“El viaje de Octavio Paz en el verano de 1937 a la España en guerra civil fue el acontecimiento definitorio de su juventud”, afirma Guillermo Sheridan. A sus veintitrés años y acompañado por Elena Garro, Paz había asistido al Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, como parte de la delegación mexicana. Después de acaloradas discusiones en Valencia, el Congreso había organizado una última sesión en Barcelona. Mientras otros escritores viajan a París para un postrero encuentro organizado por los comunistas, Paz regresa a Valencia para cumplir algunos compromisos adquiridos con sus nuevos amigos de la revista Hora de España. El siguiente fragmento tomado de “El filo del ideal (1937)” detalla los ricos intercambios culturales entre mexicanos y españoles y la manera en que esa experiencia marcó su itinerario intelectual.
De regreso a Valencia
Cuando Paz regresó a Valencia la tarde del 13 de julio, se hospedó en el piso de Manolo Altolaguirre. Al día siguiente, se mudó con Elena Garro a una casona que había sido requisada en favor de la embajada de México (poco antes, el gobierno republicano se había mudado de nuevo, esta vez de Valencia a Barcelona). En la mansión, situada en el Grau, no vivía el embajador Denegri, amigo del padre de Paz, pero sí un grupo de franquistas de la zona republicana que habían pedido asilo. Durante varios días, los Paz, los Gamboa y Juan de la Cabada conviven con sus enemigos en la mansión rodeada de jardines. No se dirigían la palabra. Cuando en las tardes salían al jardín a observar los combates aéreos, republicanos y franquistas festejaban sus respectivos triunfos.
En las mañanas, Paz se dedica a trabajar con sus amigos mientras Elena Garro acude a bañarse en la playa del Saler. Ahí se hace amiga de Luis Cernuda que –según ella– se dedica plácidamente a tomar el sol. Garro se encuentra profundamente fastidiada de la guerra, de las mudanzas y de que todo mundo llame continuamente su atención sobre las imprudencias que es capaz de cometer: desde su inverosímil arrojo para hacerse de cigarrillos hasta su facultad para enredarse con personas con demasiadas orejas. Se la pasaba en los cafés platicando con los camaradas y, una de esas tardes, fue materialmente secuestrada y conducida ante la “Camarada María”: Tina Modotti, que entonces trabajaba para el Socorro Rojo Internacional junto al sinuoso Vittorio Vidali. Modotti le advierte que ella y su “talentoso” compañero, “un intelectual pequeñoburgués mexicano a los que conozco muy bien”, deberían dejar de acercarse a escritores identificados con el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Cuando, de regreso a la casa, Elena le narra el episodio a Paz, este, inquieto, decide ponerla a buen recaudo remitiéndola a una tía que ella tiene en Liria, un pueblo cercano. Llegan juntos ahí y Elena queda en calidad de depósito. Pero al día siguiente se escapa, regresa a Valencia y Paz se resigna.
Paz estrecha su amistad con Miguel Hernández, que se prepara para su viaje a la URSS:
Lo conocí cantando canciones populares españolas […] cantaba con su voz de bajo y su cantar era como si todos los árboles cantaran. Como si un solo árbol, el árbol de una España naciente y milenaria, empezara a cantar de nuevo sus canciones […] sé que fuimos amigos; que caminamos por Madrid en ruinas y por Valencia, de noche, junto al mar, o por las callejuelas intrincadas.1
Las canciones populares entonadas por Hernández, con José Herrera Petere al piano, lo impresionan, como algunas ocurrencias rayanas en la travesura pueril. Una noche caminan por una plaza llena de grandes árboles. Hablan de
lo humano y lo divino de la poesía, de la revolución y de cómo sería el mundo de mañana. De pronto descubrí que estaba solo… Miguel había desaparecido. Oí entonces su risa, entre las ramas y las hojas de un árbol. En menos de un minuto se había trepado.2
Hace amistad también con otros jóvenes como Ricardo Muñoz Suay o el (deplorable) poeta Pla y Beltrán. Además de cumplir los compromisos contraídos con sus amigos –un discurso aquí, una lectura allá–, Paz comienza a calcular la posibilidad de quedarse en España con responsabilidades superiores a las de un mero simpatizante.
