauber es cuándo el humor judío dejó de ser un asunto de familia y empezó a ser comprendido y disfrutado por gentiles. Para responderla apunta a la década de los años cincuenta en Estados Unidos, cuando el cómico Allen Sherman se empie- za a dirigir en sus actuaciones también a los no judíos, rebajando la cantidad de palabras en yidis de sus canciones cómicas, sin ir más lejos. Si bien el proceso de americanización de los hijos de los inmigrantes judíos europeos fue inevitable, curiosamente en la actualidad gran parte de los humoristas estadounidenses son judíos, fenómeno que Dauber achaca a las escasas barreras sociales para acceder a las instituciones que hicieron del humor un espectáculo de masas. Eso se refleja particularmente en lo que se llamó el Borscht Belt [cinturón del borscht], apodo que recibió el área montañosa de la costa este estadounidense consagrada al veraneo de la colectividad judía. Llamado así por la frecuente presencia de la sopa de remolacha o borscht típica del Este de Europa en sus manteles, el fenómeno del Borscht Belt surgió en las primeras décadas del siglo xx, cuando los inmigrantes judíos europeos instalados en Nueva York comenzaron gozar de unas vacaciones en las que podían comunicarse en yidis y volver a comer guisos transoceánicos. A la zona de las montañas Catskills se desplazaba casi un millón de personas cada verano con sed de entretenimiento. Para saciarlos apareció un elenco de cómicos encabezado por Mel Brooks, Danny Kaye, Jerry Lewis, Lenny Bruce y Woody Allen, que actuaban cada noche en los hoteles donde se alojaban los clientes judíos y que poco después se hicieron célebres entre el gran público.
Para bien y para mal, en este libro nos convertimos por un tiempo en alumnos de las clases universitarias de Dauber en Columbia, pues el ensayo es fruto de sus varias décadas de docencia. Por ello, además de recibir advertencias sobre las posibles ofensas que nos salgan al paso en las páginas de su ensayo, obtenemos un contenido claro y bien documentado, desgranado en un tono divulgativo y ameno para ayudarnos a aprobar la asignatura, que en nuestro caso consiste en ponernos al día en historia sagrada y cultura judía. ~