Fábula del poeta en Monterrey

Con agudeza, ironía e información, Gabriel Zaid ha ejercido la crítica de poesía desde la cultura libre, lejos de los academicismos. En ocasiones su crítica ha dado espacio a la creación poética y, en otras, sus poemas han mostrado un riguroso sentido crítico.
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Gabriel Zaid es poeta y crítico de poesía. Hombre ordenado, dispuso todos sus poemas en Reloj de sol y su crítica en Leer poesía, hasta que este libro se desbordó y fue necesario reorganizar sus artículos y ensayos sobre la poesía católica moderna en Tres poetas católicos. Como crítico de poesía, Zaid es agudo, pertinente, irónico, informativo cuando es necesario serlo y reflexivo (con frecuencia suele derivar en la sentencia) en no pocas ocasiones. Va de un texto mínimo de apenas media cuartilla (sobre Yuria, de Jaime Sabines) hasta el largo ensayo exegético, como el dedicado a “Un amor imposible de López Velarde”.

Como crítico de poesía Gabriel Zaid desdeña el estudio académico y opta, en todos los casos, por ensayos de cultura libre en los que lo mismo diserta sobre aspectos específicos del rito católico que hace una bien fundada exposición sobre el enfrentamiento entre civilistas y militaristas al terminar la Revolución mexicana, para citar solo dos temas entre muchos otros. Un crítico con muy buen ojo (con reveladoras líneas sobre los colores en Pellicer), oído (como se advierte en el prólogo a la Antología poética de Manuel Ponce) y discernimiento (de El reposo del fuego de José Emilio Pacheco señaló que era “un libro entero sin la palabra tú”). Como crítico, Gabriel Zaid se muestra en abierto tono celebratorio con Carlos Pellicer, Ramón López Velarde y Manuel Ponce, aunque cuando es debido se muestra severo, por ejemplo, consigo mismo: “En la Revista de la Universidad aparecieron cinco poemas que lamento haber publicado.” Y enseguida procede a analizar por qué, a su juicio, se trata de “poemas fallidos”.

Hay dos momentos en la obra crítica de poesía de Gabriel Zaid que me conmueven especialmente. Se trata de momentos excepcionales. Momentos tan altos de la inteligencia crítica que, en cierto momento, Zaid deja de razonar y rompe a cantar, momentos tan privilegiados donde la crítica se vuelve poesía. El primero de ellos lo publicó en Vuelta (enero de 1980). Comienza con una nota personal, rara en él. “Quizá deba decir que leí por primera vez El jardín increíble a los dieciséis años, y que llegué a sabérmelo de memoria, aunque no estaba seguro de entenderlo.” Pasa luego a una consideración teológica: la atracción por la muerte “es buena en cuanto le da profundidad a la vida, y así la vuelve anticipación de la otra; y es mala en cuanto lleva a preferir la muerte (la vida cerrada en esta vida), en vez de la vida (la vida abierta a la otra vida)”. En ese momento, escribe Zaid, “se me ocurre ilustrar la diferencia escribiendo esta redondilla”:

Mira la hoja caída
del rosal como tu suerte:
te da señales de vida,
te da señales de muerte.

La crítica deviene en poesía, la idea se hace canto. El segundo ejemplo lo publicó en Letras Libres (marzo de 2008) con el título “Un poema de Safo”. En este ensayo Zaid inicia hablando de las traducciones o versiones al español que se han escrito de un poema de Safo, la poeta nacida en Lesbos en el siglo VII a. C. Menciona las de José Emilio Pacheco, Carlos Montemayor, Rubén Bonifaz Nuño, Joseph y Bernabé Canga-Argüelles, pasa luego a referir las traducciones a otras lenguas, como el italiano y el francés. Zaid da cuenta enseguida de los aspectos biográficos, históricos y literarios de la poeta griega. Explica la particularidad de su poesía, la compara con la poesía erótica de Arabia y de la India. Minuciosamente Zaid va proporcionando claves del poema (de apenas cuatro líneas) de Safo. Lo transcribe en griego y nos hace ver el complejo juego de sus aliteraciones. Como el poema habla de la soledad de la amante pero para hacerlo habla también de la luna y las Pléyades, Zaid hace suya la reflexión de Cornelius Castoriadis sobre el poema, reparando en la posición astronómica precisa de la luna y las estrellas en tiempos de Safo (580 a. C.).