La profunda amistad establecida con los camaradas de Hora de España es bien reciprocada. Juan Gil-Albert recordaría, años más tarde, la llegada de Paz a España como la de un hermano inesperado. Llegó con el grupo de mexicanos, navegando en “las doraduras de sus altares, de un churriguerismo que se había declarado independiente y que casi nos chocaba de tanto como se nos parecía”. Entre ellos, le asombra que siendo Paz “tan afín y tan diferente a los suyos, les perteneciera a ellos y no a nosotros”.3 Por su parte, Paz resume la naturaleza de su interés:
Me unía a ellos no solo la edad sino los gustos literarios, las lecturas comunes y nuestra situación peculiar frente a los comunistas. Oscilábamos entre una adhesión ferviente y una reserva invencible. No tardaron en franquearse conmigo: todos resentían y temían la continua intervención del Partido Comunista en sus opiniones y en la marcha de la revista. Algunos de sus colaboradores –los casos más sonados habían sido los de Luis Cernuda (por su elegía a García Lorca) y León Felipe (por su poema La insignia)– incluso habían sufrido interrogatorios.4
Paz los había leído antes de llegar. Como es frecuente, la generación mexicana se hallaba mucho más enterada del trabajo de su contraparte española. Los muchachos de Barandal leían sus obras desde 1933 y conocían la Hoja Literaria de Serrano Plaja y Sánchez Barbudo, que llegaba a México. Más tarde, intervendrían en la tarea de colocar algunos escritos aparecidos en Hora de España en los diarios mexicanos, sobre todo en los editoriales de El Nacional.5 Este trato remoto se acrecienta cuando el superior cosmopolitismo americano, y su natural afición a las (muchas veces desdeñosas) letras peninsulares, se solidariza naturalmente con la causa republicana.
Azuzado por Gil-Albert, a poco de llegar a Valencia, Paz entrega a Hora de España la “Elegía a un joven muerto en el frente de Aragón”.6 Una mañana, con objeto de revisar sus pruebas, acompaña a Gil-Albert, que era el secretario de redacción, a la imprenta.
Ahí encontramos a Cernuda, que corregía alguna de sus colaboraciones. Gil-Albert me presentó y él, al escuchar mi nombre, me dijo: “Acabo de leer su poema y me ha encantado.” Uno de mis amigos, Altolaguirre o Gil-Albert, se lo había mostrado en pruebas de imprenta. Le respondí con algunas frases entrecortadas y confusas… Conversamos un rato, no recuerdo ahora de qué; probablemente acerca de la vida en Valencia durante aquellos días y de la creciente fiscalización que los “sacripantes del Partido”, como los llama en un poema, ejercían sobre los escritores.7
Como recién había leído La realidad y el deseo, Paz se siente muy halagado por la buena opinión de Cernuda. Aún desconcertado por lo sucedido con su poema a García Lorca, no titubea en emitir esos juicios sobre los sacripantes ante un desconocido, quizás por mexicano y por joven. Gil-Albert narra la misma escena:
En el año 37, Cernuda, Altolaguirre, Gaya, Prados y yo leíamos, en la imprenta valenciana en la que publicábamos por aquellos días nuestra revista Hora de España, un poema de un muchacho mexicano al que acabábamos de conocer personalmente, puesto que había venido de lejano país a estrecharnos la mano con un entusiasmo tan conmovedor en aquellos momentos para nosotros terribles.8
El poema de Paz le había gustado no solo a Cernuda. Altolaguirre lo había invitado ya a reunir algunos poemas en su Nueva Colección Héroe. Una noche, en una plaza, Altolaguirre le hace a Paz la misma pregunta que Ehrenburg en el tren: y Trotski, en México… “¿qué hace, cómo es, dónde vive?” María Zambrano, Gil-Albert y Serrano Plaja se aproximan a escuchar la respuesta. De pronto, Altolaguirre,
aterrado, me hizo señas para que me callase; en una banca cercana había reconocido al intelectual comunista Wenceslao Roces, alto funcionario del Ministerio de Educación. La noche era calurosa, había salido a tomar el fresco y contemplaba pacíficamente el cielo de agosto. Fue un episodio de comedia.9
Paz le entrega al poeta y editor una colección anfibia de poemas amorosos y comprometidos que titula Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España.10 Altolaguirre la precede con una “noticia” inicial de su autoría (y un guiño a Elena Garro):
Esta vez le ha tocado en suerte a la poesía, al volver su rostro adolescente, el encontrarse con que Octavio Paz, su poeta, tiene sus mismos años, más o menos. Los dos juntos, tan jóvenes, el poeta y la poesía, la vida y el arte en este caso, llegaron a España para cantar a nuestro pueblo en guerra. Los Cantos españoles de Octavio Paz, bajo una clara sombra helénica, salen hoy a la luz, a todos los vientos, para que sean repetidos con fervor por nuestros valerosos combatientes; pero antes, en primer lugar, se imprimen algunos de sus poemas de amor, de su Raíz del hombre, porque de esa raíz ha nacido siempre lo épico: el amor como origen de todos los sacrificios. Quiero decir que los últimos poemas de este libro son la hermosa y elocuente arboleda de una secreta poesía interior, anterior, que le entrega su savia y la sostiene.
