Retrato: Jonathan LĆ³pez

Teresa Wilms Montt No apta para seƱoritas

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Es posible resumir los intensĆ­simos veintiocho aƱos de vida de Teresa Wilms Montt en menos de diez lĆ­neas. NiƱa de alcurnia, nace en ViƱa del Mar a fines del siglo XIX. Lectora prematura, trilingĆ¼e, se casa a los diecisiete aƱos sin consentimiento de sus padres, simpatiza con el anarquismo, es acusada de adulterio por su marido e internada en un convento y alejada de sus hijas. Huye a Buenos Aires con el poeta Vicente Huidobro, publica cinco libros ā€“cuatro de prosa poĆ©tica y uno de cuentosā€“, recibe aplausos de los cĆ­rculos intelectuales, coquetea con la vanguardia europea, es adicta a los somnĆ­feros y al opio, busca la muerte y la encuentra al tercer intento, en un frasquito de Veronal, en ParĆ­s.

Menos de diez lĆ­neas de existencia y un correlato preciso en las pĆ”ginas que dejĆ³ escritas. No solo en los libros publicados, sino tambiĆ©n en sus diarios, donde fue registrando sus experiencias vitales y los primeros balbuceos en la poesĆ­a. Aunque la producciĆ³n literaria de Wilms Montt no pueda ser leĆ­da al pie de la letra como el depĆ³sito de un sino trĆ”gico, su escritura confesional da cuenta de una visiĆ³n del mundo muy propia, muy consciente de las adversidades, y entrega claves que permiten dibujar un mapa del tiempo y de la escritora inserta con dificultad en aquellas coordenadas. AhĆ­ podemos ver a una mujer insumisa, desfasada de su Ć©poca, bicho raro, incomprendida por el medio, que enfrenta a una sociedad en extremo conservadora. A la prisionera de un sistema sexista, que la castiga una y otra vez. A una muchacha de alcurnia, que parte rebelĆ”ndose precozmente contra su clase y su familia.

Y no es cualquier familia, la suya. El matrimonio Wilms Montt, que echa raĆ­ces en una mansiĆ³n de ViƱa del Mar, estĆ” integrado por Federico Guillermo Wilms Brieba, descendiente de la realeza prusiana, y Luz Victoria Montt Montt, emparentada con cuatro presidentes de la RepĆŗblica. Siete hijas, ademĆ”s de una tropa de institutrices, cocineros, matronas y choferes, llenan la casa. Y aunque cada parto desaira los Ć”nimos del patriarca Wilms, que espera al retoƱo continuador del apellido, el hombre termina por traspasar sus aspiraciones a MarĆ­a Teresa de las Mercedes, la segunda del tropel, nacida el 8 de septiembre de 1893. Y la llama, a falta de herederos varones, mi Tereso.

Mientras sus hermanas, autĆ©nticas criaturas de salĆ³n, juegan a las muƱecas o se alisan el pelo con brillantina, Teresa pasa horas leyendo a Flaubert, Baudelaire o Verlaine y sueƱa con ser Floria Tosca, Madama Butterfly o cualquier otra heroĆ­na de Puccini. Especialmente desabrida es la relaciĆ³n con su hermana Luz, la primogĆ©nita, con quien comparte institutrices. La dinĆ”mica es siempre igual: aplausos para Luz, reproches para Teresa. Una de estas tutoras le hace escribir cien veces el verbo obedecer. ā€œSe pasa la vida copiando el verbo obedecer y se lo sabe de sobra gramaticalmente sin haber pensado nunca en practicarloā€, escribirĆ” en sus primeros diarios, sin fechar, hablando de sĆ­ misma en tercera persona. La seƱora Montt tambiĆ©n la castiga. AsĆ­ recrearĆ” Teresa una escena de su infancia: ā€œĀ”No quiero que leas!, le grita su madre cuando la sorprende en sus escondites, haciĆ©ndole daƱo con los brazos y pinchĆ”ndola para arrancarle el libro que hace pedazos.ā€

