La corona triunfal de laurel como símbolo asociado a los poetas es algo que hoy solo vemos en los retratos de Dante o, durante el mes de junio, en las calles italianas donde los estudiantes universitarios de licenciatura –laurea, en italiano– se gradúan: se los ve festejando junto a sus amigos y su familia ataviados con su corona de laurel de pega, que simboliza su ascenso al olimpo de los seres letrados.
En cambio, quienes la portan metafóricamente desde la Edad Media son los poetas laureados del Reino Unido, que han estado ahí acompañando a la monarquía de la mejor manera que saben: escribiendo poemas.
La costumbre de recibir una pensión por escribir poemas viene de muy lejos en el Reino Unido. El oficio de versificator regis o poeta real ya existía en la corte de Ricardo Corazón de León o en la de Enrique III de Winchester. Sabemos que Geoffrey Chaucer, el autor de Los cuentos de Canterbury, se hizo llamar “poeta laureado” y que en 1389 recibía un pago líquido anual en forma de vino por sus tareas retóricas.
A Ben Johnson, contemporáneo de Shakespeare, se le otorgó una pensión estatal a cambio de sus versos, y a lo largo de la historia lo mismo les ocurrió a otros representantes canónicos de la poesía en inglés como William Worsdsworth, Alfred Tennyson o Ted Hughes.
El poeta laureado actual del Reino Unido es Simon Armitage. Recibió su corona de hojas aromáticas en 2019, inmediatamente después de Carol Ann Duffy, la primera mujer en ocupar este cargo. Armitage no ha escrito el clásico poema navideño anual –que deja poco espacio para otros credos presentes en las islas–: ha preferido escribir versos en recuerdo de las víctimas de la covid y fue el encargado de componer el poema que celebró el Jubileo de platino de Isabel II por sus setenta años de reinado. Como bien imaginamos, también fue él quien escribió los versos que sirvieron como obituario para la monarca en el mes de septiembre de este año. En ellos acudió a la naturaleza, ese gran recurso lírico para acercarse al duelo: la imagen central del poema de dieciocho versos es un lirio blanco, la flor favorita de la Reina.
Armitage fue elegido poeta laureado entre otras cosas por su gran popularidad: ha publicado veintiocho poemarios, es profesor de poesía en la Universidad de Leeds y sus poemas figuran dentro del plan de estudios de los colegios del país, así que no es un bardo desconocido para la gente de a pie. Si jugamos a imaginar qué poeta español tendría más papeletas para ocupar ese puesto honorífico se nos ocurren tres o cuatro nombres. Algunos combinarían mejor con un equipo de gobierno que con otro, pero entre los candidatos que se barajarían estarían muy seguramente Luis García Montero, Olvido García Valdés, Luis Alberto de Cuenca o Antonio Gamoneda. Cuesta imaginar qué poema escribirían para celebrar la mayoría de edad de la princesa de Asturias; también cuesta imaginarlos escribiendo un poema en alejandrinos tras un hipotético triunfo de la selección española de fútbol en un mundial. De hecho, Hanan Issa, hoy poeta laureada de Gales, me hizo ver en el Festival Hay de Segovia que escribió unos versos en honor al equipo nacional galés de fútbol, algo que, ante todo, encandiló a su hijo. En cambio, no está obligada a cantar alabanzas a la dinastía Windsor: de eso se encarga, como hemos visto, su homólogo inglés.
Lo que sí hace Issa es introducir guiños a las lenguas árabe y galesa en sus poemas, por ejemplo empleando las diversas variantes del sistema métrico galés –llamado Cynghanedd– en algunos de ellos, algo que ya hicieron en inglés poetas como Gerard Manley Hopkins o Dylan Thomas.
Si Tennyson o Wordsworth levantaran la cabeza, ¿qué opinarían de la idea de “acontecimiento nacional” que hoy manejamos, y que ha llevado a la poeta galesa a escribir por encargo una composición sobre el calentamiento global y el crudo invierno que le espera al mundo? “For when the heaters shiver alive and that sallow / golden amber dilates pupils swollen with / signs, / this tired world fevers watching its people freeze” (“Cuando las estufas cobren vida en su temblor y ese ámbar dorado y cetrino / dilate las pupilas hinchadas con el signo de la libra esterlina, / a este mundo cansado le subirá la fiebre al ver a sus gentes congeladas de frío”): algo así dice una de sus estrofas, en las que solo hace falta cambiar las libras por euros para tener un poema de lo más oportuno para este invierno también en los países del sur del continente. ~