Valeria Luiselli
Los niños perdidos (un ensayo en cuarenta preguntas)
Ciudad de México/Madrid, Sexto Piso, 2016, 106 pp.
Una noche, los hermanos Darling dejan a su padre, madre y nana perruna para volar junto a Peter Pan hacia Nunca Jamás, esa tierra de ensueño donde los niños no crecen. La comunicación de los aventureros está minada de juegos. El favorito es imaginar, hacer-como-que. Construir mediante palabras y gestos un mundo de mentiritas que reemplace su propio pasado olvidado.
“¿Y cómo termina la historia de esos niños perdidos?”, pregunta la hija de Valeria Luiselli, refiriéndose a otro relato, el de los cientos de miles de menores mexicanos y centroamericanos que han cruzado solos hacia territorio estadounidense, esos que su madre entrevista como parte de su labor de intérprete en la Corte Federal de Inmigración, en Nueva York. Los ficticios crecen. Casi todos se convierten en oficinistas. Los reales… la respuesta es incierta. La escritora reconstruye lo que puede de sus vidas en Los niños perdidos (un ensayo en cuarenta preguntas) sirviéndose del aparato del hacer-como-que adulto: la burocracia.
“¿Por qué viniste a los Estados Unidos?”, comienza su texto y el cuestionario migratorio que le hace en español a los niños indocumentados. Si en libros anteriores la literatura ha sido el foco principal, ya sea explorando las dinámicas de relación entre ella, sus actores y los territorios más o menos reales por los que se desplazan (Papeles falsos, Los ingrávidos), o bien, la capacidad del lenguaje y de la sacra evolución literaria para multiplicarse hasta la traición (La historia de mis dientes), aquí ocupa otro papel. Ahora la literatura en tanto metodología le insufla vida al documento gubernamental “frío y pragmático” que guía la narración. La escritura se enreda en los soportes rígidos de la letra legal para hacer florecer nuevos significados.
“¿Por qué viniste a los Estados Unidos?” La repetición apuntala el sentido del ensayo en la vieja acepción de intentar antes que de persuadir. La segunda sucede tras bambalinas, en el trabajo narrativo que percibimos por el rabillo del ojo. La traducción al inglés de esas cuarenta respuestas, saber interpretarlas, puede significar la defensa ante la deportación; la palabra mágica abre el cerrojo. El ensayo que leemos, sin embargo, hace hincapié en el colectivo de esfuerzos a veces fallidos de rescatar desde el proceso burocrático algún sentido de la gran crisis de refugiados americanos.
Persuadir importa poco. El lector ideal de este texto es el liberal que sabiendo o no de las particularidades del sistema comulga con la idea básica de que ningún ser humano es ilegal. Los opositores a este principio son rápidamente ridiculizados. Un par de veces, Luiselli se prueba los zapatos ajenos desde el absurdo: “Caerán del cielo, sobre nuestros coches, sobre nuestros techos, en nuestros jardines recién podados […] Y, si dejamos que se queden aquí, a la larga, se reproducirán.” Si hubiera que señalar al Otro en este texto, la dudosa distinción caería sobre los estadounidenses blancos de derecha, orgullosos patrocinadores del presidente actual. Al liberal le conforta oponerse a ellos. Asume esa “combinación de rabia y claridad” de donde, según Luiselli, viene la necesidad de contar una historia. Aunque tampoco es inocente. Ella le recuerda al mexicano, ya desde entonces escandalizado con el muro de Trump, su parte institucional en la violencia contra los migrantes centroamericanos, y al estadounidense que la máquina de deportación, hoy a la disposición de un fascismo naciente, la perfeccionó el carismático Obama. O transcribe la declaración de un adolescente hondureño desengañado del sueño que le prometieron: “Hempstead es un hoyo de mierda lleno de pandilleros, igual que Tegucigalpa.” Igual que su tema, los lectores están de los cuatro lados de la frontera. De ahí que este libro –mucho más que los anteriores– libere a su autora de la obligación rancia de insertarse en una literatura nacional. La falta de centro gravitacional o, si se quiere, el falso centro de la frontera, le permite explorar una pluralidad de experiencias cuyo asidero artificial es el cuestionario migratorio.
Quizá el mayor acierto de la escritura de Luiselli sea la capacidad para confundir el brochazo general con el específico, o mejor, esconder uno en el otro. “Si alguien dibujara un mapa del hemisferio y trazara la historia de un niño y su ruta migratoria individual, y luego la de otro […] y después la de los cientos y miles que los preceden y vendrán después, el mapa se colapsaría en una sola línea –una grieta, una fisura, la larga cicatriz continental.” Si uno la mira de cerca, en el dibujo de esa larga cicatriz se esconde el mejor ejemplo de una sentencia anterior: “no una [escritura] fragmentaria. Una [escritura] horizontal, contada verticalmente”. Ya desde su relato original, aquella oración resume la convivencia de los fantasmas del presente y del pasado. El eco de cuerpos que se hicieron compañía sin saberlo. ~
(Monterrey, 1988) es escritora y académica. Estudia el doctorado en literatura hispana en la Universidad de Pensilvania