La palabra ‘tatuaje’ viene del termino ‘tatau’, que en polinesio significa herida abierta. Fue la tripulación del capitán Cook la que trajo la palabra a Europa, después de pasar por Polinesia. Pero la práctica, pintarse la piel de modo indeleble, es antiquísima: así lo demostró el hallazgo de Ötzi, cuyo cuerpo se conservó –es un decir– congelado unos cinco mil años en los Alpes, hasta 1991. Los científicos descubrieron 61 tatuajes en su piel. Reprimido por el cristianismo en Occidente, redescubierto por marineros a partir de las grandes expediciones hacia Asia, América y Oceanía, el tatuaje “forma parte del patrimonio común de gran parte de la humanidad”, así lo recoge la muestra Tattoo. Arte bajo la piel, que comenzó su andadura en 2014-2015, en París, ha pasado por varias ciudades españolas y ahora recala en el Caixaforum de Zaragoza. Está abierta hasta el 5 de marzo y están previstas mesas redondas, charlas y una noche de tatuaje.
Hay más de 240 piezas: pinturas, dibujos, libros, siliconas con tinta, herramientas para tatuar, máscaras, fotografías, sellos y audiovisuales. Algunos de los tatuadores más relevantes hicieron réplicas de tatuajes en modelos de silicona –aquí un torso, aquí una pierna, espaldas completamente cubiertas–. Hay fotos de tatuajes en diferentes partes del cuerpo, también rostros tatuados, y del momento del tatuaje en diferentes épocas y lugares. La colección que las reúne pertenece al Musée du quai Branly – Jacques Chirac y nació en 2017.
La exposición propone varios itinerarios, uno antropológico y viajero en el espacio y en el tiempo: la historia del tatuaje, las diferencias y puntos en común de la importancia y el significado del tatuaje en diferentes culturas o civilizaciones y el cambio de la visión social de esa huella artística, de la marginalidad al signo de diferencia en Occidente; una marca que recuerda un hito vital o mera expresión artística. El otro itinerario tiene que ver con mirar al tatuaje en su dimensión artística y a los tatuadores como pintores que trabajan sobre piel en lugar de sobre lienzo.
En uno de los carteles de la muestra se lee que en Europa el tatuaje “se convirtió en un acto voluntario a principios del siglo XIX, el tatuaje pasa a ser “el lenguaje clandestino de un caleidoscopio de individualidades reunidas en torno a una práctica que se resiste a la generalización y reivindica su carácter marginal”. Presidiarios, mundo del lumpen, de ahí salta al mundo del espectáculo, “caracterizado por la excentricidad generalizada”. Me acuerdo de la copla “Tatuaje” en la voz de Concha Piquer o en la de Maria Rodés: “Mira mi brazo tatuado / con este nombre de mujer / es el recuerdo de un pasado / que nunca más ha de volver”. La moda y la cultura funciona así, como un balancín que nunca se queda en el centro, lo que estaba marcado como marginal, se convierte en un signo de distinción, en una marca que te hace especial. Recoge el periodista José Antonio Luna que en Europa, un 12% de la población tiene uno.
Ritual privado
Eva Amaral tiene un dragón que le cubre toda la espalda, lo muestra en la portada de uno de los discos. Rosa Montero tiene varios tatuajes, recuerdo una salamandra y encuentro esto que explica sobre tatuarse: “el yo es prisionero de un cuerpo, que no has elegido y que te enferma y te mata, y hacerse un tatuaje es decirle: ‘vale, maldito, haces lo que quieres conmigo y me vas a matar, pero ahora tú te vas a morir con esta salamandra que yo te he puesto por mi propio deseo’”. La escritora Begoña Méndez Seguí es mi tatuada experta. “Tengo algo así como 23 o 24 tatuajes. Empecé con 40 años; en marzo, cumplo 47. Algunos son medianos, piezas que parecen parches de ropa, pero tengo uno que me ocupa la espalda entera, otro que me recorre el esternón, las clavículas y el plexo; también llevo uno que me ocupa el antebrazo casi entero y parte de la mano”.
