Teresa Wilms Montt No apta para señoritas

Es posible resumir los intensísimos veintiocho años de vida de Teresa Wilms Montt en menos de diez líneas. Niña de alcurnia, nace en Viña del Mar a fines del siglo XIX. Lectora prematura, trilingüe, se casa a los diecisiete años sin consentimiento de sus padres, simpatiza con el anarquismo, es acusada de adulterio por su marido e internada en un convento y alejada de sus hijas. Huye a Buenos Aires con el poeta Vicente Huidobro, publica cinco libros –cuatro de prosa poética y uno de cuentos–, recibe aplausos de los círculos intelectuales, coquetea con la vanguardia europea, es adicta a los somníferos y al opio, busca la muerte y la encuentra al tercer intento, en un frasquito de Veronal, en París. Menos de diez líneas de existencia y un correlato preciso en las páginas que dejó escritas. No solo en los libros publicados, sino también en sus diarios, donde fue registrando sus experiencias vitales y los primeros balbuceos en la poesía. Aunque la producción literaria de Wilms Montt no pueda ser leída al pie de la letra como el depósito de un sino trágico, su escritura confesional da cuenta de una visión del mundo muy propia, muy consciente de las adversidades, y entrega claves que permiten dibujar un mapa del tiempo y de la escritora inserta con dificultad en aquellas coordenadas. Ahí podemos ver a una mujer insumisa, desfasada de su época, bicho raro, incomprendida por el medio, que enfrenta a una sociedad en extremo conservadora. A la prisionera de un sistema sexista, que la castiga una y otra vez. A una muchacha de alcurnia, que parte rebelándose precozmente contra su clase y su familia. Y no es cualquier familia, la suya. El matrimonio Wilms Montt, que echa raíces en una mansión de Viña del Mar, está integrado por Federico Guillermo Wilms Brieba, descendiente de la realeza prusiana, y Luz Victoria Montt Montt, emparentada con cuatro presidentes de la República. Siete hijas, además de una tropa de institutrices, cocineros, matronas y choferes, llenan la casa. Y aunque cada parto desaira los ánimos del patriarca Wilms, que espera al retoño continuador del apellido, el hombre termina por traspasar sus aspiraciones a María Teresa de las Mercedes, la segunda del tropel, nacida el 8 de septiembre de 1893. Y la llama, a falta de herederos varones, mi Tereso. Mientras sus hermanas, auténticas criaturas de salón, juegan a las muñecas o se alisan el pelo con brillantina, Teresa pasa horas leyendo a Flaubert, Baudelaire o Verlaine y sueña con ser Floria Tosca, Madama Butterfly o cualquier otra heroína de Puccini. Especialmente desabrida es la relación con su hermana Luz, la primogénita, con quien comparte institutrices. La dinámica es siempre igual: aplausos para Luz, reproches para Teresa. Una de estas tutoras le hace escribir cien veces el verbo obedecer. “Se pasa la vida copiando el verbo obedecer y se lo sabe de sobra gramaticalmente sin haber pensado nunca en practicarlo”, escribirá en sus primeros diarios, sin fechar, hablando de sí misma en tercera persona. … Sigue leyendo Teresa Wilms Montt No apta para señoritas