Las crisis de las democracias son un fenómeno global: al ascenso de gobiernos personalistas dispuestos a demoler las instituciones y la legalidad, deben sumarse los partidos del viejo orden que no saben cómo ganarse el respeto, los millones de ciudadanos desencantados con las opciones políticas, los ejemplos cada vez más hostiles de polarización y una generalizada sensación de impotencia que hace difícil ir más allá de las redes sociales. Este número no se agota en el diagnóstico, sino que hace un llamado a la participación activa, que involucra la exigencia hacia los políticos, la defensa de las instituciones y la construcción de un espacio sano para dirimir nuestras diferencias.