Poesía, historia, sociología, astronomía pasan vertiginosamente ante los ojos del lector, cuando, de pronto, Zaid nos dice que, “siguiendo la pista falsa del origen popular, hice otros intentos, que no se justifican más que de pilón”:

Ya la luna se metió
con la estrella más bonita,
pero aquí me quedó yo
por acostarme solita.

La reflexión deviene en canción popular. De canción relacionada con el matrimonio en el siglo VI a. C. a canción que adopta la forma de una canción tradicional mexicana. Juego y parodia. Juzgo estos dos momentos como ejemplos del alto nivel de crítica que pone en práctica Gabriel Zaid. Momentos que hablan, también, del buen nivel de la lectura crítica en México, porque no hay escritor sin lectores, y Gabriel Zaid es un escritor muy leído.

El comienzo

Pasada la Revolución mexicana, asentada la polvareda, emigraron a Torreón, Coahuila, y a Monterrey, Nuevo León, muchas familias de Medio Oriente: palestinos, libaneses, judíos y árabes, quizá por el clima semidesértico de esas ciudades. El sol de Oriente era el mismo –inclemente– en el norte de México. Cuando Gabriel Zaid vino al mundo, en 1934, Monterrey contaba apenas con 137 mil habitantes. “Monterrey era un desierto cultural, carente de una tradición literaria propia”, según dice en una bien informada tesis Juan Carlos Magallanes (“El ensayo de crítica al mundo cultural en Gabriel Zaid”).

{{UANL, 2003. Se puede consultar en la red.}}

 Existía una sola librería-papelería, fundada en 1930. Situación que cambió con la apertura, en 1948, de la Librería Cosmos, la primera librería moderna de Monterrey, fundada por el exiliado español Alfredo Gracia Vicente. No fue este el único aporte del exilio español a la formación intelectual y poética de Gabriel Zaid, como veremos más adelante.

Fue un lector precoz. La anécdota la cuenta él mismo:

Se encuentran dos amigas en la calle. El niño, de la mano, mientras hablan, se distrae deletreando los rótulos, hasta que la otra se da cuenta:
–Pero ¿sabe leer?
–Por lo visto –dice mi madre.

Gabriel Zaid, “Curriculum vitae”, en Leer, Ciudad de México, Océano, 2012, 260 pp.

Su madre lo llevaba de niño con “una señora que tenía la casa llena de novelas, y que las alquilaba”. Apenas adolescente, descubrió una biblioteca pública en el palacio municipal: “Aquel olor tenue, recatado, acentuaba el silencio, que no era silencio, porque las puertas daban a una calle céntrica y a la plaza principal; pero que yo sentía como silencio, porque estaba ahí, entre libros, sumergido en aquel viaje, aquel incienso.” En esa pequeña biblioteca encontró y leyó el Itinerario del autor dramático de Rodolfo Usigli, que lo llevaría a componer un juguete teatral en la escuela y un sainete en verso, al que me referí extensamente en estas páginas.

((“Zaid y el gran teatro del mundo”, Letras Libres, enero de 2020.))


El joven Zaid fue un lector ávido en casa y en la biblioteca municipal. Todo cambió cuando entró a la preparatoria. El yermo cultural que era Monterrey se había ido lentamente transformando, sobre todo debido al impulso de Eugenio Garza Sada, que fundó el Tecnológico de Monterrey. Supo atraer a personalidades como Antonio Gómez Robledo, que por una breve temporada se ocupó del área humanista del Tec. Se impartían en verano clases extracurriculares de muchas materias, entre ellas de poesía francesa y poesía latina, cursos que siguió Zaid. José Vasconcelos, que visitó Monterrey en esos años para dar una conferencia, publicó un encendido elogio de la tarea humanística que ahí estaba cobrando vida. Extraordinarios maestros, miembros de una generación que debería estudiarse, como Luis Astey, Porfirio Martínez Peñaloza y Alfonso Rubio y Rubio, impartieron clase en el Tec, ejerciendo una notable influencia en Gabriel Zaid, quien a los dieciséis años, en preparatoria, se atrevió a presentar en el teatro principal de Monterrey, el Rex, el sainete en verso al que me he referido, en el que él mismo participó como actor.