La plaquette recogía dos poemas amorosos: “Helena” y “Raíz del hombre”; y tres “Cantos españoles”: “¡No pasarán!”, la “Elegía a un joven compañero muerto en el frente” y la “Oda a España”. En una estrofa de este último, Paz se refiere a sus nuevos camaradas:
yo quiero, amigos, camaradas,
que mis palabras, ojos, manos, lengua,
la fértil llamarada que me mueve,
hablen tan vivamente
como estos hechos duros y gloriosos…
En algunos casos, se trata de las primeras versiones de poemas que, como solía hacer, Paz continuó reescribiendo a lo largo de los años; en otros, de poemas que fueron sacados de colecciones posteriores y solo reaparecerían, no sin reticencias, en la obra completa.11 Por ejemplo “Helena” presenta abundantes variantes no solo ante la versión recogida en la Obra poética I (en la que cambia de título a “Bajo tu clara sombra”), sino ante la versión que circularía en México en 1937 en la plaquette Bajo tu clara sombra (1935-1938) que publica la revista Tierra Nueva. Gil-Albert saludó efusivamente la plaquette en Hora de España. No extraña que de inmediato pusiera énfasis en el hecho de que Paz suscribía la posición de su grupo frente a la poesía que exigían las circunstancias de la guerra:
En los versos de Octavio Paz nada indica una falsa preocupación ni un abandono desgraciado al tema del momento, por lo cual sus cantos a España no producen esa desagradable impresión de impotencia que origina el confundir, en la mayoría de los casos, el interés por una causa justa con el ímpetu poético.12
En ese contexto, es importante la lectura que Paz lleva a cabo de su conferencia “Noticia de la poesía mexicana contemporánea” en el Ateneo Valenciano (también llamado Casa de la Cultura), a principios de agosto. Lejos de dejarse llevar por el entusiasmo solidario, Paz fija sus distancias ante el nacionalismo y se atarea, quizás con excesivo ahínco, en distinguir a lo mexicano “pobremente característico” de lo mexicano legítimo en el lenguaje poético. Habla de López Velarde y pasa a los Contemporáneos, sobre todo a Pellicer “que estuvo aquí con nosotros, en España, dando su adhesión y su fe de cristiano y de poeta a la causa del pueblo en armas”. Y luego habla de la juventud, con la retórica febril del caso, a la vez que traza sus diferencias con el grupo de los Contemporáneos:
La juventud, en México, no es más que eso: la juventud. Nos equivocamos y aprendemos lentamente a conocernos y a reconocer los valores que deseamos expresar. Si la generación anterior a la nuestra pretendió y obtuvo un hombre desdichada y cruelmente fragmentado, roto, nosotros anhelamos un hombre que, de su propia ceniza, revolucionariamente, de su propia angustia, renazca cada día más vivo, más iluminadamente angustiado. Nuestra juventud, aun aquellos entre mis compañeros que no profesan ideas políticas (ideas que, por otra parte, a nosotros nos interesan en cuanto somos hombres, pues no somos políticos), nuestra juventud, digo, envuelta ahora por la Revolución, pretende recrear con ella al hombre. Pretendemos plantear, poéticamente, es decir humanamente, con todas sus consecuencias, el drama del hombre de hoy.13
Dicho lo anterior, Paz procede a leer algunos poemas de sus camaradas de Taller: Huerta, Rafael Solana, Quintero Álvarez… No había olvidado que llevaba la encomienda específica de establecer relaciones con la juventud española a nombre de su propia generación.
