Ilustraciรณn: Ari Chรกvez Chacรณn

La madre y madrastra tierra

Los chilenos saben que la tierra โ€“sรญmbolo de protecciรณn, de seguridadโ€“ puede volverse en su contra en cualquier momento. La presencia de los sismos en la obra de varios de sus autores corrobora esa condiciรณn de alerta permanente.
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La tierra, madre en todas las mitologรญas, sustento, protectora, se puede convertir en madrastra. Los habitantes de regiones sรญsmicas, los de la costa oeste de Amรฉrica del Norte y del Sur, por ejemplo, como los de Japรณn, los de muchos lugares de Asia y de รfrica, lo saben de memoria. Es, digamos, una parte esencial de nuestra memoria: una crisis total, una ruptura, una pรฉrdida de la confianza. Charles Darwin estuvo en Chile en la dรฉcada de los treinta del siglo XIX, en el famoso viaje del Beagle, y le tocรณ sufrir por lo menos dos temblores fuertes, con caracteres de terremotos. En el de 1835, que azotรณ las ciudades de Concepciรณn y de Valdivia, tuvo su primera experiencia en esta materia telรบrica, que solo conocรญa a travรฉs de relatos cientรญficos, y escribiรณ: โ€œUn segundo de tiempo ha engendrado en el รกnimo una extraรฑa idea de inseguridad.โ€

Es una idea extraรฑa por definiciรณn: la tierra, sรญmbolo de protecciรณn, de seguridad, de estabilidad, deslizรกndose bajo los pies, desmintiendo todos los lugares comunes, abriรฉndose en grandes socavones y amenazando con tragar a sus desprevenidos habitantes. El joven hombre de ciencia tenรญa que alejarse mucho de Inglaterra para comprender el fenรณmeno en forma corporal, interiorizada. Los terremotos de los europeos ocurren en Lisboa, como observรณ Voltaire, o en lugares del fin del mundo, como ese Santiago de Chile de Heinrich von Kleist. El Santiago de Von Kleist, en una de sus cรฉlebres nouvelles, es un lugar enteramente inventado, lleno de edificios y galerรญas de mรกrmol, que de pronto, sin aviso previo, comienza a desmoronarse: utopรญa al revรฉs, antiutopรญa.

Darwin prosiguiรณ su viaje en el Beagle, desembarcรณ en el norte de Chile en la regiรณn de Coquimbo y de La Serena, y fue invitado a cenar por un inglรฉs que habรญa llegado hacรญa pocos aรฑos, el โ€œmuy amable seรฑor Edwardsโ€. Este seรฑor era mi tatarabuelo, Jorge Edwards Brown, y Darwin relata que le pareciรณ una sorpresa poder sostener una conversaciรณn interesante en un lugar tan remoto y en apariencia tan abandonado de la mano de Dios. Pues bien, hacia la medianoche, mientras conversaban junto al fuego de la chimenea, se produjo un ruido subterrรกneo inquietante y sobrevino un terremoto. Ambos comensales huyeron despavoridos en direcciones diferentes y tardaron largas horas antes de volver a encontrarse en medio de la polvareda y de los escombros.

Hay reflexiones sobre temblores y terremotos en el Zaratustra de Nietzsche, en Voltaire, en Ortega y Gasset, en autores antiguos y modernos. Se podrรญa reunir una colecciรณn de versos sueltos sobre terremotos y cataclismos del Neruda de Canto general y de sus libros finales. Vicente Huidobro, que practicaba la subversiรณn verbal como sistema, escribe sobre parasubidas, en contraste con paracaรญdas, en Altazor, y sobre temblores de cielo en lugar de temblores de tierra. Era poeta del aire, como lo definiรณ Octavio Paz, en contraste con Neruda, poeta del agua, y podrรญamos aรฑadir que Gabriela Mistral era poeta de la tierra, de las piedras, de las montaรฑas y los acantilados rocosos. Los escritos de Gabriela sobre terremotos, en verso y en prosa, aunque el Chile de ahora los olvide, son siempre interesantes: โ€œLa Cordillera […] de pronto se acuerda de su vieja danza de mรฉnade y salta y gira con nosotros a su espalda.โ€