Gabriel Zaid comenzó a publicar en las revistas del Tecnológico de Monterrey, Trivium El Borrego. En esta última llegó a ser secretario de redacción. Sostuvo durante una temporada una animada crítica teatral. En Trivium en cambio publicaba notas breves y poemas. Entre ellos recuerdo, porque me los mostró Juan Carlos Magallanes, un soneto en el que el protagonista del poema era mecido en brazos por su madre mientras ella bailaba un danzón (el tema del danzón reaparecerá más tarde, transfigurado, en Práctica mortal).

Como antes señalé, la Guerra Civil española tuvo consecuencias inesperadas en la cultura mexicana. Mucho se ha escrito sobre los escritores e intelectuales españoles que, debido a los esfuerzos de Daniel Cosío Villegas y Alfonso Reyes, consiguieron apoyo de la Casa de España en México, que luego se convertiría en El Colegio de México, pero muy poco sobre los escritores del exilio que encontrarían cobijo en otras partes de México, como los poetas de la generación del 27 Pedro Garfias y Rafael Dieste. Ambos tendrían una gran influencia en la obra temprana de Gabriel Zaid, sobre todo el segundo. A consecuencia de la guerra, Dieste saldría de España en 1939. Desembarcó primero en Argentina, donde estuvo algunos años, y luego emigró, por un breve tiempo, a Monterrey, donde se ganaba la vida dando clases en el Tec de Monterrey. Tanto Pedro Garfias como Rafael Dieste fueron ambos amigos de Gerardo Diego, que en 1927 publicó la Fábula de Equis y Zeda, “un librito que llegué a saberme de memoria y hasta quise poner en ecuaciones”.

((Gabriel Zaid, “Curriculum vitae”, op. cit.))


Fruto de esa lectura intensa, Gabriel Zaid escribió su “Fábula de Narciso y Ariadna”. El poema fue premiado en un certamen en 1954 por Alfonso Reyes, Carlos Pellicer y Salvador Novo, y publicado en Tehuacán, Puebla. La fábula fue escrita a los diecinueve años y enviada a concurso.

El modelo fue el poema de Gerardo Diego, una parodia de las fábulas mitológicas de Góngora, un poema creacionista inscrito en la vanguardia. El poema de Gabriel Zaid, como el de Gerardo Diego, es una sextina real, una evolución de la octava real sin los dos primeros versos. Se caracteriza por estrofas formadas por seis versos, que riman en consonante, el verso primero con el tercero (ales-ales), el segundo con el cuarto (ota-ota) y el quinto con el sexto (iva-iva), como aquí se aprecia:

Eran ya de la fiebre las finales
páginas que presienten su derrota,
cuando da el diccionario horizontales
decepciones filosas y alborota
una impaciencia comunicativa
de kilogramo en peso de misiva.

Fue publicado en un diario de Tehuacán en 1954, más tarde republicado en la revista regiomontana Katharsis (en 1958), hasta que fue recogido por primera vez en libro en Cuestionario en 1976. Lector severo de su propia obra, Zaid ha ido depurando sus libros de poemas hasta concluir en Reloj de sol.