Excepto en los sueƱos, leyendo o sentada al piano, Teresa no la pasa bien en aquellos aƱos. Sus cercanos le parecen odiosos: ā€œEntiende que su madre no dice siempre la verdad, que su padre no tiene voluntad, que su abuela es maniĆ”tica y que los amigos que frecuentan su casa no son sincerosā€, apuntarĆ” en sus diarios. Y la conclusiĆ³n cabrĆ” en una lĆ­nea: ā€œTeresa no es feliz.ā€ Pero mĆ”s tarde, ya lejos del palacete de ViƱa, con veintidĆ³s aƱos, marido, dos hijas y la ilusiĆ³n de que su infancia es una historia cerrada, escribirĆ”: ā€œHay dos seres en mĆ­, eso solo yo lo sĆ©… Para vivir en este mundo conviene mostrar solo el que me conocen.ā€

Hay alguien, sin embargo, que se asomarĆ” a conocer a esos dos seres que la habitan: Gustavo Balmaceda ValdĆ©s, su marido. La historia de la escritora es tambiĆ©n, necesariamente, la de Gustavo. NiƱo de familia aristocrĆ”tica, nacido en 1885, huĆ©rfano de madre, que muriĆ³ al darlo a luz, denostado por su padre, incomprendido por su madrastra. Sobrino de un presidente suicida (JosĆ© Manuel Balmaceda), consanguĆ­neo de dipu- tados, polĆ­ticos, diplomĆ”ticos. Jovencito rebelde, internado en colegio de curas, visto por su familia como un inepto por su incapacidad de conseguir algo mĆ”s que un empleo administrativo. Cazador de zorros, fanĆ”tico de la Ć³pera, lector tardĆ­o. Marido obsesionado con el quĆ© dirĆ”n, celoso, impulsivo. Autor y protagonista de una novela en clave (Desde lo alto): Mariano EchagĆ¼e, casado con Ester Krause, en su martirolĆ³gica ficciĆ³n.

Cosas asĆ­ escribe Gustavo-Mariano sobre Teresa-Ester en Desde lo alto: ā€œEn aquella alma desconcertada, pervertida por lecturas absorbidas sin disciplina y a destajo, se habĆ­a producido una aridez muy poco femenina, un ateĆ­smo de esos desoladores y aplastantes.ā€ Tal como la seƱora Montt castigaba a su hija al verla leyendo, Balmaceda le prohĆ­be a Teresa Wilms ciertas lecturas. Una tarde la encuentra hojeando Los civilizados de Claude FarrĆØre, novela de moda por aquellos dĆ­as, donde figuran frases como: ā€œHay que parecer sabios de dĆ­a y locos de noche.ā€ Y esta es su reacciĆ³n: ā€œMariano, en cualquiera otra ocasiĆ³n, se habrĆ­a detenido a observar a su mujer que no eran las obras de ese novelista las que, con mayor propiedad, debĆ­an estar en sus manos. Pero […] harto de grescas domĆ©sticas, tomĆ³ su sombrero, se calĆ³ el sobretodo y saliĆ³, ansioso como nunca de respirar el aire de la calle.ā€

Luego de esta escena, el narrador detalla las aventuras con Nubia, su amante, ā€œuna criatura divina, inteligente y sensitivaā€. El hombre dice sentirse ā€œen la necesidad de buscar y saborear emociones violentasā€. Pero sigue vigilando a su esposa, cada vez mĆ”s indignado: ā€œEster, que poco a poco iba abandonando su actitud pasiva para volver a las volubilidades imperiosas que eran el fondo de su naturaleza femenina, habĆ­a vuelto tambiĆ©n a sus devaneos literarios. Tornaba a devorarse sin selecciĆ³n alguna cuanto volumen pillaba a mano. Pero ya no se contentaba con leer, sino que ahora escribĆ­a.ā€

