El polaco es una novela de amor. El polaco es, también, la decimoctava novela de J. M. Coetzee, escritor sudafricano al que le concedieron el Nobel hace veinte años por sus obras de ficción. El polaco es una novela de amor narrada en un lenguaje despojado de ornamentos, seco y económico, como lo define en entrevista el propio autor. El polaco es una nouvelle de amor (apenas 144 páginas de generoso interlineado) entre un artista mayor y una mujer, culta y educada, más joven. El polaco es una nouvelle que narra el amor de Witold –pianista, intérprete de Chopin– por Beatriz. ¿Beatriz ama a Witold, el pianista polaco? No al principio. Su amor es parecido a esas florecillas que lentamente se abren paso entre el duro concreto hasta la luz. “Flor saxífraga” se llama a ese tipo de flor. Fuerza que se abre paso entre la oscuridad. El polaco es una nouvelle de amor escrita por uno de los más grandes autores de nuestro tiempo, publicada a sus 82 años de edad.
Edward Said en su último libro –Sobre el estilo tardío– realizó una brillante reflexión sobre las últimas obras de ciertos artistas: músicos, pintores y escritores. “¿Se vuelve uno más sabio –se pregunta Said– con la edad y existen acaso unas cualidades únicas de percepción y forma que los artistas adquieren como resultado de la edad en la fase tardía de su carrera?” Hay artistas cuyo estilo pierde fuerza con la edad, hay autores que se resignan a repetir las fórmulas que les funcionaron. Otros, como le ocurrió a Beethoven en sus últimas sonatas y cuartetos, rompen con lo que venían haciendo de forma radical. “El estilo tardío es lo que ocurre si el arte no abdica de sus derechos a favor de la realidad”, dice Said. ¿Es El polaco una obra de arte convencional o se trata de una novela que lleva al límite sus capacidades expresivas? El polaco es en este sentido una novela engañosa. Su aparente simplicidad disimula una complejidad extrema. En primer lugar, por el lenguaje. Un lenguaje de estricta economía, pero no pobre: un lenguaje despojado, con el rigor de Samuel Beckett (al que Coetzee estudió y admira). Un lenguaje a veces acartonado y torpe porque los protagonistas –Witold y Beatriz– no pueden comunicarse en sus idiomas nativos (polaco y español) y lo tienen que hacer en inglés, lengua común, que no dominan. Coetzee tuvo que simular esa torpeza y sequedad para conseguir el efecto que deseaba alcanzar. Dificultad enorme si se toma en cuenta que con ese lenguaje sin gracia Witold tuvo que cortejar a su amada Beatriz. (George Steiner, en Los libros que nunca he escrito, habló sobre la importancia del manejo del lenguaje en el cortejo erótico.) En algún momento de la novela Witold lega sus poemas de amor a Beatriz, pero están escritos en polaco. Beatriz busca y encuentra a una traductora, pero la especialidad de esta es el lenguaje jurídico y comercial. A pesar de ello y no obstante su rechazo inicial, la fuerza de esos poemas lentamente se abre paso en el corazón duro de Beatriz. Un lenguaje seco y económico, pero lleno de trampas, de sabiduría narrativa. Un lenguaje, para seguir a Said, que no cedió “sus derechos a favor de la realidad”. El polaco es, en este sentido, una gran novela escrita en un estilo tardío, sin concesiones a la realidad.
La más reciente novela de Coetzee (espero que no la última) está dividida en seis capítulos, y cada capítulo a su vez está compuesto por breves fragmentos numerados, a veces de unas líneas, aunque en otras ocasiones pueden extenderse un par de páginas. Este recurso lo utilizó Coetzee en En medio de ninguna parte (1977), su segunda novela. Del mismo modo, la situación del hombre mayor enamorado de una mujer más joven tampoco es nueva en su narrativa, la empleó antes en Desgracia (1999) y en Diario de un mal año (2007). A un novelista no se le debe demandar originalidad, que es tan solo una exigencia de sorpresa, sino eficacia en el manejo de sus recursos narrativos. En esto Coetzee es un consumado maestro. La novela va creciendo en intensidad hasta culminar, sutilmente, en sus últimos renglones. Entonces, dice uno, auténticamente sorprendido, el amor, en estos tiempos descreídos, todavía es posible, por fortuna.
El amor. Witold, el polaco, un artista viejo, encuentra sin quererlo el amor en una mujer más joven, madura, no en una muchacha, no se trata de sexo sino de algo más. El nombre de Beatriz no es casual. Abundan las referencias a Dante y su amada. Dante tenía apenas nueve años cuando vio por primera vez a Beatriz, de ocho. Un encuentro que cambiaría la imagen del amor en Occidente. La vio “y a la verdad que desde entonces enseñoreóse Amor de mi alma” (Vida nueva). Luego de conocerla accidentalmente ya nada en la vida de Witold pudo ser igual. Ella trajo a su vida “paz” y “alegría”, quizás algo no muy atractivo para la mujer amada. Beatriz esperaba otra cosa de un hombre (un pianista intérprete de Chopin, artista romántico por excelencia) en plan de cortejo. A pesar de su fama como intérprete, a ella no le gusta la manera en que Witold interpreta a Chopin, con sequedad, sin apasionamiento, más descendiente de Bach que de Beethoven. Pero así es el amor. La llama puede nacer en un terreno seco.
El arte que ejecuta Coetzee es el del palimpsesto: una capa sobre otra y otra más. Beatriz es una mujer culta de Barcelona pero también es Beatrice, la mujer amada de Dante cuya imagen lo condujo por el infierno y el purgatorio hasta encontrarla finalmente en el paraíso. Witold es el ejecutante polaco de interpretación rigurosa pero también es Chopin, su compatriota de melodías apasionadas. Witold y Beatriz se conocen en Barcelona pero consuman su amor en Mallorca, como Frédéric Chopin y George Sand un siglo atrás. La extraña pareja de amantes reproduce en tiempos modernos la inmortal pasión de Dante y Beatrice.
Las formas del amor cambian con el tiempo. El amor cortés de Dante por Beatrice, que deriva del culto a la Virgen María, hoy “es prácticamente incomprensible”, afirma Coetzee. El amor de Witold por Beatriz tiene que pasar por traductores y se desarrolla en parte por correo electrónico. Ha perdido, en apariencia, su carácter sagrado. Quizás ahora el amor sea algo que va quedando “en los secretos reinos de la historia”. Sin embargo, el seco y envarado Witold se enamora de Beatriz. Y la culta, acomodada y pragmática Beatriz alcanza a vislumbrar, también, el amor.
“Un corazón solitario / no es un corazón”, escribió Antonio Machado. J. M. Coetzee a sus 82 años nos obsequia una historia de amor. Cuando terminó su trilogía sobre Jesús, anunció que esa sería su última novela. Afortunadamente para sus lectores no cumplió su promesa. El polaco, como ya dije, es una novela de amor. ~