Un patio muy particular

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Moyshe Kulbak

Los Zelmenianos

Zaragoza, Xordica, 2016, 400 pp.

 

Las reseñas literarias no suelen prestar demasiada atención a la edición del texto al que se refieren, cuando el libro no deja de ser un producto que contiene elementos paratextuales y una labor editorial por medio. En el caso de Los Zelmenianos, la cuidada edición salta a la vista ya desde de la ilustración de cubierta, cuya expresividad al presentarnos el aspecto físico y carácter de las diversas generaciones de descendientes de reb Zélmele recoge con acierto el espíritu del texto. También es destacable la comodidad del interlineado y del tamaño de letra, que evita esfuerzos a los lectores de cualquier edad, pero lo verdaderamente indispensable son tanto el prólogo como las notas al pie y el glosario final de términos relacionados con las tradiciones judías, todo ello a cargo de los traductores, Rhoda Henelde y Jacob Abecasís. Este material nos proporciona un contexto desde el cual percibir los matices de esta tragicomedia doméstica centrada en cuatro generaciones de una familia judía residente en Minsk (hoy Bielorrusia) a finales de los años veinte y principios de los treinta, en un momento de intensos cambios sociales y tecnológicos debidos principalmente a la Revolución bolchevique.

El hecho de que tanto este libro, aparentemente inofensivo, como otros textos de Moyshe Kulbak fueran considerados peligrosos por el régimen estalinista llevó a la detención y posterior ejecución de su autor en 1937 por su condición de escritor “incómodo” para el discurso dominante. Los Zelmenianos ha sido, pues, literalmente resucitada para los lectores en español desde el original en yiddish, publicado inicialmente por entregas en la revista Shtern y, poco más tarde, como libro en dos volúmenes.

La novela narra la cotidianidad de los descendientes de reb Zélmele –hijos, nietos, nueras, yernos y demás parientes–, que conviven en torno al mismo patio. La familia es descrita en todo momento como si se tratase de una especie única, con sus rasgos y hasta su propio olor característico (“una especie de suave aroma a heno almacenado mucho tiempo, mezclado con algo más”) que la convierte en inimitable. Desde las primeras páginas, el lector se percata de que el humor negro no va a faltar a lo largo de la historia, pues ya en la descripción del carácter del joven Tsalke, hijo del tío Yuda, se menciona casi de pasada que “tenía una peculiaridad más: de vez en cuando intentaba suicidarse, pero de eso no nos ocupamos ahora”. Dentro de este tono humorístico que funciona en ocasiones como mecanismo para lidiar con la dureza de una vida donde dos sistemas –las tradiciones de los ancianos judíos y las ideas de la revolución bolchevique que adoptan los jóvenes “bribones”– parecen irreconciliables, en ocasiones asistimos a una brutalidad de tono quijotesco entre padres e hijos, por ejemplo en la historia de infancia del tío Foile, flagelado por su padre tras haber traído carroña de caballo a casa.

Para ilustrar la tensión entre las distintas generaciones y la resistencia al abandono de un estilo de vida que pudiera parecer caduco frente a la fascinación que ejerce el Nuevo Orden –un tema bastante presente en la literatura en yiddish, y también en la de autores judíos estadounidenses como Cynthia Ozick– Kulbak elige con acierto emplear como metáfora la llegada de la tecnología a las vidas de los zelmenianos. Algunas de estas novedades sirven como desencadenantes de conflictos: la instalación de electricidad en el patio mostrará a los más ancianos reticentes ante el invento y a los jóvenes fascinados hacia él, y la proyección de una película, todo un evento simbólico al que acuden los habitantes del patio, generará también disputas entre ellos.

En ciertas ocasiones nos parece asistir a una zarzuela de tradición askenazí: el escenario es casi siempre el mismo –el consabido patio de reb Zélmele–, y los personajes y situaciones destilan costumbrismo. Justamente en esos momentos en los que la novela podría estancarse es cuando la voz narrativa omnisciente, que ha venido guiando al lector moviéndose de aquí para allá en busca de escenas y tipos humanos en los que centrar su atención, considera que ha llegado el momento de tornarse mas experimental, y lo hace acudiendo a recursos inesperados como guiños con lo metaliterario, que incluyen la lectura de unos versos de “un poeta zelmeniano de nombre Kulbak”, o despersonalizando las voces que se escuchan en el patio y limitandose a transcribir el contenido de lo que dicen refiriéndose a ellas como “Voz n.º 1” o “Voz n.º 4”. Pero el epítome de este deseo de Kulbak de evitar un enfoque realista lo encontramos en el capítulo 12 de la segunda parte, titulado “Zelmeniada”, que funciona como parodia de una investigación científica acerca de la familia. En él se desarrolla la geografía zelmeniana, que enumera los lugares donde viven o han vivido los descendientes de reb Zélmele (“El tío Folie fue hecho prisionero en Austria: está poblada por una especie de alemanes”), así como la zoología, botánica y filología zelmenianas (“Resulta ilustrativo, en especial, el hecho de que los zelmenianos crean sus propias palabras, como por ejemplo: shiliúes (bribones)…”). Además de este esfuerzo por dislocar la narración, el buen oído de Kulbak contribuye a recoger la diversidad lingüística de la Bielorrusia soviética dentro del microcosmos del patio zelmeniano gracias a personajes como Pável, el novio gentil de Sonie (que, al no ser judío, tiene como lengua materna el bielorruso), a las excursiones de los habitantes del patio a la realidad soviética que transcurría en ruso, al renacer del hebreo como lengua de uso cotidiano, y al yiddish que hablan los habitantes del patio y que se manifiesta con toda su vitalidad en esta novela pues, como dice uno de sus proverbios, Far yugnt lebt men nisht; far elter shtarbt men nisht; “uno no está más vivo por ser joven, pero tampoco ha de morirse por ser viejo”.~

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