Es 1917 cuando Balmaceda publica Desde lo alto. Pero antes hubo dĆ­as felices para la joven pareja. Retrocedamos al origen: una noche de 1909, en la mansiĆ³n de ViƱa del Mar. JosĆ© RamĆ³n Balmaceda y Sara ValdĆ©s Eastman, padre y madrastra de Gustavo, son invitados a una recepciĆ³n de los Wilms-Montt. El muchacho, de veintitrĆ©s aƱos, suele compartir trasnoches con su primo Vicente Balmaceda ZaƱartu y estĆ” desilusionado de la vida. Ese dĆ­a, para salir de la rutina, decide acompaƱar a su familia. Y entonces ocurre: ā€œLlegĆ³ de lo alto el gorjeo de una voz femenina que insinuaba una romanza sentimental. Mariano, lĆ­rico empedernido, se quedĆ³ escuchando con secreto interĆ©sā€, escribirĆ” Balmaceda en su novela. Quien canta es la niƱa Teresa y lo que entona es La bohĆØme de Puccini. Al rato, Gustavo y la muchacha hablan como si se conocieran de toda la vida. Ambos son conscientes de su pertenencia a una misma casta: saben que la sangre y la alcurnia asĆ­ lo indican. Pero comprenden tambiĆ©n que sobre ellos se impone la desconfianza de sus familias. A los ojos del resto son conflictivos, un poco raros, atĆ­picos, porque no acatan al cien por ciento los credos de su clase. Aunque la situaciĆ³n de cada uno sea distinta (sobre ella pesan, ademĆ”s, los prejuicios de gĆ©nero), el rechazo los une. Lo demĆ”s viene solo: el noviazgo, las promesas, soy tuya, soy tuyo, la idea de casarse, la oposiciĆ³n de los clanes.

Para los Balmaceda-ValdĆ©s la muchachita es hija de un extranjero arribista, por mĆ”s que la madre sea sobrina del mismĆ­simo presidente de la RepĆŗblica. Y para los Wilms-Montt este tipo es un simple funcionario pĆŗblico; sobrino, para mĆ”s remate, de un hombre suicida. Pero los enamorados se rebelan: el 12 de diciembre de 1910, en ViƱa del Mar, Gustavo Balmaceda y Teresa Wilms son declarados marido y mujer. A la ceremonia asisten solo los parientes del novio. El seƱor Wilms y la seƱora Montt han advertido a la niƱa que una vez casada se olvide de ellos. Que no entra mĆ”s a la casa de su infancia. Y asĆ­ serĆ”. Esa misma tarde la pareja toma el tren a Santiago, de luna de miel. Pero el encanto dura poquĆ­simo. La desenvoltura social de Teresa ā€“que baila, canta, recita, no tiene un pelo de tĆ­mida y se sabe hermosaā€“ choca con los celos de Gustavo. Ɖl tiene algunas ideas liberales, pero las del matrimonio siguen siendo implacablemente conservadoras. ĀæQuĆ© es esto?, se pregunta.

Esto es, por ejemplo, lo que ocurre la noche de AƱo Nuevo de 1911: el matrimonio Balmaceda Wilms es invitado a una cena en el Club Santiago, y cuando los Ć”nimos estĆ”n encendidos Teresa decide cantar una romanza de Puccini al piano. Aplausos, piropos: es la reina de la noche. Amparado en su alter ego, Gustavo escribirĆ”: ā€œMariano habĆ­a sufrido. Se hubiera dicho que presentĆ­a ya las amarguras que, como frutos malsanos, iba a serle dado recoger de esa hora en adelante en los estrados sociales.ā€ Muy pronto el conflicto se transforma en crisis: el esposo sale de madrugada, tiene aventuras sexuales que define como ā€œpecadillosā€, intenta dominar a la esposa. La esposa recibe sermones, alza la voz, no piensa obedecer. El esposo piensa que la esposa cualquier dĆ­a lo engaƱarĆ” con un amante. O con mĆ”s de uno, Dios mĆ­o. Los celos se disparan pocos meses mĆ”s tarde, cuando el matrimonio visita a Vicente Balmaceda ZaƱartu en su hacienda de la costa central. Es ahĆ­ donde Gustavo cree ver seƱales peligrosas entre su mujer y su primo, que se miran mucho, se rĆ­en, coquetean. Tanto asĆ­ que adelanta el regreso y viaja a ViƱa para entrevistarse con su suegro. Guillermo Wilms, que hace rato ha olvidado a mi Tereso, apenas escucha los alegatos del yerno: ā€œNo me ofrece ya garantĆ­a alguna de fidelidadā€, se queja Gustavo. La respuesta del patriarca Wilms es redonda: ā€œBĆ³tela usted a la calle si no puede hacer otra cosa.ā€

