IlustraciĂłn: Hugo Alejandro GonzĂĄlez

Las mĂșltiples curvas de la realidad

La actual crisis ha puesto a los gobiernos del mundo en la encrucijada de favorecer la economĂ­a o proteger la salud. Ninguna ideologĂ­a, por muy definida que se presuma, apunta a una sola forma de hacer las cosas.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

ÂżCĂłmo minimizamos las pĂ©rdidas de bienestar producidas por la pandemia entre nuestra ciudadanĂ­a? Esa es la pregunta central de polĂ­tica econĂłmica (de hecho, de polĂ­tica, punto) a la que se enfrentan todos los gobiernos del mundo hoy dĂ­a. Renta, riqueza, salud y cualquier otro indicador que se nos pueda ocurrir para medir la calidad de vida se van a reducir en los prĂłximos meses en todo el hemisferio occidental, y mĂĄs allĂĄ. El trabajo del polĂ­tico electo se vuelve como el del repartidor de botes salvavidas en el Titanic. Ante semejante dilema no hay respuestas sencillas, aunque deseemos guiarlas por nuestros sesgos ideolĂłgicos previos. No: ni la forma del propio dilema estĂĄ clara en nuestras mentes porque lo primero que ha hecho el virus es modificar los presupuestos para la toma de decisiones. Tenemos que reconstruir nuestra visiĂłn, desde abajo, desde las preferencias de cada uno, si queremos entender las posibles (y observadas) reacciones desde la cĂșspide de la pirĂĄmide polĂ­tica.

El cambio en las preferencias

Tradicionalmente, la disciplina econĂłmica ha optado por asumir las preferencias de los agentes (tĂș, yo, electores, empresas, hogares, polĂ­ticos) como dadas, exĂłgenas a sus modelos. Pero en las Ășltimas dĂ©cadas la disciplina ha abierto la caja negra del cĂłmo y por quĂ© llegamos a querer lo que queremos. Un shock de las dimensiones que tiene esta pandemia supone una oportunidad Ășnica para analizar estos aspectos.

Podemos partir de una hipótesis plausible: la epidemia ha modificado el orden de nuestras preferencias. Nos ha devuelto, al menos momentåneamente, a la base de la piråmide de Maslow: las necesidades båsicas de salud, alimento, refugio que muchos dåbamos por sentadas vuelven a estar en juego. La primera tiene un impacto mucho mås simétrico que las otras dos. Al menos en el primer brote, el riesgo de contagio es relativamente independiente del nivel de ingresos y ahorro de que uno disponga. Nadie estå a salvo de la enfermedad. Así que, como ese riesgo estå distribuido de manera mås o menos equitativa entre la sociedad, durante las primeras semanas el cambio de preferencias y también de actitudes es casi unísono: todos aumentamos precauciones, reducimos nuestro contacto con el mundo fuera de nuestro hogar, consumimos menos, no invertimos nada, nos quedamos a la expectativa. Pero a partir de ese momento se hace evidente que nuestras capacidades para cubrir las otras dos necesidades båsicas (alimento, refugio) son bien distintas, correlacionando lógicamente renta y riqueza.

En paralelo, lo que era precauciĂłn individual se convierte en ley: los gobiernos, ante la dificultad de frenar al virus mediante el aislamiento individualizado de casos, y observando el desborde que viven las zonas de contagios inadvertidos hasta que fue demasiado tarde (Wuhan, norte de Italia, Madrid, Guayaquil, Nueva York), sopesan y, en la mayorĂ­a de los casos, imponen fuertes restricciones a la movilidad, cuyo formato Ășltimo es el confinamiento generalizado de la poblaciĂłn. AdemĂĄs de su efecto esperado sobre el propio virus, esta medida tambiĂ©n tiene efectos sobre las preferencias de la ciudadanĂ­a. Por un lado, confirma que estĂĄbamos en lo cierto cuando cambiamos nuestro orden de prioridades: efectivamente, si se toman este tipo de medidas en el mundo, pensamos, la situaciĂłn debe ser bastante grave. En ese sentido el virus trae consigo una profecĂ­a autocumplida de contracciĂłn de la oferta y la demanda, de retraimiento econĂłmico inevitable. Pero por otro lado acentĂșa las diferencias sobre cĂłmo cubrir dichas necesidades. Llegando a cierto punto deja de estar claro que esta profecĂ­a autocumplida (el remedio y sus efectos secundarios) no sea peor que la propia enfermedad.