Llegada y obras de la LEAR
Un poco antes de eso, entre las lecturas, las conferencias y la vida editorial con sus amigos, llega por fin a Valencia la delegación de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR). Habían cumplido un mes de viaje sin haber tocado tierra española: el 12 de julio, Silvestre Revueltas todavía se lamenta en París de que, aun en caso de lograr papeles para cruzar hacia España,14 ya se habría terminado el Congreso, como en efecto sucedió. Pastoreada por Fernando Gamboa, la comitiva llega a Barcelona el 15 de julio y a Valencia el 19. (Esto no impedirá a Frente a Frente declarar en su número de agosto en México que la delegación ha “cumplido brillantemente su cometido en el Congreso”.) Algunos datos salpicados aquí y allá permiten reconstruir algunas escenas del itinerario subsecuente.
El 2 de agosto, Paz, Garro, Revueltas y Mancisidor viajan al frente de Pozoblanco en busca de David Alfaro Siqueiros. El pintor combate con el Quinto Regimiento en España desde enero junto al coronel mexicano Juan B. Gómez, y ha visto acción en diversos frentes. De acuerdo con Garro, el propósito público del viaje era saludar al artista; el secreto no era otro que avisarle que se había apersonado en España su novia, la belicosa Angélica Arenal, con objeto de que Alfaro Siqueiros despachase a la brevedad a alguna camarada con la que había entablado amoroso comercio.
Por las noches, Paz y sus amigos salían a pasear por la Alameda. Aprovechaban para hablar de los “temas prohibidos: Gide, Bujarin, Trotski”.15 Un domingo, deciden pasar el día en el mar con Altolaguirre y Serrano Plaja. Viajan en autobús a la Albufera, a la playa del Saler. De regreso sucede un episodio que a Paz le gusta recordar. Tiene una textura similar a la narración de su visita a la Ciudad Universitaria poco antes:
Tuve que refugiarme con algunos amigos en una aldea vecina a Valencia mientras la aviación enemiga, detenida por las baterías antiaéreas, descargaba sus bombas en la carretera. El campesino que nos dio albergue, al enterarse de que yo venía de México, un país que ayudaba a los republicanos, salió a su huerta y, a pesar del bombardeo, cortó un melón y, con un pedazo de pan y un jarro de vino, lo compartió con nosotros.16
En Valencia, Paz colabora también a organizar con los demás mexicanos, y con Gil-Albert y Serrano Plaja –todos bajo las órdenes de Fernando Gamboa–, la exposición “Cien años de arte revolucionario mexicano”. Inaugurada el 13 de agosto en la Casa de la Cultura, se quedaría colgada hasta el 31 del mismo mes. Según las crónicas de Frente a Frente, la exposición “fue un éxito extraordinario, pues fue visitada por cincuenta mil personas”. Además de la exhibición (de lo que Garro consideró “unas reproducciones insignificantes”) de cuadros y murales, los delegados mexicanos dictaron conferencias. En las fotografías de Frente a Frente se observa la exposición y, en efecto, hay que reconocer que las reproducciones de arte mural se exhiben en una mínima expresión que, quizás, el entusiasmo de los visitantes habrá agrandado.
Al mismo tiempo, Paz prepara con los learistas un “Mitin antifascista español-mexicano”, anunciado para el 15 de agosto, en el Teatro Principal. La sinfónica tocaría Caminos y Janitzio de Revueltas, bajo su dirección; Paz leería algunos poemas; Mancisidor dictaría la conferencia “México es España” y el comisario general del ejército, Julio Álvarez del Vayo, cerraría la reunión con algunas palabras. Fue un acontecimiento multitudinario y el punto álgido en la estancia de la delegación mexicana. En la portada del número 11 de Frente a Frente aparece una fotografía del acto: en el escenario inmenso, poblado por la orquesta y un coro, dos banderas, la de México y –contra lo que podría esperarse– no la de la República, sino la de la URSS, y un arreglo floral que dice “Viva la URSS. Viva México” a todo lo ancho del proscenio y, colgando de este, una manta con la solidaridad de los trabajadores de la sección “Gas y electricidad” de la Unión General de Trabajadores (UGT). Dos enormes telones, con el rostro de Cárdenas, a la izquierda del espectador y, a la derecha, el de Stalin, enmarcan el escenario. ¿Por qué la conspicua presencia de la URSS en un mitin “español-mexicano”? Me temo que el discurso alusivo de Mancisidor, lejos de explicarlo, lo complica más:
Sería insincero si no manifestara aquí, la pena tan honda experimentada también, cuando a un homenaje a la Unión Soviética en España, ha querido enfrentarse, que no es lo mismo que ligarse, un homenaje a México, queriendo significar que estos dos pueblos unidos tan fuertemente en la realidad, están divididos por irreconciliables divergencias. Esto camaradas no es justo. Y a un pueblo como el mexicano que tanto ama a España, no debe utilizársele para cobijar una actitud que él es el primero en rechazar.17
¿Qué había que entender? ¿Enfrentarse o ligarse? ¿Quién quería significar que había divergencias entre la URSS y México? No hay respuesta clara y supongo que solo una visita a la hemeroteca valenciana podría aclarar el asunto. Y no queda sino conjeturar que, más que un “mitin antifascista español-mexicano”, el acto era un agradecimiento español a los dos países más abiertamente solidarios con la causa republicana.
