El misterioso poema

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para Antonio Lazcano

Hace tiempo me dedicó un poema Gerardo Deniz, avatar de Juan Almela. Fui relativamente amigo de ambos. Solía llegar a la Fundación Octavio Paz a impartir cursos y conferencias principales o a pasar el rato en el jardín con las dueñas Maribeles, que curaban dél y su rocino. Ahora Fernando Fernández, entre cuyas labores se cuenta curar su legado, me pregunta por qué me habría dedicado

Sabio

Don Alfonso Herrera explicaba/ el movimiento browniano mediante bestezuelas que resistían el rojovivo./ Me da cierta compasión,/ si bien temo que aquel cráneo de gres no la merecía.

A menudo recorro la calle crepuscular./ Fue ampliada en el 47. Antes vivió Victoriano Huerta./ (En cambio, ya no hay calle de Constantinopla,/ ni de Juan Polainas. ¿Podrían justificármelo?)

Escucha adentro, al pasar, el discurso gargajeante/ de quienes ensalzaron el gusto de la sacarina/ y envejecen y expiran sintiendo orgullo por su aportación./ La Historia repite más que el Pepino.

Pienso, por analogía,/ que seres minúsculos agitando patas filiformes/ producen el azul de este cielo./ Va oscureciéndose tras la engalladura.

Como toda su poesía, es un divertido artilugio, laborioso, urdido de erudición y guiñapos, escrupuloso inventario de la nada y lo todo. Enigmas en marea, hebras de historia y ciencia, sinapsis y tragaldabas, memorias, narraciones, sigilosas charadas…

El “Sabio” es Alfonso Herrera (1868-1942), biólogo, botánico, geólogo, que dedicó la suya a descifrar el origen químico de la vida toda. Pionero del protoplasma, inspirador de acuarios y zoológicos; nombrador de reptiles; corresponsal de Oparin, autor de libros polémicos que disparaban esoterias y rescataban ciencia prehispánica (pero en serio). Los científicos importantes del mundo –Lazcano entre ellos– reeditan sus obras en Springer, la editorial inglesa. Su Botánica (1924), completa en línea, explica el “movimiento browniano”: es la danza que coreografían las partículas vivas y rojas del humo. Y Herrera habrá tenido un cráneo duro, de roca grès, ¿el suyo o un memento homo? Y Almela gozó su fastuoso vocabulario: párrafos preñados de bioblastias, condriomas, simbiotes, vacuomas y plastidomas.

Luego, Almela vivió niño la colonia San Rafael (en De marras hay una preciosa evocación), cuya “crepuscular” calle Alfonso Herrera la cruza de lado a lado, y en la que vivió el tirano Huerta; y a una cuadra está el Cine Ópera, en cuya pantalla habrá visto películas sobre Constantinopla y Juan Polainas, algunas de cuyas escenas se filmaron en la colonia. Y en la misma calle abundan los bares y comederos. Y como por la guerra escaseaba el azúcar, llegó la sacarina. Y el pepino causa eructos, pero Deniz piensa en el penil Pepino, famoso por sus regüeldos y por ser papá de Carlomagno.

Ya al final retorna a Herrera: si por creaturas microscópicas el humo es rojo, por lo mismo es que es azul el cielo. Y como la engalladura del gallo mancha de rojo al huevo fecundado, la tarde entra al crepúsculo.

¿Por qué me lo dedicó? No por sabio… ¿Por gallo o cráneo duro? En su ensayo sobre Deniz, Paz se preguntó si sus poemas eran “¿canto o improperio, himno o vejamen?”. Sépalo Almela. ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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