La diplomacia parlamentaria, aunque pública, suele transcurrir con discreción como un ámbito especializado y cordial del trabajo legislativo. Sin embargo, la instalación en la Cámara de Diputados del grupo parlamentario de amistad México-Rusia, el 23 de marzo de 2022, resultó polémica dentro y fuera de México, al ocurrir un mes después de que Rusia comenzara su agresiva invasión de Ucrania.
¿Cuál es la dimensión exacta de este hecho? ¿Es una idea legítima o repudiable? ¿Es una torpeza inoportuna, circunscrita al ámbito de la representación legislativa o revela una realidad incómoda de nuestra pluralidad democrática? ¿Tendrá repercusión en las relaciones exteriores de México o se sobrevalora su alcance? Como en muchos asuntos de la vida pública, es necesario considerar aspectos contextuales y premisas elementales para definir una posición crítica.
Asociamos la diplomacia y la política exterior como facultad del poder ejecutivo e identificamos al poder legislativo, en específico al Senado, con la función de supervisar su ejercicio y la atribución de ratificar tratados internacionales y nombramientos diplomáticos. No obstante, los congresos y los parlamentos también desarrollan su propia diplomacia.
La diplomacia parlamentaria es una práctica protocolaria y de intercambio de experiencias en materia legislativa que cuenta con una larga historia: la Unión Interparlamentaria (UIP), con sede en Ginebra, data de finales del siglo XIX (1889), y doce asambleas parlamentarias regionales están asociadas a ella, como el Parlatino (1964, Ciudad de Panamá), el Parlamento Andino (1979, Bogotá) y el Parlamento Europeo (1952, Bruselas).
Además de estas organizaciones legislativas, las relaciones bilaterales entre congresos se conducen mediante reuniones interparlamentarias y grupos de amistad. Ambos instrumentos organizan el diálogo y el intercambio de información y experiencias entre órganos legislativos de distintos países en temas bilaterales y multilaterales.
Las interparlamentarias son el instrumento de mayor jerarquía. En México, la primera de ellas se estableció con el Congreso estadounidense, en 1961. Sus reuniones son anuales, su sede se alterna entre las partes y solo participan legisladores. Cuentan con un reglamento específico y una agenda de trabajo que retoma las conversaciones previas.
Los grupos de amistad, en cambio, son espacios protocolarios que incluyen la participación de personas sin representación legislativa, como diplomáticos y representantes de la sociedad civil de la contraparte. Su vigencia está acotada al término de cada legislatura y están formalmente contemplados en la Ley Orgánica del Congreso, vigente desde 1999.
Dada su naturaleza laxa y primordialmente protocolaria (no han prosperado los intentos por establecer sus procedimientos elementales), no es de extrañar que el número de estos grupos sea tan abultado. El sitio de la Cámara de Diputados cuenta con un directorio que registra cien para la actual legislatura (LXV, 2021-2024). En contraste, el Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques del Senado de la República consigna la vigencia de once reuniones interparlamentarias bilaterales, con países geográfica y culturalmente más próximos a México: salvo España, el resto corresponde a países del continente americano.
La instalación del grupo correspondiente a Rusia tomó el cariz de un acto falto de tacto, inoportuno, faccioso y provocador, sin serlo de origen. No es anómala al ser una figura legalmente contemplada y que ha sido una práctica constante de la Cámara de Diputados, ni una excepcionalidad, puesto que es uno de los cien grupos de este tipo que operarán durante la legislatura actual. Pero sobre todo, la decisión de instalarlo fue ajena a la invasión de Rusia a Ucrania, que inició el 24 de febrero de este año: el acuerdo de la Cámara para crear e integrar los cien grupos de amistad de la legislatura en curso, incluidos Ucrania y Rusia, se avaló el 20 de septiembre de 2021. Con base en ese acuerdo, el grupo con Ucrania se instaló el 13 de diciembre de 2021, con la participación de su embajadora en México, Oksana Dramaretska.
Tomando estos datos en consideración, es pertinente matizar algunas de las interpretaciones y reacciones que se han suscitado en los días pasados con base en filias y fobias, domésticas y foráneas, así como en la exaltación que produce en la opinión pública el enorme sufrimiento humano de la población ucraniana. La instalación del grupo de amistad México-Rusia, un formalismo breve y cordial, se tornó polémica no por su naturaleza intrínseca, sino por el momento y el contexto en el que tuvo lugar.
La Cámara no puede influir en el contexto mundial pero sí en el curso de su grupo de amistad: suprimirlo por decisión del pleno, diferir su instalación, ajustar su protocolo o comunicar con anticipación el contexto de su origen y de su naturaleza. Cada opción tenía sus riesgos y efectos no deseados. Según una nota periodística, el 14 de marzo la bancada de Movimiento Ciudadano objetó el anuncio de su instalación, ante lo cual diputados del Partido del Trabajo (la bancada que preside y tiene mayor representación en este grupo de amistad) acordaron postergarla “por prudencia”, según expuso el líder de la bancada de Morena. El presidente de la Junta de Coordinación Política, el priista Rubén Moreira, declaró que estos grupos estaban separados de la diplomacia y que eran un asunto institucional con cada país con el que existen.