La delegación mexicana en pleno se trasladó el 2 de septiembre a Madrid con objeto de inaugurar la misma exposición de arte, siempre de acuerdo con la inconfiable Frente a Frente. Ahí la delegación en pleno visitó al general José Miaja, “el defensor de Madrid”, con la misión de transmitirle los saludos del general Cárdenas. En la fotografía del encuentro se ve al general, de mangas arremangadas, al centro y los mexicanos rodeándolo. Elena, pálida y muy delgada, se halla sentada, y Paz en segundo término. El gesto del general Miaja no puede ocultar las terribles presiones a que está sujeto.18 Son los días en que, como abrevia Antony Beevor, la República “presencia el ocaso del poder anarquista, el aislamiento de los nacionalistas catalanes, la discordia en el flanco socialista y el nacimiento de la policía secreta”.19 El gobierno de Negrín preside estos hechos y el resultado es que la represión de la disidencia es mucho más grande de lo que había sido durante la dictadura de Primo de Rivera. Se ha instaurado además el Servicio de Investigación Militar (SIM), órgano policiaco español manejado por los soviéticos, y la tortura y el asesinato de “trotskistas” están a la orden del día.20
La delegación de la LEAR, desde luego, se limita a apoyar al gobierno de Negrín y a realizar sus actividades culturales: conciertos con música de Revueltas, poemas en boca de Paz y discursos de Mancisidor. A mediados de septiembre acuden a Madrid donde, ante la Sociedad Española de Amigos de México, Paz dicta una conferencia sobre la música de Revueltas, quien después dirige El renacuajo paseador. En los días siguientes, expediciones al Escorial y más soirées artísticas…
Los delegados se comienzan a hartar de esta vida social. Revueltas escribe a México con sinceridad notoria: “¡qué ganas de ir al frente a combatir, a combatir!, ¡qué alegría!, en lugar de estar haciéndonos pendejos con conciertitos pinches”.21 Paz, que padece sensaciones parecidas, le pide a Julio Álvarez del Vayo que se le nombre “comisario político” y se le mande al frente. Los comisarios políticos, en teoría, eran “misioneros orientadores” que trabajaban en el frente, impartiendo instrucción a los soldados, organizando para ellos y con ellos actividades sociales, culturales y políticas. Pero algunas veces un comisario político vigilaba la lealtad y la conciencia política de los oficiales del ejército y redactaba informes al respecto.22 Quizás la ocurrencia de Paz obedecía a la influencia de Serrano Plaja, tan fuerte sobre Paz en ese momento, y quien tiene ese cargo con el Quinto Cuerpo en Teruel:
Se me ocurrió alistarme en el ejército como comisario político. La idea me la había sugerido María Teresa León, la mujer de Alberti. Fue una aberración. Hice algunas gestiones, pero la manera en que fui acogido me desanimó; me dijeron que carecía de antecedentes y, sobre todo, que me faltaba lo más importante: el aval de un partido político o de una organización revolucionaria. Era un hombre sin partido, un mero simpatizante. Alguien en una alta posición (Julio Álvarez del Vayo) me dijo con cordura: “Tú puedes ser más útil con una máquina de escribir que con una ametralladora.”23
La petición de Paz era, ciertamente, una aberración y, peor aún, una candidez: tales cargos, a esas alturas de la guerra, con el Partido Comunista de España prácticamente a cargo del ejército, estaban reservados a comunistas probados. Y Álvarez del Vayo, en su calidad de comisario general de Guerra, “nombraba sobre todo comunistas” a esos cargos.24 De hecho, son los días en que los combatientes no comunistas comienzan a padecer los sistemáticos agravios de los comisarios. Paz, además de no militar en el partido comunista de su país de origen, ya se había hecho de una breve reputación de “literato, pequeñoburgués, desviacionista y con tendencias trotskistas o anarquistas”.25 Las gestiones infructuosas que habrá realizado consistirían en haber acudido a la oficina del ejército en Valencia a ofrecerse como voluntario. Ahí es donde habrá hablado con el disuasivo Álvarez del Vayo, a quien conoció durante la gira de Alberti en México, cuando era embajador. De haber sido aceptado, tendría que haber estado dispuesto a sacrificar a la causa republicana siquiera un año de servicio.