Me cuenta que empezó a tatuarse con el que hasta hace poco era su pareja: “Necesitábamos performar rituales exclusivos, a la vez privados y públicos, algo que no hubiéramos hecho antes y que fuera solo nuestro, pero que a la vez quedara como marca visible, que todos pudieran ver y que, sin embargo, nadie supiera exactamente cómo interpretar. Era una extraña forma de vínculo, de sentir que nos apropiábamos de la carne del otro, a través de los mismos tatuajes. Compartimos, no sé, tres o cuatro. Así fueron los primeros; después, descubres que en el proceso del tatuaje el dolor, los picos de euforia, de ‘insoportabilidad’ y los momentos de feliz aguante te llevan a una relación con tu cuerpo muy íntima y radicalmente inexpresable y que hacen que, de algún modo, sientas que te lo haces tuyo, que no es de nadie más”. En mis dos tatuajes mínimos y ridículos he llegado a esa “insoportabilidad” de la que habla Begoña Méndez. Sigue: “Creo que fue más o menos en el cuarto o quinto tatuaje que me sentí durante unos días hondamente, no sé cómo decirlo mejor, hondamente perturbada, medio depre, extrañada de mí misma, porque sentí de un modo muy profundo que mi cuerpo por primera vez había dejado de pertenecer a mis padres, no sé, muy loco, pero muy real ese sentimiento… Después, cuando sigues, la verdad, simplemente lo haces porque el ritual engancha: el ruido de la máquina, la suspensión del tiempo en su curso ordinario y cotidiano, la belleza que resulta tras la cicatrización… porque también hay una parte, la que he descubierto en último lugar, que tiene que ver con la sensación de ser ‘más bella’; en mi caso, me gusta mucho el contraste entre la palidez de mi piel y la tinta negra”.
Solo he visto a Begoña Méndez una vez, en Formentor, septiembre de 2019, y recuerdo eso precisamente: la tinta negra en contraste con su piel clara. Le devuelvo la palabra: “Pero eso lo descubres a medida que tu cuerpo se va llenando de más tinta. Cada tatuaje adquiere su sentido en función de su relación con el otro o con los otros; desde ese punto de vista, tatuarse se convierte en una actividad imparable, una forma de coleccionismo, si quieres. A mí me resulta alucinante ver cómo se reconvierte la dimensión de un tatuaje en función de su diálogo con los otros. Yo me tatúo esencialmente figuras que proceden del tatuaje tradicional y que están cargadas de simbolismo universal: sirenas, golondrinas, flores, pájaros, corazones, calaveras, nadadoras, cabareteras, boxeadoras, una rosa amarilla, una mujer con una corona crística de espinas, ‘la iaia Quarema’ (la abuela Cuaresma), una mariposa, una Sibila, un dragón cabalgado por una diosa, una mujer barbuda, un atardecer en el Pacífico…” El novio de mi hermana tiene gran parte del cuerpo cubierta de tinta. El tatuaje más espectacular lo tiene en la espalda: un tigre y una serpiente cuyo cuerpo baja hacia las piernas pasando por el culo. Lo tiene sin acabar, lo ha ido haciendo en sesiones dolorosas. Tras una, se pasó varios días en la cama. Lo más gracioso fue cuando los niños le pidieron que enseñe el tatuaje y él se bajó los pantalones de espaldas sin darse cuenta de que estaba frente a una cristalera en la que se reflejaba todo.
Begoña Méndez me escribe: “También llevo algunos tatuajes ornamentales que no tienen dimensión simbólica, que simplemente me parecen bonitos; por ejemplo, llevo las rodillas tatuadas solo porque me parece que se disimula mejor el paso del tiempo en ellas, pura coquetería, la verdad. En realidad, no tengo ni idea de por qué me tatúo. Porque me gusta ir tatuada, no sé. Porque no te sientes desnuda del todo (por ejemplo, he empezado a ir sin la parte de arriba del bikini con 44 años y el hecho de ir tatuada es fundamental en esta ‘liberación’). Porque me gustaba el ritual, aunque cada vez menos; paradójicamente, cuanto más te tatúas más te duele. Un dolor horrible, la verdad, pero me niego a usar cremas anestésicas, me parece ‘hacer trampa’. El día 21 vuelvo a tatuarme, pese a la enorme pereza que me da ahora el proceso. Me tatúo con una persona querida, el mismo tatuaje: otra vez la cosa de crear un ritual, un vínculo a través de la tinta…”
He aplazado una cita con un tatuador para hacerme un tatuaje con una persona querida, como dice Begoña Méndez Seguí. No sé dónde hacérmelo y tampoco tengo claro que vaya a aguantar el dolor.