Coral Bracho
Poesía reunida (1977-2018)
Ciudad de México, Ediciones Era, 2019, 536 pp.
Fui contemporánea de Peces de piel fugaz (1977) y de El ser que va a morir (1981). La influencia de esos dos libros me sucedió de manera directa, acuciante, no retrospectiva. Suavidad sedosa, arenas vítreas, templos, jardines quietos, noches densas, vastas, acanto, cauces, aludes: palabras, historias contenidas por palabras. La puntuación peculiar, la estrofa en riesgo “con un esguince de fauno”, se leían como un reportaje en vivo de la textura, de la humedad, de las raíces, del sedimento, de la sal, del agua, de la luz, del cuerpo fragmentado y sin desenlaces; o como una religión en la que las repentinas precisiones (“una mosca camina en las paredes”, “la mezquita se extiende entre el desierto y el mar”) se convertían en milagros, encarnaciones fundamentales para rescatar el sentido de un lugar. No era un lenguaje, sino la creación de un idioma; inevitable entonces que la autora lo siguiera usando en poemas sucesivos; inevitable también que el idioma, recién estrenado, cubriera como una capa la poesía mexicana de esa época. Yo, al menos, empecé a escribir en Bracho: abismos, muslos, abisales, médanos, umbral, zumo, caudal, fugas, lindes, ecos, selva, grutas, estanques, ceibas. Incluso lo hago ahora en este texto, en este nuevo contagio por relectura. La complejidad enumerativa, la impersonalidad inductiva, sensual, sensorial, merecerían un diccionario que glosara sus términos, como lo hace la propia Bracho en “Percepción temporal”, cuando define las cuatro áreas de una esfera: núcleo (“cavidad imantada que transforma y devora los compuestos”); humus (“área que soporta existencias que crecen del contacto”); borde (“perfil externo de la esfera”), y halo (“superficie blanda, compacta, que gira en torno al borde”). Cualquier paráfrasis sería un reflejo tosco de algo que quizá ni siquiera está sucediendo más allá de la enunciación. Las definiciones remiten a un vocabulario sin aclararlo: lo desenvuelven, lo alargan, lo rodean, le dan continuidad como si fuera una saga. No suscitan enigmas, pero sí la tentación o la necesidad de introducir una teoría. Y Bracho cede. El extraordinario poema “Sobre las mesas: el destello” abre con un epígrafe de Rizoma de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Bracho descoloca la cita con una nota a pie de página: “Esto es un corte de rizoma visto al microscopio; la perdiz es una célula de papa. Lo demás aparece o forma parte del paisaje: búsquese en él lo alusivo a la libido de los caballos.”
¿Qué es lo demás? Los otros libros que ahora podemos leer, junto con los dos primeros que ya mencioné, en el tomo Poesía reunida (1977-2018): Tierra de entraña ardiente, La voluntad del ámbar, Ese espacio, ese jardín, Cuarto de hotel, Si ríe el emperador, Marfa, Texas, Zarpa el circo, Debe ser un malentendido. Mi respuesta es práctica y conveniente; sin embargo, no sucede así con la lectura del tomo. El recuerdo del recuerdo de un idioma memorizado resulta desconcertante. No es acumulativo o monótono el efecto; en cada poema el microscopio cambia levemente la intensidad de la perspectiva, de las alusiones; si bien el paisaje que despliega Bracho desde el inicio está en su sitio, las piezas del idioma se han recorrido. Lo que uno recuerda ya no equivale a lo que uno lee. El mundo se aleja y se acerca, siempre discreto. En este régimen de equilibrios, las intervenciones políticas (sobre todo en Si ríe el emperador, de 2010) se registran como imágenes sin trama externa, sin juicios, sin muletillas sentimentales. El rizoma no es un mero adorno, sino un procedimiento: “está relacionado con un mapa que debe ser producido, construido, siempre desmontable, conectable, alterable, modificable, con múltiples entradas y salidas, con sus líneas de fuga”. Deleuze y Guattari no admiten las casualidades. Lo que está en un libro es lo que funciona, lo que converge. “Escribir no tiene nada que ver con significar, sino con deslindar, cartografiar, incluso futuros parajes.” Pero eso no descarta las consecuencias ni anula las sensaciones. El significado, en el caso de Bracho, no es un problema. “Vimos su sombra descorrerse en la estancia como en el filo de un domingo.” El objetivo es subjetivo: capturar la figura de la belleza, el acontecimiento que va modificando las partes de un escenario para que ingresen los personajes de un teatro que se desenvuelve sin que se abra la cortina. Se atisban las siluetas, se insinúa el movimiento. El lector es un espectador que no se distrae. “Entra el lenguaje…” El pino, el pájaro, el fantasma, el bufón. Y uno se queda hasta que termine “esa oscura transparencia fluctuante”.
En 1980, en un “Inventario” sobre Carlos Pellicer, José Emilio Pacheco escribió: “la suya es una obra, no una sucesión de volúmenes que solo la firma tienen en común […] hay por supuesto cambios, ahondamientos, ampliaciones; pero todo ocurre dentro de una rara continuidad”. Lo mismo podría decirse de Coral Bracho, salvo porque el último libro, Debe ser un malentendido (2018), marca una ruptura. Alguien –la madre de la autora– pierde los asideros de su lenguaje a causa del Alzheimer. “No sé, no sé qué son. / No sé qué les está sucediendo a ustedes, / le dice. /¿Estará mejorando? Hay algo / que cambiaron, pero nadie sabe, / nunca se sabe.” De un modo perturbador, el idioma hermoso de esta poesía que ocupa un nicho excepcional en la literatura mexicana, se quiebra; el punto de vista ya no es sí mismo: la fidelidad a una vocación ininterrumpida. Alguien comienza a ser nadie en estos poemas: de modo discursivo, entrecortado, lúcido. El malentendido se expresa con preguntas, titubeos, juegos y, a fin de cuentas, se entiende. No es una opción el silencio. No es una idea el dolor. La desmemoria produce visiones agitadas; se busca en los retazos. Deja de ser un resguardo el idioma de la poesía. El lirismo inexorable se desvía hacia el ruido, hacia el desorden, hacia el desconsuelo. “¿Pero quién puede / pedir que lo quieran?” La belleza se escabulle, pero deja la horma de su espacio: oír es un acto de amor. “Otro no sé.”
Cada libro de Poesía reunida señala un derrotero, pero nunca un final. La obra de Coral Bracho es insoslayable. No hay forma fácil de explicarla o resumirla. Elude retóricas. Habría que recomenzar recitando: “Desde la aparición de estos peces de mármol.” Conjugar la pila enorme de hallazgos. Y leer de nuevo. ~
(ciudad de México, 1959) es poeta y ensayista. Por su libro 'Muerte en la rúa Augusta' (Almadía, 2009) ganó en 2010 el Premio Xavier Villaurrutia.