Recuerdo temblores y terremotos en la obra de Augusto Dโ€™Halmar, de Jenaro Prieto, de Benjamรญn Subercaseaux, cuyo Chile o una loca geografรญa enfoca el tema con talento. Los terremotos de Josรฉ Donoso ocurren en interiores conventuales y los de Marta Brunet se anuncian en comedores campestres y se quedan en eso, en anuncios. โ€œParece que fuera a temblarโ€, dice Solita, la chica del relato โ€œLa abuelaโ€, y lo que anuncia no es un temblor de tierra sino una pelea descomunal en el interior de la familia, una batalla que ella, la nieta, entabla contra la abuela autoritaria, de rebenque de cuero negro atado a la muรฑeca. Se podrรญa organizar una notable antologรญa de relatos chilenos de temblores, terremotos, maremotos, inundaciones. En Ensayo histรณrico sobre el clima de Chile, cuya primera ediciรณn es de 1877, una de las โ€œavenidasโ€ del rรญo Mapocho, precedida por un terremoto y seguida por dรญas de lluvia intensa, desemboca en torrentes de aguas sucias que inundan todo el centro de la ciudad y provocan una plaga de ratones. Benjamรญn Vicuรฑa Mackenna, apasionado discรญpulo de Jules Michelet, historiador y cronista, era el novelista de la memoria colectiva. Sus relatos de milagros coloniales santiaguinos, como el de la estampita voladora, de crรญmenes, de inundaciones, de plagas, de procesos de la Inquisiciรณn, forman una gran literatura que no sabemos leer ni entender. Cuando fue alcalde de Santiago transformรณ el cerro Santa Lucรญa, que era una formaciรณn rocosa, en un parque y un paseo, adelantando fondos personales que nunca pudo recuperar y que fueron causa de su ruina.

El relato de mis terremotos propios podrรญa formar aquello que Christopher Domรญnguez Michael llama โ€œcasi novelasโ€. ยฟDรณnde se encuentra la lรญnea divisoria entre ambos supuestos gรฉneros? ยฟEn quรฉ se diferencia una novela de una casi novela? En el terremoto de Chillรกn de 1939, yo habรญa llegado de Chillรกn, donde veraneaba de niรฑo en tierras de mi abuelo paterno, y estaba con mi familia en Viรฑa del Mar. Recuerdo con vaguedad que me envolvieron en frazadas, en una casa que se bamboleaba, y que seguรญ durmiendo en la calle. Mi abuelo, que habรญa seguido en sus tierras de la Rinconada de Cato, se refugiรณ en la caja de la escalera de su casa de fundo y quedรณ sepultado por los escombros, pero ileso. En un relato que escribรญ mรกs de cincuenta aรฑos mรกs tarde, โ€œLa sombra de Huelquiรฑurโ€, el protagonista, un adolescente, se desliza por debajo de la carpa donde duermen los dueรฑos de la tierra y se interna en el sector de los campesinos. Allรญ bebe la chicha fuerte de manzana que le ofrece el indio anciano Huelquiรฑur. โ€œHay que celebrarโ€, le dice Huelquiรฑur. โ€œยฟPor quรฉ?โ€, pregunta el joven. โ€œPorque estamos estando vivosโ€, contesta el campesino indรญgena con su โ€œpronunciaciรณn raraโ€.