Una tarde, Serrano Plaja propone ir a visitar a Machado a la Villa Amparo de Rocafort, pueblecito en la Huerta de Valencia, cerca por cierto de Liria, el pueblo de los tíos Garro. La República ha instalado a Machado con su familia desde enero en una “residencia de ricos para el verano”, luego de haberlo sacado del Madrid bajo las bombas. Machado había sido el tesoro central de la evacuación de cerebros que el Quinto Regimiento había organizado entonces. Paz recuerda:
Llegamos, pasamos la reja de hierro y, tras una terraza, entramos en una sala polvosa. Allí estaba ese anciano lleno de polvo que parecía salir de un desván. Mientras lo saludaba, descubrí en un rincón, sentada en una silla, a una figura oscura: era la madre de Machado. Parecía una nuez envuelta en un chal negro. El inevitable luto de las andaluzas cuando llegan a cierta edad. Hablamos más de tres horas. Yo admiraba mucho a Machado, pero me sorprendió cuando dijo que no entendía la poesía de Neruda.26
Unos meses más tarde, cuando comienza a desmembrarse el frente de Aragón, en marzo de 1938, Machado y su familia dejarían Rocafort, ahora para refugiarse en Barcelona. Ahí, en el Hotel Majestic, acompañado por Joaquín Xirau y por José Bergamín, pasará sus últimos meses de tranquilidad relativa, escribiendo sus últimas páginas como “Juan de Mairena” para Hora de España. Poco después, en enero de 1939, huirá hacia Francia entre las astrosas columnas de los derrotados. Morirá en Colliure, durante el éxodo, el 22 de febrero. El último verso que escribió dice: Estos días azules y este sol de la infancia…
Regreso
A fines de septiembre de 1937, el grupo de la LEAR organiza su regreso a París. Los primeros en salir serán los Gamboa y Mancisidor, que se pasarán algunos meses turisteando por Europa. Pellicer ya lleva un rato recorriendo la Alemania nazi, donde acude a una ópera de Wagner y huelga en un spa relajante. Los Paz tienen también la intención de viajar a París, si bien una vez ahí confían encontrar la manera de viajar hacia Moscú. Había que dilucidar, de una buena vez, si el libro a respetar era la ida o el regreso, es decir: el Voyage de Romain Rolland o el Retour de André Gide.
Paz y Garro siguen mientras tanto en Valencia con Revueltas: después del Congreso, la ciudad cultural ha caído en la atmósfera abatida de las situaciones anticlimáticas. La exaltación deja su lugar al realismo que, con su presentimiento de derrota, lentamente avanza con el ejército nacional. Los amigos de Hora de España han regresado a sus tareas en el frente o en sus oficinas. Paz y Garro se reúnen ahora con León Felipe y Bertuca, su esposa mexicana, que prudentemente han decidido viajar a París y, más tarde, a México. A partir de ese momento, Paz y el español inician lo que será una larga, intensa amistad. León Felipe se convierte en una influencia, si bien no estética –Paz encontraba su poesía un tanto teatral–, sí moral. Paz dice de León Felipe algo que suele decir de sus maestros principales: “me enseñó a desconfiar de la autoridad, de los partidos, de las iglesias, de los Estados. Me enseñó el valor del individuo marginal capaz de quedarse en su rincón para decir su verdad”.27
Antes de salir de España, Paz tiene aún que cumplir un par de compromisos: primero viaja a Madrid para despedirse de sus amigos, sobre todo de Alberti. Una evocación de Paz narra el encuentro. Se van a pasear por La Castellana y
al llegar a la fuente de Neptuno torcemos hacia la izquierda, subimos por unas calles empinadas y nos internamos lentamente por los senderos de El Retiro. Me asombra el cielo pálido, plateado; el sol ilumina con una luz final, casi fría, los troncos, los follajes y las fachadas; apenas si hay gente en el parque; sopla ya el viento insidioso de la sierra. Oigo el rumor de nuestros pasos pisando la hojarasca amarilla y rojeante del otoño precoz. Rafael habla de la transparencia del aire y del humo de los incendios, de los árboles ofendidos y de las casas caídas, de la guerra y sus desgarraduras, de Cádiz y sus espectros. A su lado salta Niebla, su perro. Alberti se detiene y, mirando al perro, me dice unos versos que ha escrito hace poco:
Niebla, tú no comprendes, lo cantan tus orejas,
El tabaco inocente, tonto, de tu mirada,
Los largos resplandores que por el monte dejas
Al saltar, rayo tierno de brisa despeinada.