Gustavo no la bota a la calle, pero lo piensa. ā€œĆ‰l la encerrarĆ­a, la recluirĆ­a para siempreā€, escribe. Ni el nacimiento de su hija Elisa, el 25 de septiembre de 1911, apacigua sus celos. El sueldo que recibe como empleado del Servicio de Impuestos del Estado se vuelve insuficiente, y entonces pide un traslado a alguna ciudad mĆ”s llevadera. A ver si ahora, con menos estĆ­mulos sociales, logra domesticar a Teresa. El destino es Iquique, mil ochocientos kilĆ³metros al norte de la capital. A mediados de 1912 viajan con Elisa y la criada Rosa Montes, la mama Rosa. Y tal como lo fue en Santiago ā€“tal como lo serĆ” en todas partesā€“ la mujer es la estrella de las tertulias y las reuniones sociales iquiqueƱas. El 2 de noviembre de 1913 nace la segunda hija del matrimonio: Sylvia. Pero eso no altera la rutina de la escritora que, a los diecinueve aƱos, cree haber encontrado un equilibrio perfecto: ā€œVivĆ­amos en un hotel de mala muerte, pero el mejor del puerto, rodeados de toda clase de hombres extranjeros y chilenos, comerciantes, mĆ©dicos, periodistas, literatos, poetas, etc. Una vie de bohĆØme, mĆ”s o menos. La noche era para charlar, el dĆ­a para dormir, la tarde para escribirā€, anotarĆ” en sus diarios. ā€œYo era la Ćŗnica de sexo femenino en aquellas reuniones […], abusaba del licor, de los cigarrillos, del Ć©ter […] Me gastaba ideas anarquistas y hablaba con el mayor desparpajo de la religiĆ³n ā€“en contraā€“ y participaba de las ideas de la masonerĆ­a.ā€

Esa satisfacciĆ³n, sin embargo, es una cuenta regresiva. Gustavo tambiĆ©n participa en polĆ­tica y se adhiere a la campaƱa senatorial de Arturo Alessandri Palma, futuro presidente del paĆ­s. Y, contra toda lĆ³gica, invita a su primo a trabajar por el candidato en la zona. Vicente Balmaceda ZaƱartu atraca en Iquique con la comitiva alessandrista el 28 de febrero de 1915. Teresa lo ve radiante: entonces empieza el romance. Gustavo no tiene cĆ³mo saber lo que ocurre entre su primo y su esposa, pero sospecha. Y en mayo de ese mismo aƱo envĆ­a a Teresa con sus hijas y la mama Rosa a Santiago. Piensa que el desenlace estĆ” cerca; solo le falta el remate. Deja pasar unos meses, vuelve a la capital y asĆ­ lo hace: ā€œEntrĆ³ al escritorio y encendiĆ³ la luz. DestacĆ³se ante sus ojos la caja de fierro que tantos dĆ­as atrĆ”s habĆ­a observado con la misma angustia del que estĆ” frente a su tumba […] Lo que estaba haciendo era, sin duda, una violaciĆ³n, y eso era horrible, indigno […] ĀæViolaciĆ³n? Y lo que habĆ­a allĆ­ dentro, ĀæquĆ© era entonces?ā€ Lo que hay allĆ­ dentro son las cartas entre su primo y su mujer: ā€œmi Jeanā€, ā€œmi amorā€, ā€œmi Tejitaā€. Lo que hay allĆ­ dentro es la prueba que necesita el hombre rabioso, caliente, deshonrado para convocar de urgencia al tribunal familiar y encerrar a la esposa adĆŗltera.

