Gloria Gervitz (1943-2022) trascendió hace unas semanas, sin embargo, estará viva para siempre. Seguirá siendo, como lo ha sido hasta ahora, una estrella que guía, marcando un camino y alumbrándolo con su luz. Una referencia para las generaciones, actuales y futuras, que busquen encontrar a la poesía, escucharla, e incluso responder a su llamado, a su canto, entregarse a ella. Porque Gloria Gervitz fue siempre fiel a ella misma y de esto hay mucho que aprender. Fue fiel a su búsqueda, tan propia y particular, a las voces que le dictaron versos y también a esa única voz que le propuso que insistiera. Esa voz, que después la alentó. Gloria Gervitz fue fiel a ella misma y llevó esta insistencia hasta las últimas consecuencias: logró un poema de vida, de toda una vida, que grita y se alegra y se pregunta muchas veces. Un poema llamado Migraciones, que escribió durante cuarenta años, agregando y cortando, permitiendo que la respiración la llevara a ella y no al revés. Migraciones, prácticamente su único proyecto, fue creciendo con ella y madurando como un universo que no cesa de expandirse, como un árbol que jamás se secará. Gloria Gervitz fue fiel a ella misma, y deja un vacío que no puede llenarse. Una de nuestras figuras más destacadas de la poesía mexicana ya no está aquí. Quizá, para ser fieles a ella, será importante nombrar este vacío, además de la gran sabiduría que nos deja.
El vacío que queda es enorme, en primer lugar, debido a que extrañaremos el juego. Ese ir poniendo y quitando, ese jalar e ir ajustando, ese acto de coser un poema y que la tela se expanda y se transforme, que dé de sí… todo esto es jugar. Sí, la poeta realizó un pacto muy serio con su poema, sin embargo, no percibimos nunca tal seriedad, percibimos belleza, juego. Para aceptar al cambio, permitir que ese viento entre y mueva todo, se necesita liviandad. Y esta es una virtud muy grande, se contrapone a aquella concepción errónea y tan común de los poemas: que se toman demasiado en serio a sí mismos, que son difíciles y que no cualquiera puede acceder a ellos. Gloria Gervitz se opone a este pensamiento, se pone de pie, como una artista valiente y a la vez juguetona. Va cambiando su poema y, versión con versión, nos incluye en este jugar. Durante años, quienes admiraron su poesía, revisaban con ansias la nueva versión del texto. Después de una larga espera, antes de la cual se había dicho que el poema “ahora sí había terminado”, surgía un volumen nuevo y todo cambiaba otra vez. Así, las Migraciones de Gervitz juegan y quienes las leamos jugamos también. Con ella, la poesía hizo algo típico de la poesía: cobrar vida y romper con lo que generalmente se establece. El juego fue en ella, entonces, un elemento transgresor, hubo una sabiduría en jugar. Y ahora, aunque efectivamente el poema se encuentre “terminado”, mientras sigamos comparando versiones, buscando claves secretas entre los distintos libros y nos asombremos cambio con cambio, jugaremos toda la vida con Migraciones y Migraciones jugará de regreso.