Las curvas

Una manera un tanto cruda pero Ăștil de hacernos una idea de la creciente divergencia de perspectivas es dibujar una grĂĄfica (vĂ©ase la siguiente columna) con dos razones para la pĂ©rdida de bienestar, similar al que usĂł el economista colombiano Leopoldo Fergusson en su artĂ­culo “Eligiendo tragedias”:

((La RepĂșblica, 16 de abril de 2020 (bit.ly/2T3bdlY). ))

 en el eje vertical ponemos las vidas perdidas o perjudicadas por la Covid-19; en el horizontal, las que salen dañadas por la crisis econĂłmica.

Sobre el gråfico podemos dibujar dos posiciones opuestas respecto a la relación entre ambos valores. La línea roja equivale a asumir un dilema perfecto: cuanto mås protejamos la salud frente al nuevo virus, mayor daño sufrirå el bienestar (también medido en otros efectos sobre la propia salud, de hecho) a causa de la pérdida de ingresos. La línea verde, que discurre en diagonal contraria, entiende que existe una relación virtuosa entre parar el virus y hacer lo propio con la economía. Cuando escuchamos a algunos epidemiólogos batiéndose a capa y espada con opinadores que hablan de poblaciones enteras asfixiadas por una especie de dictadura de las medidas sanitarias, realmente lo que hay detrås es una discusión sobre cuål de estos dos modelos representa de manera mås fidedigna la realidad.

Entre medias se encuentra una posiciĂłn que yo mismo he defendido en las Ășltimas semanas: la de la curva amarilla. Este supuesto acepta, como la verde, que la economĂ­a sufrirĂ­a particularmente con una crisis sanitaria sin precedentes. Al mismo tiempo, asume en conjunto con la roja que la salud tambiĂ©n sufre con una cuarentena estricta, completa y continuada. La economĂ­a, por su parte, sufre en cualquier caso. Ya sea por las propias medidas de cuarentena, ya sea por la caĂ­da de la demanda y de la inversiĂłn. Hay un punto en esta curva que representa el momento relativo en el que la pĂ©rdida de bienestar es la menor posible. Para las dos opciones extremas ese punto es, por lĂłgica, la cuarentena total (verde) o la apertura completa para, digamos, dejar que el virus corra libre hasta agotarse (roja). La primera llevarĂ­a aparejados importantes apoyos inmediatos para compensar la falta de actividad, mientras que, para la segunda, la polĂ­tica econĂłmica ideal es la reactivaciĂłn de la marcha econĂłmica normal. La opciĂłn intermedia sitĂșa el punto entre las dos, en un lugar indeterminado pero no identificado con ninguna de ambas alternativas y, por tanto, tratarĂ­a de equilibrar la minimizaciĂłn de pĂ©rdidas con el flujo de ayudas.

El pĂĄrrafo anterior incluye el participio porque, tras un breve intercambio en redes con el propio Fergusson, y leyendo a personas particularmente sensibles al posible dilema duro que implican las cuarentenas (por ejemplo, a Marcela MelĂ©ndez, economista jefe del PNUD en AmĂ©rica Latina y el Caribe), mi perspectiva se ha modificado: ya no veo solo una curva, sino varias. Para aquellas personas menos expuestas a los riesgos sanitarios, pero mĂĄs vulnerables a la pĂ©rdida de ingresos, la curva roja tendrĂĄ mĂĄs sentido. Por el contrario, para quienes no vayan a sufrir una caĂ­da econĂłmica importante, o que sĂ­ estĂĄn en peligro de enfermedad grave por contagio de SARS-COV-2, la curva verde es mucho mĂĄs cercana a sus intereses.