Viaja después a Barcelona con Elena. Quizás es en esa etapa del viaje que un fotógrafo callejero le toma una foto en lo que parece ser la Rambla: Paz, con el paso firme de sus zapatos bicolores, ase con orgullosa energía el brazo de su mujer que, resignada, juguetea con los dedos y mira con tedio al fotógrafo. Ambos traen la misma ropa que en alguna otra foto (Paz su camisa blanca, abierta; Garro la suya de motitas), y Paz –que sonríe enigmáticamente– porta un reloj espeso como un mollejón en la muñeca izquierda.
En Barcelona, Paz había aceptado participar en la reunión de la Sociedad de Amigos de México, sin calcular demasiado, quizás, que se trata de una organización anarquista que cuenta también con demócratas entre sus adeptos (para diferenciarse de la Sociedad de Amigos de la URSS, exclusivamente comunista). Su participación, en ese momento, en Barcelona, en un acto infectado por anarquistas, tuvo que merecerle una mala nota importante en su currículum de lealtades. Cuando le llega su turno, entre “música revolucionaria, banderas, himnos, discursos”, Paz entra al escenario para leer su poema “Elegía a José Bosch, compañero muerto en el frente de Aragón”, dedicado a su viejo compañero de preparatoria. Y entonces…
avancé unos pasos hacia el proscenio y dirigí la vista hacia el público: ahí, en primera fila, estaba José Bosch. No sé si la gente se dio cuenta de mi turbación. Durante unos segundos no pude hablar; después mascullé algo que nadie entendió, ni siquiera yo mismo; bebí un poco de agua pensando que el incidente era más bien grotesco y comencé a leer mi poema, aunque omitiendo, en el título, el nombre de José Bosch.28
Confuso, Paz lo busca después del acto, inútilmente. Cuando sale a la calle oscura para dirigirse a su hotel, una sombra se le acerca y le pone sin decir palabra un papel entre las manos antes de alejarse: Bosch le pide que asista a cierto sitio el día siguiente, a solas; que sea reservado y que destruya el mensaje. Unas horas después, se encuentran en las ramblas y caminan un par de horas. Bosch se expresa despectivamente de los comunistas, de las democracias occidentales y del gobierno republicano:
Hablaba de prisa y de manera atropellada […] Un animal perseguido […] Había participado en la sublevación de los anarquistas y del POUM en mayo de 1937 y por un milagro había escapado con vida. “Ya sé que tú y mis amigos mexicanos han creído en las mentiras de ellos. No somos agentes de Franco. Fuera de España no se sabe lo que ha pasado y sigue pasando aquí. Os han engañado, se burlan de vosotros.”
Estaba escondido entre los criados de la casa de Companys, aterrorizado de las policías, en el vértigo de una aguda paranoia: “sentí que no hablaba conmigo –dice Paz– sino con sus fantasmas”, los miles de muertos que había causado “la guerra civil dentro de la guerra civil”, como se refirió Orwell a la situación catalana. Paz le anuncia a Bosch que va a salir de España la semana entrante; Bosch le explica el complejo procedimiento que utilizará para buscarlo y el alias que va a utilizar. Repetía una y otra vez que Stalin había decidido participar en la guerra civil no para combatir al fascismo, sino para aumentar la seguridad soviética, para impedir que Francia se hallase rodeada de fascistas como él mismo se sentía asediado por el pacto anti-Comintern de alemanes y japoneses; que Stalin había llenado España de comunistas no soviéticos, pero enloquecidos, como Togliatti o Vladimir Ćopić, que habían causado desastres sociales, derrotas militares y divisionismo ideológico. En ninguna parte el desastre había sido tan atroz como en Barcelona. Las calles eran teatro de purgas callejeras; los obreros, desesperados, habían dejado el gobierno y regresado a sus barrios, dejando la ciudad en manos de los comisarios; anarquistas y comunistas se disputaban el control de los pocos servicios públicos que quedaban. “Todo lo que tú estás defendiendo es un error infinito”, concluyó Bosch.29 Se fue dando saltos: “Nunca lo volví a ver.” “Fue mi última experiencia en España –recordará Paz– y me quedé con una herida porque prometí no hablar a nadie de eso.” En esa herida incubaría su larga decepción del comunismo.