El lunes 18 de octubre de 1915 Teresa Wilms ingresa al convento de la Preciosa Sangre, ubicado en el aristocrĆ”tico barrio Brasil de Santiago. El recinto cuenta con una secciĆ³n para mujeres locas y otra para recluidas por castigos morales. Teresa habrĆ­a preferido estar loca, pero a sus veintidĆ³s aƱos estĆ” mĆ”s cuerda que nunca. A veces recibe las visitas de algĆŗn pariente lejano o de sus amigos Paul Garnery, Sara HĆ¼bner o Vicente Huidobro. Durante los primeros meses de reclusiĆ³n intenta gestionar el divorcio, ver a sus hijas que ahora viven con los abuelos Balmaceda y la mama Rosa, hablar con sus padres o sus hermanas, suicidarse con morfina. Todo fallido. Solo logra escribir hasta el desgarro. Los diarios de esta etapa estĆ”n dedicados casi por completo, con apodos y licencias poĆ©ticas, a Vicente Balmaceda ZaƱartu: ā€œTengo miedo, Jean, que esta nueva felicidad sea tambiĆ©n muy cortaā€, escribe al inicio. Y al final: ā€œToda el alma, toda, toda te entrega en un beso tu quiltrilla huacha.ā€ Pero deja ver que el amante no es tan distinto al marido. Que el amante tampoco tolera sus lirismos. Ella trata de no tomĆ”rselo en serio. Le dice: ā€œCreo, Vichito mĆ­o, que si no fuera por mis rarezas, tĆŗ no te habrĆ­as enamorado de mĆ­.ā€ Y luego: ā€œLa ThĆ©rĆØse serĆ” Tejita hasta que se muera y tĆŗ serĆ”s un Tejo leso si no me quieres asĆ­.ā€

EstĆ” claro que Balmaceda ZaƱartu, Tejo leso, no la quiere asĆ­. Y Tejita finalmente renuncia. ā€œMi cerebro antes inagotable de ideas salvadoras, hoy se niega a discurrir; parece un cerebro ebrio, dormido, enfermoā€, deja registrado en sus cuadernos del convento. Al octavo mes de reclusiĆ³n acepta una idea de Vicente Huidobro ā€“que adora sus lirismosā€“ y huye del convento disfrazada de viuda. En junio de 1916 toman el tren en la estaciĆ³n Mapocho y desembarcan en Retiro, Buenos Aires. El poeta dictarĆ” una charla en el Ateneo Hispano el primero de julio, y en agosto regresarĆ” a Chile para embarcarse hacia Europa con su esposa, Manuela Portales Bello. Teresa, en cambio, nunca mĆ”s pisarĆ” tierra chilena. La Ćŗltima menciĆ³n que hace Gustavo Balmaceda de su mujer en Desde lo alto alude precisamente a este acontecimiento: ā€œSu primera salida fue para escapar al extranjero. Un pobre diablo de poeta que debiĆ³ encontrar en el camino de su desesperada fuga, quedĆ³ prendido entre sus redes y abandonĆ³ tambiĆ©n su hogar, donde gemĆ­a una madre y una santa esposa.ā€

Si antes fue un convento en Santiago, ahora serĆ” el Plaza Hotel en Buenos Aires. Si antes fue cien veces obedecer, ahora serĆ”n tertulias en el cafĆ© Tortoni, libros en El Ateneo, Ć³pera en el Teatro ColĆ³n. ā€œSoy Teresa Wilms Montt, y no soy apta para seƱoritasā€, ha escrito en algĆŗn momento y ahora estĆ” decidida a romper con todas las amarras. Camina por calle Florida, con su sombrerito y su bastĆ³n de caƱa, hasta el edificio de la revista Nosotros, donde escriben Huidobro, Unamuno, AzorĆ­n, Valle-InclĆ”n y otros consagrados. A la semana siguiente ya es colaboradora remunerada de Nosotros, y hace amistad con intelectuales y artistas, y da clases de idiomas, y canta arias de Puccini y recita sus poemas, y ahora mĆ”s que nunca la noche es para charlar, el dĆ­a para dormir, la tarde para escribir.