Lo interesante es que esta exposición variable a riesgos se traduce mal a las divisiones clåsicas de coaliciones socioeconómicas de votantes que influyen las políticas en una decisión o en otra. Las personas con ingresos menores, o menos estables, con trabajos informales, o precarios (por ejemplo, con contratos temporales), sin capital humano acumulado, sin ahorros observan la crisis como una amenaza mayor que el virus. Pero también es cierto que inversionistas y propietarios de negocios, grandes o pequeños, pueden enfrentarse a un problema imprevisto de solvencia. Empresarios y trabajadores de base estån del mismo lado: el de preferir un daño mínimo a la economía, suplido si es necesario con ayudas destinadas a proteger sus pérdidas. En el otro, encontramos a profesionales que puedan teletrabajar con facilidad, a quienes se ocupen en sectores que van a verse menos afectados por la bajada de demanda, o empleados con contratos indefinidos y empresas grandes listas para enfrentar la falta de liquidez por largo tiempo. Todos ellos, sobre todo quienes dispongan de ahorros, familiares con ingresos relativamente estables o capital humano del que habrå demanda en el futuro, pueden permitirse una mayor preocupación epidemiológica, e idealmente deberían estar dispuestos a pagar por sus costes, sanitarios y en transferencias sociales, a través de los impuestos correspondientes.

La cosa se complica todavĂ­a mĂĄs cuando tenemos en cuenta factores sociodemogrĂĄficos. Como mostrĂł Claudia Hupkau en un anĂĄlisis publicado en EsadeEcPol (think tank de cuyo equipo formo parte), “las mujeres tienen mayor probabilidad que los hombres de haber perdido su empleo desde el inicio de la crisis de la Covid-19 porque estĂĄn sobrerrepresentadas en sectores cerrados por la cuarentena”. A ello añade que “las medidas de confinamiento pueden tener consecuencias en el reparto de responsabilidades en el hogar y el cuidado de los hijos. Las mujeres son mĂĄs propensas a ser las Ășnicas provisoras de cuidado infantil, lo que podrĂ­a acentuarse durante la crisis sanitaria”. Esto apunta a una divisiĂłn no solo de gĂ©nero, sino tambiĂ©n en hogares con o sin hijos. La combinaciĂłn de teletrabajo con cuidados y educaciĂłn en casa es, esencialmente, insostenible. Y, como enuncia Hupkau, la carga no se reparte de manera simĂ©trica entre sexos.

Con la edad de nuevo se introduce otra variable divisoria de preferencias. Las personas mayores estĂĄn en alto riesgo ante el virus, y es posible que ello les lleve a pedir medidas mĂĄs severas. Sobre todo si sus ingresos estĂĄn protegidos por una pensiĂłn suficiente. Pero para quienes necesiten seguir trabajando para vivir, a pesar de haber cumplido la edad de vida laboral, la visiĂłn serĂĄ la contraria. De igual manera, las polĂ­ticas diferenciadas para la protecciĂłn de las personas mayores (por ejemplo, la imposiciĂłn de cuarentenas estratificadas por edad) no parecen haber sentado del todo bien en estos segmentos, que las ven como una reducciĂłn paternalista de autonomĂ­a.

Partidos y gobiernos ante una decisiĂłn poco clara

En resumen, aunque el campo de juego de formación de preferencias esté claro, y las distintas visiones que se pueden producir sobre él también (acumulando un abanico de curvas distintas en cada sociedad), la interpretación de todo ello por parte de quien toma las decisiones sujetas al voto no estå nada clara. Y lo peor es que las plataformas partidistas tradicionales tampoco sirven demasiado. Los politólogos Christopher H. Achen y Larry M. Bartels mostraron en su Democracy for realists el enorme peso que tienen las posiciones de dichas plataformas para que cada uno de nosotros nos formemos una opinión sobre tal o cual tema: muchas veces, miramos qué piensan nuestros referentes ideológicos y nos ubicamos en consecuencia. Pero esto es mucho mås difícil ante un problema nuevo, poco explorado por cualquier político occidental en el pasado reciente, y que, como hemos visto, no tiene una división fåcil entre coaliciones preconcebidas.