En aรฑos recientes he conocido una historia literaria curiosa en relaciรณn con ese antiguo terremoto. Josep Pla, gran cronista de Cataluรฑa, de la regiรณn del Ampurdรกn, viajรณ a Chile para hacer reportajes del terremoto terrestre y del gran terremoto polรญtico que habรญa sido el triunfo del Frente Popular en las elecciones presidenciales. Se hospedรณ en una casa de recientes y conocidos emigrados catalanes y se dedicรณ a probar vinillos chilenos bajo los รกrboles del jardรญn. Escuchaba las noticias del sur en una pequeรฑa radio y escribรญa sus notas, pero nunca creyรณ necesario viajar hasta el teatro de los sucesos. Respiraba el aire de la tierra, degustaba los vinos y su notable manejo de la lengua espaรฑola hacรญa el resto.

La madrastra tambiรฉn puede asumir la figura de mamadre, para usar un neologismo que en Chile es un clรกsico. Puede representar la fortaleza de los dรฉbiles, una protecciรณn en segundo grado y una forma no buscada de pedagogรญa. En mayo de 1960, en aรฑos en que era funcionario de la diplomacia chilena, emprendรญ mi primer viaje a Europa. El ministerio me encargรณ una misiรณn en Ginebra, Suiza: explicar el tratado de la Asociaciรณn Latinoamericana de Libre Comercio, que todavรญa no iniciaba su marcha, que en verdad no llegรณ a iniciarla nunca, a los representantes del GATT, el acuerdo internacional de tarifas aduaneras y de comercio vigente en aquellos aรฑos. Las autoridades ministeriales habรญan pensado enviar una delegaciรณn de tecnรณcratas, pero uno de los jefes hizo valer que yo, a pesar de mi juventud, conocรญa el tema a fondo y podรญa explicarlo con claridad, con precisiรณn, incluso con elegancia, a una audiencia formada por todos los paรญses miembros. Hice mis maletas, incluรญ un viejo esmoquin en mi equipaje, detalle que hoy serรญa para la risa, tomรฉ una taza de cafรฉ con leche, y la lรกmpara de mi dormitorio se estremeciรณ cuando terminaba de vestirme. โ€œยฟEn quรฉ parte habrรก sido el temblor, o quizรก el terremoto?โ€, piensa todo chileno en estos casos. Claro estรก, la posibilidad de volar en un aviรณn britรกnico, de propulsiรณn a chorro, desde Santiago, con diversas escalas, hasta Londres, y desde ahรญ, en un aviรณn mรกs pequeรฑo, a Ginebra, dominaba cualquier otra impresiรณn o emociรณn. La familia estaba sorprendida, entusiasmada, y los compaรฑeros de trabajo en el ministerio tambiรฉn lo estaban. Yo llevaba un abrigo para los frรญos europeos, aparte del esmoquin viejo, y un maletรญn repleto de pesados documentos de trabajo. El aviรณn a chorro de la BOAC hizo escala en Buenos Aires, en Montevideo, en Sรฃo Paulo y en Recife. Cruzamos el ocรฉano, con inevitable asombro, y cuando aterrizamos en Dakar, al cabo de dos o tres horas, nos avisaron que habรญa un desperfecto grave y que tendrรญamos que esperar por lo menos un dรญa entero hasta que llegara un motor de repuesto encargado a Inglaterra. La aventura diplomรกtica, la misiรณn inverosรญ- mil, adquirรญa caracteres novelescos. Yo hice nataciรณn submarina, mirando maravillosos cardรบmenes de peces de todos los colores del arco iris, entre una rica vege- taciรณn de algas, de pรณlipos, de floraciones, moluscos, caracoles diversos. Si hubiera sido poeta, habrรญa ensayado enumeraciones gongorinas. Pero la lectura del seรฑor Stendhal, entre otros, ya me habรญa enseรฑado a intentar escribir en una prosa que no fuera enteramente ajena, en su ritmo, en su aire, a la poesรญa.

Participรฉ en una excursiรณn a pueblos de la costa del norte de Dakar, donde se celebraba con bandas de mรบsica, con bailes colectivos, con estandartes y banderas, la reciente independencia polรญtica de Senegal, cuyo lรญder emblemรกtico, precisamente, era un gran poeta de la lengua francesa, un seguidor del verso libre, de la visiรณn mรญstica, oceรกnica, de un Paul Claudel o un Saint-John Perse: el presidente Lรฉopold Sรฉdar Senghor.

