Diálogo sobre la Argentina

Como parte de una serie de artículos sobre política latinoamericana que inició en el número 66 de Vuelta, de mayo de 1982, se le preguntó al narrador argentino cuáles eran sus impresiones de su país. A continuación reproducimos algunos fragmentos editados. Esta sección ofrece un rescate mensual del material de la revista dirigida por Octavio Paz.
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Creo que la única forma integral de expresar el alma de un pueblo y sus vicisitudes es la ficción, por varios motivos o razones. Mal o bien, he intentado hacerlo. Pienso que a un extraño habría que contarle algunos hechos que son anteriores a los actuales, y eso exigiría un largo trabajo histórico, económico y sociológico. Y yo soy un escritor. Solo puedo darles, muy precariamente –no siendo a través de una novela–, algunos indicios de nuestra realidad.

Yo no sé nada de economía, por ejemplo. Pero les puedo decir que económicamente vivimos un desastre, como no ha habido otro en nuestra historia. Durante los cinco años de dictadura militar se ha logrado desmantelar el país, en beneficio de algunas empresas multinacionales. La Argentina producía de todo, hasta llegamos a exportar tornos a Italia y computadoras a Suecia: hoy importamos tomates desde Israel. Fuera de estas vérités de fait, como diría Leibniz, poco sé. Sin embargo, creo que uno de los errores característicos de nuestro tiempo es buscar la clave de todo lo que sucede en la economía, así como la salvación física y espiritual del hombre. No es que me sea indiferente la muerte por hambre de un solo niño. Por el contrario, toda mi vida he luchado contra la injusticia social que se sufre en todo el mundo, pero en especial en este continente latinoamericano que ha sufrido y sufre todos los horrores de la explotación y del hambre. Pero, con las trágicas experiencias de este siglo, he comprendido que es peligroso pedir únicamente justicia social: hay que exigirla junto con la libertad. En cuanto a mi país, lo que más me preocupa es precisamente la libertad.

La situación no puede compararse con lo que vivimos en el 76, 77 y 78, cuando millares de hombres y mujeres fueron secuestrados, torturados y muertos. No, eso pasó, pero subsiste la situación de los que desaparecieron en aquel tiempo, la censura y el poder militar. No obstante, hay declaraciones de protesta, huelgas, se reorganizan los sindicatos y los partidos políticos, se ha comenzado un gran frente civil.

La ficción es la única actividad capaz de mostrar –no de demostrar, sino de mostrar– la total fenomenología de una nación: precisamente por su condición híbrida entre el pensamiento mágico, entre lo racional y lo irracional. Solo así un extranjero puede tener una intuición de los hechos, ansiedades, esperanzas, símbolos y mitos que para nosotros son obvios y para él incomprensibles. Para nosotros es como el tiempo para el teólogo: lo sabemos si no lo preguntan, no podemos responder si lo preguntan. Así, lo que para los argentinos es evidente, para los demás son ambiguas esfinges: son Perón o el tango. Nuestra realidad, pues, los extranjeros deben buscarla en las ficciones, jamás en un tratado de sociología, de historia o de política.

En pocas décadas llegaron millones de migrantes. Buena parte se quedaba en Buenos Aires, puerto de su llegada, y de ahí su crecimiento desmesurado, repentino y en muchos sentidos dramático. Muchas de las cosas buenas que tiene la Argentina del siglo XX se deben a ese proceso, pero también algunos de los males que padecemos. Varios filósofos que visitaron el país, Keyserling y Ortega entre ellos, advirtieron “la tristeza argentina”, tristeza que es observable en nuestra mejor literatura, pero también en ese suburbio de la literatura que es la letra de tango. Discépolo, uno de sus más notables creadores, definió al tango como “un pensamiento triste que se baila”.

A través de milenios de perversidades y maldades se ha inventado el único sistema que impide lo peor: la democracia con sus tres poderes. Uno para que dicte esa ley sin la cual ninguna sociedad puede sobrevivir a la disgregación, otro para que haga las cosas que deben hacerse, y el tercero para que juzgue y castigue al que transgrede la ley, ya sea un simple ciudadano de la calle, ya sea el propio presidente de la república. Nuestra carta magna, imaginada por Alberdi sobre la base de los más sabios ejemplos precedentes, ha sido arrasada por las fuerzas armadas, aunque verbalmente pretenden respetarla. ¿Qué clase de respeto es ese si violan todos sus grandes principios que dan a la libertad del hombre un carácter sagrado? Esa ley fundamental prohíbe al poder ejecutivo tomar el papel del poder judicial, taxativamente le prohíbe condenar y aplicar penas. La respuesta a ese principio ha sido el secuestro de miles de seres, de los que nada se sabe después de cinco años.

Ojalá ahora nuestra patria pueda encontrar pronto el camino de la democracia y las madres que desde hace cinco años lloran por sus hijos, sin siquiera saber dónde están, puedan encontrarse con ellos o al menos con lo que queda de ellos. ~

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