AsĂ­ que por ahora el correlato con la divisiĂłn izquierda-derecha de las medidas tomadas es mĂĄs bien difuso. Las posiciones de los gobiernos de Argentina, Colombia, España y PerĂș son mĂĄs parecidas entre ellas de lo que sugerirĂ­a la variada tendencia ideolĂłgica de sus gobernantes. En todos estos paĂ­ses se han combinado cuarentenas de largo alcance con una ampliaciĂłn de las ayudas destinadas a proteger a familias y empresas de la pĂ©rdida de ingresos.

El contraste con Brasil y MĂ©xico, las dos grandes referencias de los populismos hispanoamericanos, es evidente. Tanto AndrĂ©s Manuel LĂłpez Obrador como Jair Bolsonaro han asumido plenamente la hipĂłtesis del dilema perfecto entre salud y economĂ­a: estĂĄn en la lĂłgica de la curva roja, apostando (en esto, junto a Donald Trump) porque la marcha productiva resurja cuanto antes. Esa es la ayuda que ofrecen a su poblaciĂłn, ninguna mĂĄs: simplemente, la promesa de que las muertes que produzca el virus valdrĂĄn la pena. Sin embargo, no es que uno pueda establecer una relaciĂłn exclusiva entre populismo y preocupaciĂłn por la economĂ­a. Como ejemplo estĂĄn los casos de Italia y El Salvador, ambos con polĂ­ticas que parecen pensadas para encajar con la “curva verde” y ambos con gobiernos encabezados por nuevos liderazgos mĂĄs cercanos al populismo que a ningĂșn otro polo ideolĂłgico.

Dada la enorme novedad del reto, su imposible encaje con ninguno de los ejes existentes (ni siquiera en el mĂĄs novedoso de todos, la dicotomĂ­a abierto-cerrado personificada por el dueto Macron-Trump que alimenta miedos y esperanzas liberales de nuestro tiempo), para entender las decisiones de cada gobierno debemos completar nuestra caja de herramientas con la economĂ­a polĂ­tica, la psicologĂ­a y la historia.

Por ejemplo, en esta coyuntura, la mera limitaciĂłn ideolĂłgica permite que un gobierno de izquierda pueda decidir entre una polĂ­tica antipobreza basada en la necesidad de garantizar el trabajo a los segmentos mĂĄs vulnerables aun a costa de una mayor tasa de contagios, y activar mecanismos redistributivos junto a cuarentenas masivas para proteger el bienestar de quien se quede en casa. Si su limitaciĂłn fiscal es mayor (economĂ­a polĂ­tica), o si el gobernante ha mantenido una actitud que dificulta el uso amplio de las vĂ­as de gasto pĂșblico existentes y bajo ningĂșn concepto desea entrar en tensiĂłn con su yo de hace unos meses (psicologĂ­a), serĂĄ mĂĄs probable que se encalle en la primera posiciĂłn, propia de la curva roja. AsĂ­ es como podrĂ­amos explicar las decisiones de amlo: un presupuesto de escasa profundidad, unido a una retĂłrica constante de oposiciĂłn austera a lo que Ă©l considera como “poderes establecidos” dentro y alrededor del Estado, le dejan sin espacio de maniobra para apoyar a su propia poblaciĂłn.

En España, en ausencia de ambas barreras u otras similares, y dada la magnitud que adquiriĂł el brote, la decisiĂłn por el modelo de cĂ­rculo virtuoso y protecciĂłn a cualquier precio era la consecuencia mĂĄs lĂłgica. Aun asĂ­, hubo y hay tensiones dentro de la coaliciĂłn de gobierno, que reĂșne a la vieja centroizquierda con la nueva izquierda escorada al extremo, a la hora de decidir cĂłmo y hacia quiĂ©n redistribuir. Para explicarlas, podemos atender a las diferentes audiencias del psoe de Pedro SĂĄnchez y el Podemos de Pablo Iglesias. Es cierto que la uniĂłn de jubilados, trabajadores indefinidos, funcionarios y jĂłvenes profesionales liberales (los perfiles mĂĄs significativos entre los votantes de izquierda españoles) es casi perfecta para dirigir a un gobierno hacia la curva verde. Pero mientras los primeros tres segmentos poblacionales van a demandar que se amplĂ­en los sistemas de ayuda que ya existen, que les benefician sustancialmente porque el Estado de bienestar español se basa en la protecciĂłn por categorĂ­a de empleo pasado o presente, la juventud urbana aspira a que se consoliden nuevos canales que les alcancen: ayudas para autĂłnomos, compensaciones y moratorias de alquileres, o incluso una renta bĂĄsica que encuentra reticencias entre los sectores mĂĄs anquilosados de la vieja izquierda, pese a contar con nĂ­tidos apoyos entre personas que estarĂ­an normalmente a la derecha del actual gobierno.