Seguimos el viaje, despuรฉs de dos dรญas de espera, y uno de los tripulantes me ayudรณ con el pesado maletรญn de la documentaciรณn y me preguntรณ si llevaba lingotes de oro (โ€œGold bars!โ€). No eran barras de oro, pero eran detalladas explicaciones del artรญculo XXIV del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, no menos pesadas, y supongo que mucho menos รบtiles. Llegamos al aeropuerto de Lisboa, en nuestro interminable viaje a Londres y a Ginebra, y los diarios portugueses hablaban en primera pรกgina del impresionante terremoto del sur de Chile y del lago Riรฑihue, cuya remota repercusiรณn en Santiago habรญa provocado ese movimiento de las lรกmparas en la maรฑana de mi partida. La primera movida diplomรกtica en la que me tocรณ participar en Ginebra, una visita al embajador delegado de Gran Bretaรฑa ante el GATT en compaรฑรญa de dos altos funcionarios chilenos, Jorge Burr y Jorge Marshall, tuvo un aspecto informal, algo cรณmico, que no me habรญa imaginado. El embajador inglรฉs abriรณ la puerta de su despacho y dijo: โ€œUstedes, seรฑores Burr, Marshall y Edwards, ยฟvienen en representaciรณn de quรฉ paรญs de la Commonwealth Britรกnica?โ€ Nos reรญmos, conversamos con buen humor y, si no recuerdo mal, el embajador nos invitรณ una taza de tรฉ perfectamente britรกnica. En la reuniรณn oficial, en la maรฑana siguiente, tomรณ la palabra primero que nadie y dijo que habรญa que ayudar a Chile, paรญs vรญctima de grandes cataclismos y que resistรญa con admirable entereza. El embajador japonรฉs hablรณ en seguida en el mismo tono, con argumentos parecidos, y no hubo necesidad de mayores explicaciones tรฉcnicas para respaldar la peticiรณn que hacรญa Chile en nombre de los demรกs miembros del flamante Tratado de Montevideo. El terremoto del Riรฑihue nos ayudaba, y yo seguรญ mi viaje a un Parรญs que conocรญa por la literatura de Marcel Proust, de Stendhal, de algunos otros franceses, y del minucioso, talentoso, obstinado Alberto Blest Gana en su novela Los trasplantados.

