En su Sexto Informe de Gobierno, el pasado 1 de septiembre, el presidente López Obrador, para justificar la propuesta de la elección popular de jueces (núcleo de la reforma judicial a punto de aprobarse, que en los hechos significará la supresión de la división de poderes y el inicio de un nuevo autoritarismo), remitió a La democracia en América de Alexis de Tocqueville. Corrimos a la biblioteca y esto fue lo que encontramos:
“Nada hay tan irresistible como un poder tiránico que manda en nombre del pueblo, pues, al estar revestido del poder moral que pertenece a las voluntades de la mayoría, actúa al mismo tiempo con la decisión, la prontitud y la tenacidad que tendría un único hombre” (I, II, V).
“Hay personas que no han temido decir que un pueblo, en los asuntos que solo le interesaban a sí mismo, no podría salir por completo de los límites de la justicia y de la razón y que, por tanto, no se debía temer dar todo el poder a la mayoría que lo representa. Pere este es un lenguaje de esclavo” (I, II, VI).
“¿Qué es una mayoría tomada colectivamente, sino un individuo que tiene opiniones y las más de las veces intereses contrarios a los de otro individuo que se llama minoría? Ahora bien, si se admite que un hombre revestido de la omnipotencia puede abusar de ella contra sus adversarios, ¿por qué no se admite lo mismo para una mayoría? Los hombres, al reunirse, ¿han cambiado de carácter?, ¿se han hecho más pacientes ante los obstáculos al hacerse más fuertes? Por lo que a mí respecta, me cuesta creerlo; y el poder de hacer todo lo que rechazaría a uno solo de mis semejantes, jamás se lo concedería a varios” (I, II, VI).
“No hay sobre la tierra autoridad tan respetable de por sí o revestida de un derecho tan sagrado a la que quisiera dejar actuar sin control y dominar sin obstáculos. Cuando, por consiguiente, veo conceder el derecho y la facultad de hacerlo todo a un poder cualquiera, sea pueblo o rey, democracia o aristocracia, ejérzase en una monarquía o en una república, afirmo: ‘ahí está el germen de la tiranía, y procuro ir a vivir bajo otras leyes’ ” (I, II, VI).
“Cuando un hombre o un partido sufren una injusticia en los Estados Unidos, ¿a quién queréis que se dirija?, ¿a la opinión pública? Ella es quien forma la mayoría. ¿Al cuerpo legislativo? Representa la mayoría y la obedece ciegamente. ¿Al poder ejecutivo? Es nombrado por la mayoría y le sirve de instrumento pasivo. ¿A la fuerza pública? La fuerza pública no es otra cosa que la mayoría en armas. ¿Al jurado? El jurado es la mayoría revestida del derecho a pronunciar sentencias; los propios jueces son elegidos por la mayoría en ciertos estados. Por inicua o irrazonable que sea la medida que os afecte, tendréis que someteros a ella” (I, II, VI).
“Los hombres que han hecho un estudio general de las leyes han adquirido en dicho trabajo unos hábitos de orden, un cierto gusto por las formas, una suerte de amor instintivo por el encadenamiento regular de las ideas que les hacen por naturaleza muy opuestos al espíritu revolucionario y a las pasiones irreflexivas de la democracia” (I, II, VII).
“No ignoro que en los Estados Unidos existe una tendencia secreta que conduce al pueblo a reducir el poder judicial. En la mayor parte de las constituciones particulares de los estados, el gobierno, a iniciativa de ambas cámaras, puede retirar de su asiento a los jueces. Ciertas constituciones hacen elegir a los miembros de los tribunales y los someten a frecuentes reelecciones. Me atrevo a predecir que tarde o temprano estas innovaciones tendrán resultados funestos y un día se percibirá que, al disminuir de esta manera la independencia de los magistrados, no solo se ha atacado al poder judicial, sino a la propia república democrática” (I, II, VII). ~
(Xalapa, 1976) es crítico literario.