{{Ciudad de México, DeBolsillo, 2009, 136 pp.}} 

La “Fábula de Narciso y Ariadna” ha sobrevivido a todas las ediciones, con muy pocos cambios, entre ellos dos significativos: la desaparición de las breves introducciones que abren las dos secciones principales del poema: I Laberinto de espejos, II. Revelación. Ambas introducciones glosaban en verso la sección correspondiente. Nos hablaban de su asunto de manera muy clara. La primera describía a Narciso una tarde triste en el campus, leyendo y por tanto solitario. Desesperado, arranca las hojas de su libro (El pequeño Larousse ilustrado) y luego hace con ellas avioncitos de papel. Desconsolado, se echa al césped y ve pasar una nube: “nueva promesa y nuevo desconsuelo”. La segunda parte (“Revelación”) nos muestra a Narciso acechando el amanecer detrás de un árbol, cuando de improviso pasa Ariadna, que lo saca de su laberinto, hasta que Narciso, por desconfiado, grita “y se hunde”.

El poema de Gerardo Diego parodia la mitología y hace un poema de vanguardia. Su sentido es oscuro. Lo publicó en 1927, en plena reivindicación de Góngora, de la que participaba también activamente Alfonso Reyes (que el año anterior había publicado en España su Reloj de sol). Dos amigos de Gerardo Diego, pasada la guerra, viajan a América. Llegan por separado a Monterrey, donde un ingeniero visionario había fundado en una zona semidesértica una escuela para formar ingenieros. Como Robert Maynard Hutchins en la Universidad de Chicago, Eugenio Garza Sada elevó el nivel de las humanidades en Monterrey atrayendo al gran humanista Gómez Robledo, para abrirles los ojos a los ingenieros. Entre ellos, a uno. Al joven poeta Gabriel Zaid que a los dieciséis años leía El jardín increíble del padre Ponce y se lo sabía de memoria. Conocía, sin saberlo, la poesía católica moderna. Conciencia crítica sobre el poema. El adolescente Zaid conoce y trata a Garfias y a Dieste, amigos de Gerardo Diego, el poeta vanguardista que, casi treinta años después de publicarla, inspiraría con su Fábula de Equis y Zeda al poeta regiomontano.

Diego escribe una parodia vanguardista. Zaid un poema moderno, con un riguroso sentido crítico. Cuando se decide a publicar su “Fábula” explica el asunto y canta en sextinas reales. En ediciones posteriores suprimirá las introducciones. Quedará solo la poesía. Narciso, el joven enamorado de su inteligencia, lee melancólico el diccionario en el campus. Pasa una muchacha que (como Ariadna con Teseo) lo saca del laberinto. Tentativa vana. El poeta se asusta y cae al agua.

La “Fábula” de Zaid es el segundo poema de Reloj de sol (libro que agrupa sus cuatro libros de poemas: SeguimientoCampo nudistaPráctica mortal y Sonetos en prosa). Gabriel Zaid reunió sus poemas en un solo volumen (excluyendo 51) y le dio el mismo nombre que Alfonso Reyes había dado en 1926 a la quinta serie de Simpatías y diferencias. José Emilio Pacheco emplearía también ese título en la columna que sostenía en la Revista de la Universidad en tiempos de Jaime García Terrés: Reloj de sol. Un instrumento inmóvil y que sin embargo da la hora. Técnica y naturaleza. Medir lo inmedible, medir el sol. Encerrarlo en horas. Como ponerle puertas al campo. Pero diferente, porque el reloj existe y sirve. Medir el sol, medir la vida. Meter la vida en poemas. Todos con muy diferentes métricas. Como la “Fábula”, una sextina real. Once sílabas por verso. Góngora juega con las estrellas. Gerardo Diego juega con Luis de Góngora. Gabriel Zaid juega con Góngora (“Eran ya de la fiebre las finales” / “Era del año la estación florida”) y con Gerardo Diego. De la vanguardia a la modernidad. Dos poetas de la generación del 27 influyendo en un joven poeta mexicano de la generación de la Casa del Lago (si lo vemos desde la literatura) y de la generación de medio siglo (si lo vemos como intelectual).

El joven poeta salió del laberinto siguiendo el rastro de Ariadna. Una interrupción de la lectura. Prefirió hundirse en el agua clara de la inteligencia. Algo que agradecemos infinitamente nosotros, sus lectores. ~

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