El debut literario de Wilms Montt ocurre en otoƱo de 1917 y se llama Inquietudes sentimentales. Muy pronto, en primavera, aparece Los tres cantos. La autora, que ha firmado estos dos libros de prosa poĆ©tica como ThĆ©rĆØse Wilms Montt, ve cĆ³mo las ediciones se agotan de inmediato y la crĆ­tica aplaude: ā€œProsa armĆ³nica, rotunda, sonora, coloreada, de bien cortados perĆ­odosā€, ā€œmezcla de erotismo y espiritualismoā€, ā€œmuestra de temperamento excepcionalā€. Uno de sus lectores y admiradores mĆ”s apasionados serĆ” Horacio Ramos MejĆ­a, poeta argentino de veinte aƱos, hijo de familia aristocrĆ”tica, ultrasensible. El muchacho muere por esta chilena que rehĆŗsa el compromiso. Que lo aprecia, sĆ­, pero solo como amante. Que rechaza sus sueƱos de matrimonio, de hacer una familia con ella. Que le pide que la entienda, por favor, que tiene un pasado deshonroso. Que las hijas, que la edad, que imposible. Que lo apoda AnuarĆ­. Mi AnuarĆ­, mi adorado AnuarĆ­, pero sin compromisos. El enamorado no entiende las razones de Wilms Montt, el rechazo. Y al mediodĆ­a del 26 de agosto de 1917, frente a Teresa, se corta las venas. Muere literalmente por ella, que no puede hacer nada, que lo ve morir en sus brazos, desangrado.

No son dĆ­as los que siguen a la muerte del amante. Son, para Wilms Montt, manchones de invierno en el Cementerio de la Recoleta. Son pasar las horas entre lĆ”pidas y escritura: ā€œDe la vida a tu tumba, de tu tumba a la vida, ese es mi destino.ā€ Son pĆ”ginas borroneadas que luego cuajarĆ”n como ofrendas. Son, por ahora, frustrar un segundo intento de suicidio, huir del luto, abandonar Argentina y partir a Europa. ā€œMi destino es errarā€, escribe por esos dĆ­as. A comienzos de 1918 se instala en una pensiĆ³n madrileƱa. En la mesa de noche guarda una foto de sus hijas Elisa y Sylvia, como un amuleto. De a poco, con otros aires, la noche vuelve a ser para charlar, el dĆ­a para dormir, la tarde para escribir. Entre tertulias y cafĆ©s literarios, se reencuentra con Vicente Huidobro y hace amistad con escritores, dramaturgos y pintores espaƱoles. Entre los mĆ”s cercanos estĆ”n RamĆ³n GĆ³mez de la Serna, Jacinto Benavente y RamĆ³n del Valle-InclĆ”n. En mayo de 1918 publica En la quietud del mĆ”rmol, su tercer libro, con un prĆ³logo de Enrique GĆ³mez Carrillo. Y pocos meses mĆ”s tarde viene AnuarĆ­, prologado por Valle-InclĆ”n, quien se pregunta ā€œde quĆ© mundo remoto nos llega esta voz extraƱa, cargada de siglos y de juventudā€.

Esta voz extraƱa de Wilms Montt llega, quizĆ”, del mundo remoto del amante inmolado. Con Ć©l habla en estas pĆ”ginas: ā€œViniste a mĆ­; yo no te esperabaā€, dice. Y luego: ā€œInsulto al miserable destino que ha arrancado todos mis amores en capullo.ā€ Y al final: ā€œSoy una niƱa vieja, AnuarĆ­.ā€ Y la herida, esa al menos, se va cerrando. A pesar del luto, a pesar del tormento de no ver a sus hijas, a pesar de los recuerdos del claustro, de la indiferencia de sus padres, de la hondura de sus escritos, es posible que estos sean los mejores aƱos de la escritora. Los mĆ”s libres al menos.

En 1919 Wilms Montt vuelve a Argentina para publicar su quinto y Ćŗltimo libro, Cuentos para los hombres que son todavĆ­a niƱos. Es un volumen de relatos que firma como Teresa de la ā€ , quizĆ”s haciĆ©ndose cargo de una cruz imaginaria. Una rĆŗbrica que serĆ” tambiĆ©n su Ćŗltimo seudĆ³nimo. La obra recibe buenas crĆ­ticas y Teresa tiene la posibilidad de quedarse en Buenos Aires. Pero la ausencia de AnuarĆ­ le pesa demasiado y regresa a Madrid. Y algo cambia su rutina de golpe: Rosa Montes, la criada de Iquique, le hace saber que JosĆ© RamĆ³n Balmaceda, para quien aĆŗn trabaja, asumirĆ” una misiĆ³n diplomĆ”tica y se trasladarĆ” a Francia con toda la familia. Y toda la familia para Teresa tiene dos nombres: Elisa y Sylvia, sus hijas. Sin dudarlo, arma el baĆŗl y toma el tren a ParĆ­s.

