A inicios de 2014 cundía un sentimiento de desilusión entre la amplia franja de votantes demócratas en Estados Unidos. La falta de avances en la reforma migratoria, el obstruccionismo republicano y lo que se percibía como cierta indolencia del presidente Obama redujeron las expectativas de liberales e izquierdistas para los últimos dos años de la gestión del primer mandatario afroamericano de la historia. El resultado en las elecciones intermedias de ese año fue desastroso, los republicanos afianzaron su control de la Cámara de Representantes, ganaron la mayoría en el Senado y arrasaron con gubernaturas y congresos estatales.
Por ese entonces, en las grandes ciudades progresistas del país empezaron a aparecer calcomanías en las defensas de los automóviles que proclamaban “Ready for Hillary” (Listos para Hillary), como una forma de darle la vuelta a la página de la presidencia de Obama y poner la mira en el futuro. Hillary Clinton parecía predestinada no solo a la candidatura demócrata, sino a la presidencia, navegando en las aguas tranquilas de una economía con años de recuperación ininterrumpida.
Cuando Bernie Sanders lanzó su candidatura presidencial en mayo de 2015, con un modesto acto en Burlington, nadie pensó que su campaña rebasaría el ámbito de una gira testimonial, un gesto simbólico de un político septuagenario, senador por el estado ultraliberal y 95% blanco de Vermont e indiferente al hecho de que su autodefinición como socialista ya representaba la mitad de cualquier campaña negativa que se le puede realizar a un oponente en Estados Unidos. Y con todo ello, en los primeros meses de 2016, Hillary Clinton luchaba por su vida y la ola sanderista recorría el país de costa a costa.
Mucho se escribió sobre el fenómeno de Bernie Sanders, en gran medida bajo la influencia de ese afán de la prensa estadounidense de presentar todo de manera artificialmente simétrica. Sanders, se dijo, habría sido la versión izquierdista del mismo impulso antiestablishment virulento que encumbró a Trump, aunque ambos personajes se hallen en las antípodas de la ética y el apego a los ideales.
En realidad, sabemos ahora, el electorado de Estados Unidos en su conjunto es mucho más abierto a la agenda mínima socialdemócrata que siempre ha animado al senador. Bernie Sanders es, ante todo, un claro representante de la vieja tradición judía y socialista neoyorquina que desde principios del siglo XX fundó varios sindicatos de la industria textil y la alimentación, estableció uniones obreras de crédito y otras sociedades mutualistas, construyó una enorme ciudad cooperativa en el Bronx y envió a sus hijos a trabajar en granjas colectivas.
Esta visión socialdemócrata, que parecía enterrada bajo el individualista y suburbano American Way of Life de la posguerra, resurgió con fuerza frente a la creciente desigualdad socioeconómica, la captura del Estado por parte del poder empresarial, nunca más evidente que durante la presidencia de George W. Bush, y la virtual desintegración de varias comunidades blancas de clase trabajadora entre las ruinas de la desindustrialización.
Si en estos tres años en que Donald Trump ha dominado la pantalla en Estados Unidos queda claro que el racismo, la xenofobia y los peores instintos de la sociedad estadounidense siguen siendo moneda común, también está claro que la agenda socialdemócrata no solo anima a la resistencia contra Trump, sino que goza de amplio apoyo entre millones de votantes potenciales.
Estudios recientes publicados en el Washington Post (17 de abril de 2018), New York Magazine (2 de agosto de 2018) y otros medios muestran que amplias mayorías en Estados Unidos apoyan la cobertura médica universal, la gratuidad de la educación superior y la extensión de la negociación colectiva. El triunfo electoral y protagonismo público de candidatas jóvenes identificadas con esa agenda, como Alexandria Ocasio-Cortez, así como el deslizamiento hacia la izquierda de la plataforma general del Partido Demócrata parecerían apuntar al menos a un triunfo cultural del sanderismo.
Irónicamente, la pregunta más relevante que deben estarse haciendo los partidarios de la agenda progresista de Bernie Sanders es si él es el candidato idóneo para llevarla hasta la presidencia de Estados Unidos. No es una pregunta ingrata ni ociosa. De la mano del senador por Vermont, Estados Unidos parece ir perdiendo su miedo atávico a las soluciones colectivas para los problemas generales. Eso en sí mismo es la mayor justificación para la decisión del neoyorquino de buscar por segunda vez la nominación presidencial demócrata. Pero todo político honesto debe plantearse en un momento dado si su permanencia al frente de la causa facilita su triunfo o lo obstaculiza.
Bernie Sanders ha llegado a ese momento. Por un lado, en estos últimos años ha habido una gran irrupción de talento joven y diversidad en las filas progresistas estadounidenses, que la figura del candidato no representa. Hasta hace poco parecía probable un relevo en términos de género, aunque no generacional, en la senadora Elizabeth Warren. Por otro lado, suele suceder en Estados Unidos que la gente puede abrazar el contenido, pero no el término. El calificativo “socialista” volverá a ser usado como arma arrojadiza ahora que las imágenes de la catástrofe venezolana se transmiten noche y día en Estados Unidos y se recuerda que Bernie Sanders no dejó de expresar sus simpatías por Hugo Chávez, aunque tampoco ha escatimado críticas hacia Maduro.
Quizá más relevante aún es el hecho de que Bernie Sanders, con todo y su carisma personal, es un impulsor de movimientos, no un líder en la tradición personalista de la izquierda latinoamericana. No sería difícil imaginar que el senador vuelva a la carga impulsando su agenda socialdemócrata de toda la vida, solo para dejarla ir de la mano de alguien más, que represente la vitalidad de los nuevos dirigentes progresistas, como la californiana Kamala Harris, y la capacidad de acercarse a las resentidas y castigadas comunidades pobres del sur y el medio oeste, como el senador por Ohio Sherrod Brown, de larga trayectoria, o el propio Beto O’Rourke, un político relativamente joven que inspiró una gran movili- zación electoral en Texas.
Bernie Sanders es un hombre de ideas, no de ambiciones, y sus ideas están cerca de ganar una batalla definitiva aunque no sea él quien las lleve a la ofensiva final. ~
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.