De hecho, en el centro y la derecha las distinciones son igualmente complejas e informativas de los matices que muchas veces se escapan ante las comparaciones ideolĂłgicas toscas que normalmente usamos, o que usĂĄbamos antes de la pandemia. MartĂ­n Vizcarra e IvĂĄn Duque no son ni parecidos entre sĂ­, ni mucho menos similares a Alberto FernĂĄndez. Y, sin embargo, PerĂș, Colombia y Argentina estĂĄn poniendo en marcha programas de transferencias con vocaciĂłn particularmente inclusiva (la dificultad aquĂ­ estriba a nivel operativo: no es nada fĂĄcil hacer llegar ayudas a millones de personas que no disponen de cuenta bancaria ni rastro fiscal distinguible). Todos contrastan fuertemente con la referencia mĂĄs extrema de la derecha en la regiĂłn: Bolsonaro, cuyos principales legitimadores ante el liberal-conservadurismo moderado (los ministros de Salud y Justicia) lo han abandonado en estas semanas. En un espectro ideolĂłgico similar al colombiano, el gobierno chileno ha mantenido una posiciĂłn mixta bastante distintiva, que de hecho tiene mucho que ver con la curva amarilla (algo anaranjada, es cierto), tratando de encontrar un punto intermedio entre la necesidad de distancia social que afecta a la marcha normal de la economĂ­a y la provisiĂłn de puntos de apoyo a ciertas porciones vulnerables de la poblaciĂłn. Incluso dentro de Colombia, por ejemplo, se da la circunstancia de que una alcaldĂ­a socioliberal, como la de BogotĂĄ, coincide en este tipo de medidas con un gobierno conservador (aunque el propio Duque es probablemente el menos conservador de todo su entorno).

ÂżUn nuevo paradigma?

MĂĄs allĂĄ de ejemplos concretos, Âżhay algĂșn hilo conductor que podamos intuir en esta variedad de respuestas? ÂżHay algo que defina a aquellos gobiernos que, efectivamente, son capaces de ver el abanico de curvas distintas entre la roja y la verde, identificando la estratificaciĂłn de necesidades de su poblaciĂłn como algo a atender de manera diferenciada? El lector pensarĂĄ que dicha aproximaciĂłn es mĂĄs probable entre aquellos que se ubican alrededor de la moderaciĂłn ponderada (socioliberales, socialdemĂłcratas abiertos, liberal-conservadores en ese orden de factores) que hoy dĂ­a encarnan lĂ­deres como Angela Merkel, Jacinda Ardern, Emmanuel Macron o Claudia LĂłpez. Es posible, pero tambiĂ©n es temprano para observar nada mĂĄs allĂĄ de las trayectorias individualizadas de cada paĂ­s, y a veces incluso de cada regiĂłn o de cada ciudad. La tentaciĂłn de adivinar un nuevo paradigma de respuesta equilibrada es grande, pero quizĂĄ la prisa y los sesgos le jueguen una mala pasada al lector. A la mente le encanta observar patrones donde solo hay caos. Y en la respuesta tan variada, en tan corto tiempo, a un reto tan grande, el patrĂłn mĂĄs probable es el caos. ~

 

+ posts

(Valencia, 1985) es director adjunto en el Centro de PolĂ­ticas EconĂłmicas de Esade (EsadeEcPol), doctor en sociologĂ­a por la Universidad de Ginebra, miembro del colectivo Politikon, y coautor de El muro invisible (Debate, 2017). Escribe en El PaĂ­s.


    × Â 

    Selecciona el paĂ­s o regiĂłn donde quieres recibir tu revista:

        Â