Raúl Cisneros Ramos tiene 91 años y hace siete que sufre alzhéimer, padecimiento que sobrevino poco después de la muerte de su esposa, María Francisca, con quien estuvo casado cincuenta años. Esta enfermedad lo ha vuelto dependiente, necesita cuidado las veinticuatro horas y los siete días de la semana.
Su familia –seis hijos, un varón y cinco mujeres– decidió inscribirlo a una estancia geriátrica, cuyo costo mensual es de veinticinco mil pesos. Ahí lo atienden de lunes a viernes, de 8:00 a 13:00 horas, donde está a cargo del personal médico especializado, tiene actividades recreativas, le sirven los alimentos. Si por alguna razón ninguno de sus hijos puede recogerlo, hay un servicio de transporte para llevarlo a su domicilio, ubicado en San Pedro Garza García, Nuevo León.
Una vez ahí, una enfermera lo cuida de las cinco de la tarde a las siete de la mañana, y para el quehacer de la casa emplea a una trabajadora y un jardinero. Sus gastos mensuales ascienden a más de cincuenta mil pesos. La cifra –elevada para la mayoría de los hogares– da una idea del costo que implica atender a un adulto mayor en el mercado.
La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del segundo trimestre de 2017 muestra que el 80.8% de los adultos mayores no tiene pensión. De este total, el 49.5% son mujeres y el 31.2%, hombres. La diferencia se explica porque muchas se dedicaron de tiempo completo al cuidado de la casa y los hijos, mientras que los hombres obtuvieron, gracias al trabajo remunerado, seguridad social o una pensión para el retiro.
Graciela Maqueda es la mayor de tres hermanos; tenía diecisiete años cuando su mamá sufrió un accidente que la dejó hemipléjica; en ese momento abandonó la escuela para dedicarse al cuidado de toda la familia. Pasó cerca de cuarenta años cumpliendo esa labor. Desde que sus padres murieron, trabaja en una pequeña tienda, donde gana cincuenta pesos diarios.
Originaria de Almoloya, Hidalgo, Graciela tiene hoy setenta años y sus dos hermanos procuran “darle sus vueltas de vez en cuando”, pero no se responsabilizan de ella. Debido a que durante cuatro décadas no se integró al mercado de trabajo formal, no cuenta más que con el apoyo de algunos vecinos que le regalan ropa o comida y con el salario que obtiene en la tienda.
No se le puede ver como un caso aislado: de acuerdo con datos de la ENOE, el 72% de las mujeres mayores de sesenta años no tiene un empleo formal. Es frecuente que las cuidadoras no remuneradas se vean obligadas a disminuir el número de horas que pasan en un trabajo formal, a optar por otro más flexible y de menor ingreso en la informalidad o, en el peor de los casos, a abandonar el mercado de trabajo de forma definitiva. Una encuesta sobre el uso del tiempo realizada en Estados Unidos indica que cada hora adicional de trabajo no remunerado a la semana está relacionada con seis horas menos en el mercado formal; en Santiago de Chile, un estudio de cuidadores de salud en los hogares reveló que el 14% de las mujeres renunció a su empleo remunerado y el 18% vio disminuido su ingreso.
((Ximena Díaz, Amalia Mauro y Julia Medel, Cuidadoras de la vida. Visibilización de los costos de la producción de salud en el hogar. Impacto sobre el trabajo total de las mujeres, Santiago de Chile, Centro de Estudios de la Mujer, 2006.
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Antes el trabajo de cuidado no había cobrado relevancia porque históricamente ha sido cubierto por las familias en ámbitos privados, esto es, porque las mujeres, en su mayoría, se han encargado de hacerlo. Sin embargo, la creciente incorporación de las mujeres a los oficios y las profesiones ha propiciado el surgimiento de una demanda de cuidado no satisfecha. A esto se suma que las mujeres viven más que los hombres y, por tanto, necesitan que alguien se ocupe de ellas: su esperanza de vida en 2018 es de 78 años, en contraste con la de los hombres, que es de 73.
Las familias han cambiado y eso ha provocado un debilitamiento en las redes de apoyo: en los hogares donde viven familias de distintas generaciones (intergeneracionales) es más fácil hacer alianzas con otras mujeres (hermanas, abuelas, cuñadas, tías) para cuidar a quienes lo necesitan, pero no es así en el caso de las familias unipersonales o con menos de tres integrantes.
Los hogares unipersonales, es decir, aquellos integrados por una sola persona, en 1990 constituían el 4.9% del total, en 2010 aumentaron al 8.9% y se estima que en 2030 alcancen el 12.2%. Se ha reducido, además, el tamaño promedio de los hogares: en 1990 una familia tenía cinco miembros pero se espera que en el 2030 cada una esté compuesta por tres personas en promedio.