Antes de la llegada de las niƱas, establece vĆ­nculos con AndrĆ© Breton, Paul Ɖluard, Max Ernst. Ella sigue el pulso de la noche parisina, pero su cabeza estĆ” anclada en la reuniĆ³n con sus hijas. Han pasado cinco aƱos desde el Ćŗltimo encuentro. DespuĆ©s de varias gestiones diplomĆ”ticas, las visitas son oficializadas y Teresa puede ver a sus hijas jueves y do- mingos. Las recibe en su pequeƱo departamento de la avenida Montaigne, en el barrio de Champs-ƉlysĆ©es. Wilms Montt, que se ha teƱido el pelo de negro y se siente vieja a los veintisiete aƱos, hace planes. ConfĆ­a en que saldrĆ” el divorcio y se irĆ” con las niƱas y la mama Rosa a Suiza, a empezar de nuevo. Por momentos piensa que esto es el cielo. Vive todo ese aƱo dedicada a Elisa y Sylvia. Las llena de regalos: desde flores y muƱecas hasta una tortuga, que las niƱas bautizan Teresina. Pero esto no es el cielo; nunca lo fue.

En octubre de 1921 la familia Balmaceda regresa a Chile y Teresa pierde a sus hijas, por segunda vez y para siempre. Aunque tiene algunos proyectos, como reeditar la revista La Guirlande bajo su direcciĆ³n y publicar en francĆ©s, todo ahora le parece vacĆ­o. En noviembre apenas tiene Ć”nimo para escribir en su diario: ā€œQuiero reposar en la tierra solamente envuelta en una sĆ”bana o si es posible en un pedazo de tierra de la fosa comĆŗn.ā€ En diciembre deja de escribir, se borra. Fuma como bestia, consume opio, morfina y otros sedantes para disfrazar la tristeza, no sale de la cama, se enclaustra en la avenida Montaigne. ā€œEn la cabeza de la Nada se ha suicidado una ideaā€, ha escrito alguna vez. ā€œSolo existe una verdad tan grande como el sol: la muerteā€, insiste. ā€œAsĆ­ desearĆ­a yo morir, como la luz de la lĆ”mpara sobre las cosas, esparcida en sombras suaves y temblorosasā€, remata. Y el jueves 21 de diciembre de 1921 lo hace: se apaga sola, gota a gota, mientras el narcĆ³tico fluye suave y tembloroso por su sangre. La portera del edificio la encuentra al otro dĆ­a en la cama, inconsciente, y la lleva de urgencia al hospital Laennec de la calle SĆØvres. Dos dĆ­as agoniza en la sala 18 del sanatorio, hasta que el sĆ”bado 24 de diciembre deja de respirar.

Se acaban Tejita, ThĆ©rĆØse, Teresa de la ā€ , Teresa Wilms Montt.

Hoy su estado anĆ­mico acaso tendrĆ­a un nombre: depresiĆ³n. Y, en vez de los sedantes tomados sin control mĆ©dico, es probable que consumiera Rivotril, Diazepam, Fluoxetina. Pero, aunque la escritora parece haber vivido adelantada a su tiempo, no pudo escapar de la Ć©poca que le correspondiĆ³. Contra ella, contra esa realidad opresora, dio una batalla que se expresĆ³ con la intensidad de una mente ebria y una agitadĆ­sima sangre en las pĆ”ginas que dejĆ³ escritas. ~

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(Santiago de Chile, 1970) es escritora. Ha publicado, entre otros libros, Animales domƩsticos (Mondadori, 2011) y Habƭa una vez un pƔjaro (Cuneta, 2013)


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