Por lo pronto, Paz aún considera que un viaje a la URSS puede resolver su entredicho. Como el viaje no habrá de realizarse, su decepción tardará en activarse de nuevo cuando en 1943 Víctor Serge y Jean Malaquais le expliquen el papel que la URSS ha jugado en España, y cuando en París, en 1949, lea en Le Figaro la denuncia de David Rousset sobre la existencia de campos de concentración soviéticos. Quizás en la mirada enloquecida de ese viejo compañero, ahora inaccesible, Paz presentía, por primera vez, el gesto descompuesto de las contradicciones ideológicas del absolutismo soviético. ~
Fragmento de “El filo del ideal (1937)”, capítulo de
Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz (Era, 2004).
- Obras completas 3 (OC 3), Ciudad de México, FCE, pp. 346-47. De aquí en adelante las Obras completas se abreviarán OC junto al volumen.
↩︎ - Conversaciones con Octavio Paz (en adelante, CCOP). Transcripción mecanográfica de los programas televisivos dirigidos por Héctor Tajonar. Archivo de la Fundación Octavio Paz. Carpeta I, p. 123.
↩︎ - Memorabilia, Barcelona, Tusquets, 1975, pp. 230 y SS.
↩︎ - Itinerario, en OC 9, Ciudad de México, FCE, pp. 63-64.
↩︎ - Por ejemplo, circula profusamente en los diarios simpatizantes el ensayo de Gil-Albert “Palabras actuales a los poetas”, sobre Caballo Verde y el objeto de la poesía.
↩︎ - Hora de España, 9, julio de 1937.
↩︎ - “Luis Cernuda”, OC 3, p. 263.
↩︎ - “América en el recuerdo y la poesía de Octavio Paz”, Letras de México, enero de 1943, p. 5.
↩︎ - Manuel García, “Entrevista con Octavio Paz”, Batlia, otoño-invierno de 1986, p. 143. Roces llegaría exiliado a México en 1939, donde retomará su vida de profesor universitario de filosofía.
↩︎ - Valencia, Ediciones Españolas, Nueva Colección Héroe, 1937.
↩︎ - Por ejemplo en la sección “Primera instancia: Poesía (1930-1943)” de Miscelánea I. Primeros escritos. OC 13.
↩︎ - Hora de España, 11, noviembre de 1937.
↩︎ - “Noticia de la poesía mexicana contemporánea”, OC 13, p. 263.
↩︎ - El gobierno francés había cerrado recientemente la frontera, presionado por la política europea de no intervención en el conflicto.
↩︎ - Manuel García, op. cit., p. 143.
↩︎ - Ibid.
↩︎ - Puntuación original. “La LEAR en España”, Frente a Frente, 11, agosto de 1937, p. 20.
↩︎ - Ronald Radosh señala, apoyado en los documentos, que el Partido Comunista de España y sus asesores soviéticos controlan ya al ejército –incluidas las brigadas internacionales– en septiembre de 1937.
↩︎ - Cf. Ronald Radosh, Mary R. Habeck y Grigory Sevostianov (eds.), Spain betrayed. The Soviet Union in the Spanish Civil War, New Haven, Yale University Press, 2001, p. 373. De ahora en adelante referido como Radosh.
↩︎ - Cf. los documentos 62 y 63, de Palmiro Togliatti y “Cheka”, en Radosh, pp. 381 y ss.
↩︎ - Silvestre Revueltas, Silvestre Revueltas por él mismo, Ciudad de México, Era, 1989, p. 101.
↩︎ - Radosh, op. cit., p. 519, nota 11.
↩︎ - OC 8, p. 28.
↩︎ - Gabriel Jackson, The Spanish republic and the Civil War, 1931-1939, Princeton, Princeton University Press, 1965, p. 363.
↩︎ - Manuel García, op. cit., p. 143.
↩︎ - CCOP, carpeta I, p. 124.
↩︎ - CCOP, loc. cit.
↩︎ - OC 11, p. 530.
↩︎ - CCOP, carpeta I, p. 122. ↩︎
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.