El caso de las abuelas es significativo: según el Instituto Nacional de las Mujeres, en nuestro país hay 3.7 millones de niños y niñas cuyas madres trabajan y que, por lo tanto, son cuidados por distintas personas e instituciones; sin embargo, son las abuelas quienes en mayor medida los atienden (el 51% de los casos) y más del 91% se dedican a hacerlo en jornadas que superan las ocho horas diarias, sin pago.
((Inegi, Encuesta nacional de empleo y seguridad social 2013 (ENESS).
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Situación en México
Proyecciones del Consejo Nacional de Población estiman que en 2018 habrá 9.1 millones de personas de 65 años y más, 4.9 millones de mujeres y 4.1 millones de hombres; para el 2028 se prevé un aumento del 40% y, de continuar esta tendencia, en 2050 la proporción será de 79 adultos mayores por cada cien personas menores de quince años.
((Conapo, Reglas de operación del Programa Pensión para Adultos Mayores para el ejercicio fiscal 2018; Instituto Nacional de las Mujeres del Distrito Federal e Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, Hacia un modelo integral de políticas de cuidado en el Distrito Federal. Hoja de ruta, México, D.F., diciembre de 2014, p. 42.
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¿México está preparado para enfrentar ese incremento?
Uno de los problemas es que las políticas públicas del cuidado en nuestro país carecen de perspectiva de género: son ellas quienes se encargan principalmente de esta labor, lo que les trae desventajas durante la vejez.
La función de cuidadoras que se asigna a las niñas y las mujeres afecta sus derechos y limita sus oportunidades, capacidades y elecciones, además de ser un obstáculo para alcanzar la igualdad de género porque no reciben remuneración por desempeñarla –se estima que el trabajo no remunerado en los hogares representa alrededor del 21.6% del PIB.
((Programa Nacional para la Igualdad de Oportunidades y no Discriminación contra las Mujeres 2013-2018.
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El Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir llevó a cabo un análisis de los programas de la Ciudad de México enfocados en los grupos de la población que requieren el cuidado de alguien más (personas con discapacidad, adultos mayores, niños y niñas y madres solteras que reciben apoyo para la alimentación), ya que una de las grandes fallas, a nivel federal y local, es la desarticulación entre diferentes programas, los cuales deberían incorporarse en un sistema integral de cuidados para responder a las necesidades de las personas en todo su ciclo de vida, y no solo en una etapa. De acuerdo con el estudio, los beneficiarios consideran que el apoyo recibido es insuficiente para cubrir sus necesidades básicas. “En todos los casos”, continúa la investigación, “la permanencia del beneficiario en cada programa es vital para que sus hogares subsistan con un mínimo de calidad de vida”. Además, requieren la aportación, mayor, de los integrantes de su familia.
((Hacia un modelo integral de políticas de cuidado en el Distrito Federal, ibid.
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La investigación también concluye que estos programas refuerzan los estereotipos de género, pues los beneficios económicos que otorgan no bastan para cubrir los requerimientos de los beneficiarios, quienes deben recurrir, por ello, al trabajo no remunerado de las mujeres de su familia.
¿Qué hacemos?
Frente a la creciente demanda de cuidados y al inexorable incremento de adultos mayores en México, es urgente que las instituciones diseñen e implementen políticas públicas y mecanismos de prevención de enfermedades, además de modelos de atención que no recaigan de manera exclusiva en niñas y mujeres, de lo contrario seguirán siendo coartadas sus posibilidades de desarrollo.
Los cambios demográficos y de salud muestran líneas concretas de transformación tanto para las familias como para los sistemas de salud, en especial porque una mayor esperanza de vida incrementa las enfermedades crónico-degenerativas que inciden en la dependencia y la necesidad de cuidado.
En el marco del tercer compromiso para el Gobierno Abierto, en materia de igualdad de género, México se comprometió a crear, a partir de 2018, un Sistema Nacional de Cuidados en colaboración permanente con la ciudadanía para impulsar la corresponsabilidad social en estas labores (que involucran no solo a la familia, sino a la comunidad, al mercado y al Estado) a través de la articulación de políticas, infraestructura y servicios. Seguimos a la espera de esos avances.
En el caso de la Ciudad de México, el ex jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera envió en febrero de este año una iniciativa de ley a la Asamblea Legislativa para la creación del sistema de cuidados local, pero se quedó en el tintero; será el Primer Congreso Local el que decida incorporarla, o no, a su agenda.
Y a todo esto, ¿tú qué vas a hacer cuando seas grande? ~
es comunicóloga y tiene una maestría en periodismo por el CIDE. Ha colaborado en Newsweek México y Animal Político.