También, el vacío que deja es tan grande, quizá, por la capacidad que tuvo para conmover. Se trata de un poema que Gervitz escribió desde el alma, desde el ánima aristotélica, desde una interioridad y una vulnerabilidad totales. Es posible que esta sea una de las cuestiones más fascinantes en la obra de esta autora: su capacidad para combinar dos cuestiones tan ajenas (y a la vez tan cercanas): la religión y la vida personal. Es en este intersticio en donde se lleva a cabo aquella vulnerabilidad, gracias a este lugar, quien lea el poema logrará conmoverse. Aquí sería importante hablar sobre la influencia que tiene el propio origen de la autora, descendiente de judíos de Europa del Este, ucranianos, askenazíes. La religión está muy presente en la obra de Gervitz, pero no se trata de una poesía religiosa. Es una poesía del “yo”, específicamente de un “yo” femenino, que transita o, precisamente, migra a través de la experiencia de la vida. Sin embargo, la religión está ahí, así como están la madre, la hija y la nana en el poema, y este origen, esta religión, este tocar con la familia y la infancia (entre tantas otras cosas) implica una verdad que conmueve. Cuando la poeta escribe: “No tengo el lugar solo la añoranza del lugar la rutina/y el tiempo que pasa”,
{{Migraciones, Ciudad de México, FCE, 2002, p. 97.}}
los sentimientos que toca son profundamente personales, pero también pueden compartirse con toda la humanidad. La voz es tan genuina que se vuelve parte del universo. Esta voz está inscrita en una bellísima tradición de la escritura judaica en México. Y, además, su pluma se inserta en la tradición religiosa en general, que es tan viva y amada en nuestra lengua. De todas formas hay algo más: cuando, en la cuarta sección del poema llamada “Treno”, originalmente dedicada a su hija Denise, la poeta canta: “Kadosh/Kadosh/Kadosh/las palabras se desbordan como lágrimas”,
{{ Ibid, p. 183.}}
no solo está hablando de la relación de una madre y una hija, ni tampoco únicamente de una bendición o de una invocación a un santo. Está hablando de ambos fenómenos a la vez y de lo que sucede en su centro. Su poesía conmueve porque apela a lo más grande (la religión) y a lo más íntimo (la persona).
Sin duda, estos elementos han influido en la manera en la que las y los jóvenes hacemos y leemos poesía. Tenemos aquí una voz poética femenina que incluye lo cotidiano. Mucho de lo que se está haciendo ahora tiene que ver con esto. En la actualidad, no es poco común leer poemas y poemarios mexicanos que se ocupen de lo que sucede en el día a día. Tampoco es infrecuente leer hermosos (y a veces desgarradores) poemarios sobre la experiencia de ser o identificarse como mujer en nuestro país. Tal vez no pueda afirmarse que Gervitz haya sido una influencia directa en estas formas de expresión poética, ya que muchas otras variables han entrado en esta ecuación. Sin embargo, es posible asegurar que esta poeta es un referente para un tipo de poema en voz femenina en un momento histórico determinado, donde el gesto no era tan común como es ahora. Tomemos en cuenta que la autora comenzó a escribir los primeros indicios de su proyecto en el año 1976, cuando tenía apenas 33 años. Entonces, si miramos atrás, si buscamos una poesía que toque los grandes temas, pero que también se encargue de la profundidad de la vida de todos los días y que asimismo esté escrita en la voz poética de una mujer, encontraremos a Gloria Gervitz. Por supuesto, junto a otras grandes poetas que la precedieron como Rosario Castellanos, Dolores Castro, Enriqueta Ochoa, Concha Urquiza, por mencionar algunas solamente. Pero su influencia está ahí, suspendida en el aire. Ya sea que consultemos su obra o no, ya sea que estemos conscientes de ello o lo ignoremos por momentos: Gloria Gervitz fue una de las mujeres que pasó por una puerta que ya estaba abierta y la abrió aún más con su energía, dando lugar a una habitación en la que muchas nos encontramos por el momento, o por la cual hemos transitado.
Lo que Gloria Gervitz nos deja es mucho, quizá demasiado para lograr abstraerlo tan pronto. Pero, por ahora, quedan claras algunas de sus enseñanzas. En primer lugar, ser fieles con una o uno mismo y a nuestros proyectos, sin importar el tiempo que tomen, incluso si es una vida entera. Después, acercarnos al juego, permitir que el viento del juego nos lleve. También, poner atención a que el poema conmueva y, a la vez, dejarse conmover por el mundo. Por último, nunca desdeñar nuestra voz porque puede ser que algún día le hable a todo el universo. Y es ahora que ha llegado el momento de hacerse cargo de esta sabiduría, porque el vacío que deja es grande, pero lo que nos deja es mucho más. ~
(Ciudad de México, 1994) es escritora y becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía (2021-2022). El año pasado Valparaíso Ediciones publicó su poemario Oscilo entre ver mi teléfono y verte a ti