A fines del mes de febrero de 2010, en la canรญcula del verano santiaguino, trataba de dormir en mi cuarto de anciano viudo de la calle Santa Lucรญa y fui no sรฉ si despertado, pero sรญ profundamente alterado y alarmado por los remezones del terremoto de ese aรฑo, cuyo epicentro no quedaba lejos de la capital y que era, segรบn dijo despuรฉs la prensa, uno de los cinco mรกs fuertes de la historia sรญsmica moderna. El edificio entero se remecรญa en forma impresionante, en medio de la mรกs profunda oscuridad, y sentรญa la caรญda de objetos en toda la casa, pero miraba al techo y no divisaba peligros inmediatos pa- ra mi cabeza. Los minutos de ese terremoto fueron eternos, y los delegados que llegaban al congreso de la lengua de esos dรญas rodaban por el suelo, aterrados, o sus vuelos eran desviados hacia aeropuertos de paรญses vecinos. Cuando cesaron los terribles remezones, salรญ de la cama, comprobรฉ que no habรญa luz ni comunicaciones de ninguna especie, y me acerquรฉ al balcรณn principal. Los automรณviles de algunos noctรกmbulos se detenรญan con chirridos de frenos y sus faroles iluminaban en la sombra el polvo en suspensiรณn. ยกQuรฉ espectรกculo dantesco, quรฉ trastorno! Cuando volviรณ la luz elรฉctrica, comprobรฉ que los golpes en el suelo correspondรญan a la estatuilla del รกngel de Comillas, trofeo literario cuyas alas desplegadas se habรญan clavado en el parquet de encina, y a juguetes de madera del gran uruguayo Torres Garcรญa que habรญa comprado en rรฉplicas en un viaje reciente a Montevideo. Mis hijos y la gente de la familia cercana estaban indemnes, pero las noticias que empezaban a transmitir las radios eran francamente alarmantes. Despuรฉs conocรญ una historia conmovedora, interesante, que alguna vez, si todavรญa me queda tiempo, podrรญa escribir en forma de โ€œcasi novelaโ€. En la isla Robinson Crusoe, del archipiรฉlago Juan Fernรกndez, no demasiado lejos del epicentro marรญtimo de este suceso, una niรฑa de trece o catorce aรฑos de edad caminaba en la noche por senderos del pueblo principal. Sintiรณ el movimiento sรญsmico y divisรณ en la distancia, al fondo del horizonte nocturno, la espuma de la ola gigantesca que se formaba y que podรญa arrasar con el pueblo entero. En lugar de huir, corriรณ a la plaza del pueblo y tocรณ la campana de alarma a todo lo que daban sus fuerzas. Los habitantes despertaron, comprendieron el peligro del tsunami en cuestiรณn de segundos, y tuvieron tiempo de refugiarse en las montaรฑas vecinas. La niรฑa siguiรณ tocando la campana hasta el instante preciso y tuvo tiempo de correr y salvarse. Actuรณ como una de esas pequeรฑas y grandes heroรญnas que se dan de cuando en cuando en la historia nuestra. Yo estaba tomando notas, precisamente, sobre otra heroรญna que se podrรญa describir como espontรกnea, de primera reacciรณn, de maravilloso instinto, y el caso me dejรณ pensativo: madre tierra, madrastra y a veces mamadre. Tuve ocasiรณn una vez de conversar largo con Ernesto Sabato, en su casa de Santos Lugares, a la salida de Buenos Aires. โ€œยฟCuรกl es la diferencia esencial โ€“me preguntรณโ€“ entre los chilenos y los argentinos?โ€ Son preguntas al pasar, en conversaciones amables, pero no carecen de riesgo. โ€œYo siento que los chilenos โ€“le contestรฉโ€“ con sus cataclismos, sus maremotos, sus inundaciones, estamos obligados a vigilar y a organizar nuestro trabajo, y que los argentinos, dueรฑos de un paรญs privilegiado, pueden gozar de la vida y hasta dormir mientras su paรญs crece, lo cual es un motivo de gran envidia nuestra.โ€ โ€œEs parecido โ€“dijo Sabatoโ€“ a lo que ocurre en las familias ricas, que no necesitan mucha disciplina, y las familias pobres, obligadas a cuidar sus bienes escasos y que saben ayudarse entre ellas.โ€

Era una visiรณn optimista, marcada por un sentido de lo solidario, y siento que la mirada mรญa es mรกs oscura. Llego a otra conclusiรณn: mientras yo, durante el terremoto de febrero de 2010, pensaba en mis objetos, mis juguetes, mis pesados libracos, mis trofeos un tanto absurdos, la niรฑa de Robinson Crusoe se colgaba de la campana de su pueblo con fuerzas multiplicadas y salvaba a su gente. Me queda una sensaciรณn molesta de culpabilidad, hasta de inutilidad. Un juguete de Torres Garcรญa es un objeto estรฉtico y quizรก innecesario. Pero por este camino mental se llega al realismo obligatorio, a una rรฉplica del estalinismo. Celebro, entonces, a la niรฑa de Robinson Crusoe, y hasta envidio su alegrรญa, su fuerza, su reacciรณn rรกpida, y comprendo, por mi lado, que el sentimiento de culpa ha sido un pecado generacional y una fuente, al mismo tiempo, de creaciรณn literaria. ~

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(Santiago de Chile, 1931 - Madrid, 2023) fue escritor y diplomรกtico.


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