Los participantes indispensables en la reunión de instalación son el presidente del grupo y el embajador en México del país implicado, quienes firman el acta. Quizás alguna reacción del embajador ruso ante el intento de postergar la reunión alentó a la Cámara a evitar estridencias para el poder ejecutivo, optando por seguir con lo previsto. En el Canal del Congreso se puede constatar que tanto para Ucrania como para Rusia, la Cámara y sus diputados participantes siguieron, en lo esencial, el mismo formato protocolario: palabras del embajador invitado, respuesta formal de un diputado, firma del acta y foto oficial. Además, ya con la ofensiva rusa en curso, el 10 de marzo la Cámara de Diputados había sostenido un diálogo con la Embajadora de Ucrania en México, en el que participó el presidente del grupo de amistad México-Ucrania (Riult Rivera Gutiérrez, PAN). Dos días después de la reunión con Rusia se instaló el Grupo de Amistad México- Estados Unidos, con la participación del embajador Salazar.
Así pues, la cuestión que debería ocuparnos es: ¿cuál es la trascendencia para la diplomacia parlamentaria y para la política exterior de que se instalen estos grupos y, en particular, el correspondiente a Rusia? En lo que a la Cámara de Diputados se refiere, un encuentro entre legisladores mexicanos y rusos, que es la sustancia que le da sentido a esta figura, está condicionado a que se recupere la paz entre Rusia y Ucrania y se retiren las múltiples sanciones que restringen el tránsito desde y hacia Rusia. En lo que eso ocurre, tampoco hay obligación de propiciarlo ni una agenda de trabajo que se vea mermada por la demora, así que no debemos esperarlo por un buen tiempo.
En cuanto a la política exterior en curso, lo que tiene verdadero peso han sido los votos y los pronunciamientos que la diplomacia mexicana ha hecho ante los organismos internacionales pertinentes: en el Consejo de Seguridad y en la Asamblea General de la ONU, así como en otros espacios del sistema de las Naciones Unidas, como el Consejo Ejecutivo de la UNESCO. En ellos México ha condenado la agresión rusa sobre Ucrania sin ambigüedades, exigido un inmediato cese al fuego y garantías humanitarias para la población afectada.
Pese a ello, es muy claro que este grupo ha adquirido una trascendencia simbólica ajena a su naturaleza sustantiva. Por una parte, la deferencia de los pronunciamientos presidenciales sobre las acciones rusas y su negativa a participar de las sanciones de los países que se rigen por valores liberales ha sido motivo de cuestionamiento interno y externo. Típicamente, la diplomacia mexicana se ha opuesto a las sanciones entre países: por ejemplo, el embargo que Estados Unidos sostiene sobre Cuba desde 1958. No obstante, la instalación del grupo se ha percibido como un guiño de abierta simpatía del Ejecutivo actual con la Rusia de Putin, a través de su mayoría en el Congreso.
Es preciso decir que, en este entorno, el embajador de Rusia, Víktor Koronelli, no se ciñó a lo parlamentario ni a la relación bilateral durante la reunión: aprovechó la plataforma institucional de la Cámara de Diputados y la visibilidad mediática del acto para difundir la visión propagandística de su gobierno, según la cual su país no agrede, sino que se defiende de Ucrania y de la OTAN mediante una intervención militar. Al margen de su intervención formal, también reiteró la frase de su canciller, Sergei Lavrov: que México, junto con otras potencias regionales como Brasil o India, no dirán nunca “Yes, sir”, refiriéndose a nuestra relación con Estados Unidos en términos jerárquicos.
Para contrarrestar lo dicho por su homólogo, el embajador Salazar apeló a un símil entrañable para los mexicanos: la familia. Como tal, México y Estados Unidos no podían ir por separado en una cuestión tan importante como esta, como cuando combatieron juntos al nazismo. Al deplorar la instalación del grupo de amistad con Rusia, los embajadores de Ucrania y de Estados Unidos omitieron lo que en su condición de diplomáticos deben saber: que forma parte de un compromiso institucional de la Cámara de Diputados, previo a la situación actual entre Rusia y Ucrania. Las bancadas del PAN y de Movimiento Ciudadano también se deslindaron públicamente de éste, aun cuando entre sus 35 integrantes están registrados diputados suyos: 10 y 1, respectivamente.
Reacciones como estas prosperan y se imponen ante el desconocimiento generalizado de la opinión pública sobre temas tradicionalmente técnicos, exacerbada por los efectos estrujantes de una guerra y por la desconfianza que impera en la política doméstica. Y si bien los grupos parlamentarios de amistad de nuestro Congreso no alteran per se la política exterior de México, la instalación formal de uno con Rusia en este momento se ha convertido en un símbolo de lo que enturbia la posición de México ante lo que padece Ucrania: la duda de hasta qué punto AMLO, como los presidentes de Brasil y de Argentina, simpatiza con el régimen de Putin.
(Ciudad de México, 1978) es internacionalista y escritor. Es autor de Josefina Vicens (2021), ensayo biográfico publicado por la Enciclopedia de la Literatura en México (ELEM) y de la novela El misterio de la noche polar (2011, Jus).